Opinión

Contra reloj contra ómicron

Desde el primer brote surgido en Wuhán (China) hace ahora casi 2 años, la verdadera carrera a nivel global es el intento de ganarle al virus.

Tubos de ensayo en un laboratorio de análisis de coronavirus

Tubos de ensayo en un laboratorio de análisis de coronavirus / REUTERS/Ammar Awad

La San Silvestre es una tradición popular que anima a correr a propios y extraños la mañana del 31 de diciembre en un empeño saludable y alegre de despedir el año. Desde el primer brote surgido en Wuhán (China) hace ahora casi 2 años, la verdadera carrera a nivel global es el intento de ganarle al virus, o al menos de intentar mitigar su impacto, evitar alargar la insoportable y millonaria lista de fallecidos, y tratar de reactivar la recuperación económica.

Prepararse para una carrera, aunque no suela ser siempre el caso de la San Silvestre, requiere método y preparación, conocer el terreno, y medir las fuerzas para llegar a la meta. Nada de esto ha sido posible en los últimos años, el virus ha ido avanzando y mutando tan deprisa que ha desafiado a la ciencia que necesita sus tiempos para el análisis empírico, y especialmente a los poderes públicos con maquinarias lentas y con diversos intereses, que no han conseguido alcanzar al virus con el tiempo de marca deseado, y han tropezado varias veces con la misma piedra.

Cuando ya pensábamos que dominábamos la técnica y veíamos la meta a lo lejos, llegó ómicron. La pandemia ha puesto de manifiesto la necesidad imperante de mejorar nuestros sistemas de preparación, detección precoz, y respuesta rápida a este tipo de crisis donde debemos perfeccionar la conexión entre la ciencia y la toma de decisiones que han resultado en el mejor de los casos claramente imperfectos.

Al mismo tiempo, ha puesto el foco en la talla de la política, en la ausencia y necesidad de asumir la gestión de la crisis como asuntos de estado, a través del consenso y unidad de acción, poniendo en la balanza todos los insumos necesarios especialmente para la contención del virus , que son los que garantizarán la recuperación económica, sin dejar de pensar en las grandes realidades que han reaparecido bajo la alfombra; la profunda desigualdad de la ciudadanía para hacerle frente, la mayor exposición de las mujeres, los limitados recursos para la conciliación familiar y cuidado de personas infectadas, la pírrica dotación de la atención primaria, y la una y otra vez olvidada atención pública a la salud mental, empeorada ahora gravemente.

Tener en cuenta todas estas variables para tomar decisiones, es actuar en un circo de siete pistas, un equilibrio muy complejo máxime cuando cada una está gestionada por un gerente distinto con realidades diversas e intereses contrapuestos.

En este contexto es difícil conformar a todos, a quienes con razones científicas y fundadas piden medidas más restrictivas, a quienes por el contrario no quieren oír hablar de más restricciones, y mucho menos a quienes directamente dicen una cosa y la contraria, sobre todo porque cuando más seguros nos sentíamos y pensábamos en disfrutar corriendo, la nueva variante ha tambaleado nuestras fuerzas y dañado fuertemente nuestra resistencia.

La explosión de contagios de los últimos días y las medidas adoptadas por los responsables públicos han frustrado las expectativas de una ciudadanía exhausta, ejemplar en su respuesta a la vacunación, descolocada por la disparada incidencia de la sexta ola, y que vuelve a sufrir unas navidades anómalas, con gran parte de sus miembros confinados y una atención primaria colapsada.

Así correremos la San Silvestre este año, con más experiencia, vacunas, capital acumulado, y con una fuerte reducción de ingresos en UCI, pero con mayores dosis de cansancio, un agujero en nuestra fortaleza mental, y una estrategia de entrenamiento diseñada para correr una carrera popular con dificultades, pero teniendo que ser aplicada a una contra reloj cuya meta vuelve a difuminarse.