Opinión | ELECCIONES CASTILLA Y LEÓN
Hay alternativas para que no gobierne Vox
Estamos ante un momento histórico en el devenir de la política española. Por primera vez un partido de la extrema derecha, Vox, tiene un número suficiente de escaños (13) para intentar no ya influir en un gobierno del PP en Castilla y León, sino para formar parte del mismo e incluso, como van advirtiendo sus líderes, reclamar una vicepresidencia y varias consejerías. Dicha situación, impensable en muchos países de Europa donde progresistas y conservadores tienen establecidos cordones sanitarios inquebrantables para evitar que los ultras gestionen poder en las instituciones, coloca a los populares y los socialistas españoles ante el mayor de los dilemas: el de mantener la coherencia respetando principios y mensajes defendidos en campaña.
Ambos partidos, por distintas razones, han subrayado en las últimas semanas que Vox no era una solución, sino un problema –en el caso del PSOE- o un potencial aliado –en el caso del PP- con el que no se desea contar en una coalición. ¿Entonces? ¿Significa esto que los populares, con 31 escaños en las elecciones del domingo, están dispuestos a buscar el apoyo de otras organizaciones políticas, incluyendo a los socialistas, con tal de no atarse a Vox? ¿Puede deducirse que el partido de Pedro Sánchez (28 procuradores) que ha agitado, y con razón, el temor a que la extrema derecha pase de los parlamentos al poder Ejecutivo va a avalar un gobierno popular en Castilla y León, por activa o por pasiva, para frenar el avance de Vox? La respuesta a ambos interrogantes, a tenor de los discursos oficiales esgrimidos desde Génova y Ferraz este lunes, es un "no".
Pese a eso, tanto en las filas socialistas como en las populares ha surgido en estas horas, con mayor o menor fuerza, el debate sobre si renunciar a una maniobra democrática que impida crecer aún más a la extrema derecha es la posición política más coherente. Más digna. Más comprometida. Basta leer las completas informaciones que ofrece al lector al respecto EL PERIÓDICO DE ESPAÑA para constatarlo.
Un apoyo o abstención del PSOE al ganador de las elecciones, Alfonso Fernández Mañueco, garantizaría que Vox no entre en el gobierno de Castilla y León, por más que Mañueco quedase después sometido a la geometría variable para sacar adelante la legislatura. Pero la dirección del PSOE se ha apresurado a cerrar esta puerta, sin dar tiempo a que ese debate interno exponga sus argumentos o que pueda testar si sus votantes prefieren el dedo en el ojo al PP o el mérito de frenar a la extrema derecha, en sintonía con el núcleo duro de la socialdemocracia europea.
Tampoco en el cuartel de los populares parecen dispuestos a explorar con seriedad esta vía y a ponerle fácil al PSOE un movimiento con posibles costes tácticos, pero con consecuencias sobre la propia democracia. Y Vox, por su parte, disfruta de su auge sin dedicar un minuto a reflexionar sobre la incongruencia que supone presentarse ante los españoles como un partido anti autonomista y reclamar ahora sin pudor los sillones que convenga en la primera administración regional donde verdaderamente tiene peso.
PP y PSOE están ahora ante el espejo de unos comicios que no debieron ser adelantados. Sus discursos, tras conocer el resultado, no invitan al optimismo, pero aún queda tiempo para que reflexionen si conviene que Vox mande por primera vez en España. O si quieren impedirlo y buscan alternativas.
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