Medidas drásticas

China reivindica su tolerancia cero tras la oleada de ómicron

El país solo ha registrado seis casos de la nueva variante repartidos en tres ciudades

Gente haciendo cola con mascarilla en la ciudad china de Xian

Gente haciendo cola con mascarilla en la ciudad china de Xian / Reuters

Adrián Foncillas

Los 13 millones de habitantes de Xian pasarán los próximos 14 días en casa, con un miembro por familia saliendo a comprar cada dos días lo imprescindible, y numerosas

PCR

en el horizonte. A pocos en esa ciudad del noroeste que los guerreros de Terracota pusieron en el mapa les ha sorprendido. El encierro en China es imperativo cuando se suman 143 casos en dos semanas, cifras tan ridículas en contraste con las globales como lacerantes para un país empeñado en expulsar al virus.

China no cuenta olas sino esporádicos y localizados brotes que son diligentemente apagados. Sigue fiel a su política de tolerancia cero desde que llegaran noticias de una extraña neumonía en

Wuhan

. Australia, Nueva Zelanda y Singapur replicaron la receta y sucumbieron. Sólo China se opone hoy a convivir con el virus, reafirmada en sus convicciones frente a un mundo que abrió las puertas cuando atisbaba el final del túnel para cerrarlas ante el embate de la variante ómicron.

Descontados esos puntuales rebrotes, la presunta cuna del coronavirus ha vivido sin él durante dos años. Sólo las

mascarillas

y el control del código de salud en el teléfono a la entrada de establecimientos públicos recuerdan la pandemia. El modelo incluye estrictos controles y cuarentenas

en hotel de dos o tres semanas a los llegados del extranjero y tests y encierros masivos cuando emerge un solo caso. El riesgo de contagio es infinitesimal en China y sólo desvela la coincidencia espacio-temporal con un positivo. Un alto ejecutivo se lamentaba a este diario por haber cumplido tres semanas de encierro domiciliario tras haber tomado un café en un hotel pequinés en el que dos días atrás se había hospedado un contagiado.

El bien común

Son engorros que se asumen con las certezas de que sirven al bien común y que la fórmula funciona. A los chinos les basta un vistazo al mundo, con esa interminable dinámica de aperturas y cierres que cuesta vidas y arruina la economía, para reivindicar su sistema.

El estallido de ómicron ha finiquitado un debate que el Gobierno nunca permitió que alcanzase vuelo. En verano, cuando remitía la pandemia en el mundo, muchos invitaron a China a sumarse a la ola aperturista y desdeñaron sus medidas como aspavientos de cara a la galería. Incluso reputados epidemiólogos chinos como Zhang Wenhong pidieron que el país aprendiera a convivir con el virus y jubilara la tolerancia cero por costosa y poco realista. La hipótesis era descabellada en el inicio de la pandemia pero sonaba más razonable con las masivas campañas de vacunación. El Gobierno respondió a las peticiones levantando un macrohotel en Guangzhou, principal puerta de entrada al país.

A China le sobran razones para la inquietud. Es un país vasto y desigual, con redes hospitalarias con los más altos estándares en las ciudades, pero aún con carencias en las zonas rurales. Las actuales tasas de mortalidad son asumibles en Europa pero trasladadas a un país con 1.400 millones de habitantes supondrían cifras indigeribles. Un estudio del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades en China anticipaba la tragedia si el país copiaba las estrategias de Estados Unidos, el Reino Unido, Israel o España. “Las estimaciones revelan la posibilidad de un brote colosal que con casi toda seguridad provocaría una carga inasumible al sistema médico”, sentaba. Añadía que China no debía asumir la apertura “confiando en la hipótesis de la inmunidad de rebaño inducida por las campañas de vacunación que defienden varios países europeos”. El estudio data de mediados de noviembre y es improbable que el posterior tsunami de ómicron haya tranquilizado a las autoridades.

Seis casos de ómicron

Sólo se han registrado en China seis casos de la nueva variante repartidos en tres ciudades pero han bastado para subrayar la dificultad de blindarse contra ella. Uno de ellos corresponde a un viajero que pasó los tests previos a volar a China y los practicados durante sus dos semanas de cuarentena en el hotel. Sólo dio positivo en el test al que fue sometido en su primera semana de cuarentena en casa y en pocas horas tuvieron que ser analizados sus 13.000 vecinos más cercanos.

La alta capacidad de propagación de las nuevas variantes y el riesgo de un brote inasumible aseguran la vigencia del modelo. Zhong Nanshan, el epidemiólogo jefe, ha aclarado que China sólo relajará su respuesta cuando la pandemia haya remitido en el mundo y la tasa de mortalidad del coronavirus se iguale a la de la gripe común. Ninguna de las metas se antoja inminente. China seguirá hasta entonces pecando por exceso, una fórmula que no le ha ido mal.