Opinión | CARRERA ELECTORAL

Banderazo de salida

El cara a cara entre Sánchez y Feijóo inaugura una carrera electoral en la que cada uno tratará de convencer a los ciudadanos, en el tiempo que queda hasta las elecciones, de que las suyas son las mejores soluciones

Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez, en el Senado

Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez, en el Senado / José Luis Roca

Spoiler: la próxima encuesta del CIS no reflejará -o no lo hará en su totalidad- el efecto en los realineamientos electorales de los españoles del debate que tuvo lugar este pasado martes en el Senado entre el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. El trabajo de campo del Barómetro de este instituto público suele llevarse a cabo durante las dos primeras semanas de cada mes, así que, el debate se ha celebrado en mitad de la recogida de datos. Pero, en todo caso, habrá que estar atentos a cómo habrán evolucionado -tras el periodo vacacional- algunos datos e indicadores de ese próximo sondeo.

Antes de marcharnos de vacaciones, las encuestas -todas, también las del CIS- indicaban el momento dulce que atravesaban demoscópicamente tanto el PP como su presidente nacional. Feijóo era el dirigente mejor evaluado y generaba mayor confianza que el presidente del Gobierno (aunque ninguno de los dos lograra la confianza de la mayoría de los españoles). Con su llegada a la dirección del partido, el PP recuperó cierto atractivo electoral, inexistente en meses anteriores, en el espacio ideológico de la derecha. Elevó la fidelidad de voto de los populares hasta el 90% (es decir, prácticamente taponó las fugas de votos que estaba sufriendo el partido con la dirección anterior hacia otras opciones políticas); logró concentrar el voto del centro-derecha (absorbiendo a la mayoría de los votantes de Ciudadanos) y cambió el signo de las transferencias de voto con Vox de uno negativo a otro positivo: ahora, casi un 30% de votantes de la formación de Santiago Abascal votarían ahora al PP frente a menos del 10% que realizarían el camino contrario.

Feijóo ha logrado, así, romper la acefalía que afectaba en los últimos tiempos al bloque de la derecha: meses en los que la aprobación ciudadana de sus tres principales líderes nacionales (Casado, Abascal y Arrimadas) no lograba trascender más allá de su propio electorado. En estos momentos, el líder del PP consigue aprobar tanto entre los votantes del PP, como entre los de Ciudadanos y los de Vox. Y desde su llegada a la presidencia del partido, ha aumentado lenta, pero progresivamente, la transferencia de votos procedentes de las filas socialistas: el último dato se sitúa en torno a medio millón de votos.

Todas estas evidencias extraídas de datos de encuestas ayudan a explicar el significativo incremento de la intención de voto al PP durante estos últimos meses que, hoy por hoy, le llevarían a ser la fuerza más votada en caso de que tuvieran lugar ahora unas nuevas elecciones generales.

El liderazgo demoscópico de los populares y del propio Feijóo se explican en buena medida por varias inyecciones de moral recientes. La primera, la victoria electoral de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid del año pasado; la segunda, la propia llegada de Feijóo a la presidencia nacional del partido que puso fin a una traumática crisis interna; la tercera, la victoria en las elecciones de Castilla y León (aunque más ajustada de lo previsto cuando se convocaron); y cuarta, y la más reactiva, la mayoría absoluta lograda por Moreno Bonilla en las pasadas elecciones autonómicas en Andalucía.

Los retos de Feijóo frente a un Sánchez estable

Pero Feijóo tiene todavía dos grandes e importantes retos. Uno, consolidar esta posición durante el año y medio restante hasta las próximas generales. Y no es fácil porque hay que tener en cuenta que el PP viene sufriendo de hipotensión e hipertensión, según el contexto. La tendencia de los apoyos electorales al PP que recogen las encuestas es la más fluctuante: por momentos, en práctico empate técnico con Vox y alejado del PSOE a, como ahora, en primera posición, por encima del PSOE, y dejando a Vox como una fuerza claramente subalterna. Es decir, que la reactividad positiva que provocan los éxitos electorales autonómicos del PP tiene hasta ahora una duración limitada.

Otro, acostumbrarse a una situación novedosa para él. Las consecutivas mayorías absolutas logradas en Galicia le han permitido gobernar sin tener que llegar a acuerdos con otras formaciones políticas. Ni siquiera ha tenido que debatir y disputar los votos con el partido que compite con los populares en el mismo espacio ideológico, ya que Vox es irrelevante en aquella Comunidad. Sin embargo, con el paso de los meses y la cercanía de las elecciones, Feijóo no tendrá más remedio que enfrentarse a oponentes externos (un Vox que pierde fuelle en las encuestas y que, por tanto, intentará reaccionar para evitarlo) y, quizá, también internos (¿en algún momento le sugerirá Ayuso que esta es su primera y única oportunidad de ser presidente del Gobierno?).

Y un tercero, superar a un rival político que no muestra, en general, grandes signos de desgaste. Sánchez sigue teniendo un perfil más presidenciable que Feijóo entre los españoles. Y más allá de la máxima de Andreotti, gobernar desgasta. Y más en momentos de crisis como los que le ha tocado vivir a este Gobierno prácticamente desde el inicio de su andadura. Así con todo, después de cuatro años en el poder y algunos vaivenes puntuales, lo cierto es que la popularidad del presidente registra una sorprendente estabilidad. Cuando alcanzó la presidencia por primera vez en 2018, el porcentaje de ciudadanos que confiaban en el presidente era del 29%; cuando fue investido de nuevo presidente a comienzos de 2020, la confianza ciudadana fue del 28% y el último dato recogido en el Barómetro de julio del CIS arroja una confianza en el presidente del 29%. Ha habido picos durante este tiempo, por supuesto. Por ejemplo, en la primera ola de la pandemia en abril de 2020 alcanzó su máximo (39%) y en los meses de la repetición electoral de 2019 alcanzó su mínimo (21%), pero sin duda, lo más llamativo es esa resistencia.

Se puede decir que el presidente no parece haber mejorado, pero tampoco ha empeorado. E insisto, esto es más difícil cuando las circunstancias económicas no son propicias. En este sentido, hay un dato interesante para el análisis que arrojan los sondeos: Sánchez es un presidente que parece representar mejor a las clases más dependientes y desfavorecidas de la sociedad española. Es preferido como presidente en mayor medida entre los pensionistas, trabajadores no cualificados, desempleados, estudiantes, de clase trabajadora. Los más vulnerables y quienes más expuestos se encuentran a los efectos de una crisis.

Como dijo Feijóo en su primera intervención del pasado martes, un dirigente político no elige el contexto en el que gobierna, pero sí las respuestas que da frente a ese contexto. Y de eso se trata, de convencer a los ciudadanos en el tiempo que queda hasta las elecciones de que (cada uno) las suyas, son las mejores soluciones. Preparados, listos, ¡ya!