Opinión

Liderazgo feminista para la transformación social

Angela Merkel

Angela Merkel / AFP

Hace pocos años, aterricé sobre la blanca ciudad de Oslo, invitada por el periodista y productor audiovisual, Cristo Borrachero. Allí, impartiría unas charlas sobre mujer y liderazgo político. Y, como suele ocurrir en estos casos, una acaba recibiendo más de lo que cree que puede dar.

Gro Harlem era un nombre común que mencionaban para ejemplarizar o contrastar cualquier cosa que ocurriera en el país. Y, sin embargo, es un nombre muy poco conocido en España. Harlem, fue miembro del partido laboralista y la primera mujer en ostentar el cargo de primera ministra en Noruega. También en ser la primera ministra más joven. Ocupó el cargo hasta en tres ocasiones: en 1981, entre 1986 y 1989 y entre 1990 y 1996. Desde 1998 hasta 2003 fue directora general de la OMS. Esta mujer tuvo que hacer frente a grandes crisis en el país, entre ellas, la subida del precio del petróleo, la negativa de su país de adherirse a la Unión Europea o el suicidio de su hijo menor. A partir de 1990 ganó popularidad y allí la recuerdan como “la madre de Noruega”. Lo más sorprendente es cómo hablan de ella sus adversarios políticos y aquellos con los que no comparte ideología. Algo que parecería normal, pero que resulta extraordinario si lo extrapolamos a la política española.

Decía Carmen Alborch que “mujeres excelsas ha habido siempre, extraordinarias por su talento, su fuerza o su personalidad”. Y tiene razón. Recordemos, por ejemplo, a nuestras Constituyentes. Pero no menos cierto es que muchas mujeres, que han tenido altos cargos y responsabilidad, han estado —o siguen estando— supeditadas al poder masculino, y carecen de visibilidad y de oportunidades para ejercer su liderazgo. Y esto las conduce, irremediablemente, a carecer de las mismas oportunidades que los hombres, de ser referentes, de influir en la toma de decisiones, de tener el poder de transformar en las mismas condiciones que ellos. Carecen, por tanto, del liderazgo que conceptualmente se ha impuesto desde el androcentrismo.

¿Merece el liderazgo un nuevo concepto? Lo merece en la medida en que nuestro mundo se ha ido transformando; en la medida en que más mujeres llegan a ostentar cargos de representación; en la medida en que tienen todo el derecho a ejercerlo en igualdad de condiciones. Porque el poder no puede ser un privilegio caído del cielo para los hombres y una suerte de lujo imposible de conquistar para las mujeres.

El 51% de la población mundial la componen las mujeres; y, sin embargo, aún existe una brecha de género amplia en cuanto a la representatividad política. En pleno siglo XXI, las mujeres en política aún se tienen que enfrentar a grandes obstáculos para acceder a un cargo. Uno de ellos es la influencia de su propio entorno familiar, que exige, en muchas ocasiones, que sean mujeres maravilla. Es decir, que sean buenas madres al mismo tiempo que deben seguir siendo buenas hijas, planchen, limpien, cocinen bien, lleven a los niños al colegio, vayan al trabajo y, además, tengan éxito en sus carreras. Pero hay más obstáculos, como la discriminación por la orientación sexual o por la edad, las estructuras de los propios partidos políticos, el tratamiento sexista de los medios de comunicación, una sociedad tremendamente estereotipada (que después se convierte en electorado) o la propia concepción actual de las campañas electorales.

Hay que tener en cuenta, además, que la mayoría de las mujeres que han sido grandes líderes a lo largo de la historia (a excepción de casos muy concretos, como el de Margaret Thatcher o Angela Merkel, por ejemplo), han obtenido el poder en tiempos de inestabilidad. Y esto nos empuja a pensar que, indudablemente, también están menos tiempo en el cargo.

El doctor Michael A. Genovese escribió en 1997, que “una de las razones por las que las mujeres dirigentes no se han mostrado más a favor del feminismo se debe al hecho de que un programa político de ese tipo podría considerarse en contra del orden establecido de forma radical y además favorecer estas cuestiones podría ser demasiado arriesgado políticamente”. ¿Es arriesgado políticamente impulsar una agenda política feminista, inclusiva, humanista, que abarque respuestas para la mayoría de una población que cada vez es más diversa y más plural? ¿Es arriesgado ir en contra del orden (patriarcal) establecido? Verdaderamente, lo arriesgado sería no hacerlo.

Según Naciones Unidas, en “sólo 22 países hay Jefas de Estado o de Gobierno, y 119 países nunca han sido presididos por mujeres”. Esto viene a confirmar que las estructuras del poder siguen estando dominadas por los hombres. Y que la paridad en materia política no se alcanzará hasta dentro de 130 años.

España ha sido capaz de demostrar que la igualdad formal es posible. Según el Instituto Europeo de la Igualdad de Género, España es el sexto país con mayores índices de igualdad. Además, después de la Conferencia de Naciones Unidas en Beijing en 1995, Europa instó a los Estados miembros a tomar medidas para fomentar la igualdad de oportunidades en la toma de decisiones. Y es que no puede haber democracia sin igualdad. El primer gobierno paritario de nuestro país se formó bajo la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, en 2004. Después, tras la Ley de Igualdad de 2007, el reparto del poder político quedó más afianzado en España, especialmente en el parlamento. En 2018, bajo la presidencia de Pedro Sánchez, se formó el primer Gobierno formado por más mujeres que por hombres. De 17 carteras, sin contar con la presidencia, 11 estuvieron lideradas por mujeres. Y, actualmente, el Gobierno de España está formado por más mujeres que por hombres: tres vicepresidentas y 11 ministras. Sí, España ha sido capaz de demostrar que la igualdad formal es posible. Ahora, debemos ser capaces de demostrar que la igualdad real es posible y sostenible en el tiempo.

Nos situamos en la larga recta final de una emergencia sanitaria, económica y social que ha puesto luz allá donde sólo existían sombras o silencio. Y allá donde miremos, encontraremos a más mujeres, porque son las que han estado en la primera línea de la lucha contra el virus. Las mujeres representan el 70% del personal sanitario en todo el mundo y son mayoría en las residencias, en el sector de la alimentación, en los comercios o en la limpieza. Son principalmente mujeres las que nos han cuidado. Son mujeres, también, las que tienen más riesgos de perder sus empleos en momentos de crisis o de más inestabilidad. Son más mujeres las que se han tenido que enfrentar a sus maltratadores y a la amenaza del virus. Hay más mujeres en la administración pública, y hay más mujeres en las escuelas trabajando día tras día (especialmente en el ámbito rural) para evitar una brecha educativa generacional difícil de reparar en el caso de agravarse. Porque la pobreza infantil también se erradica con una educación de mayor calidad. Por tanto, no habrá recuperación económica posible sin las mujeres.

Si la ciudadanía no es la misma que hace 20 meses, el liderazgo tampoco debería serlo. En un momento tan trascendental como el que atravesamos, no deberían permitirse —conscientemente— ni techos de cemento, ni suelos pegajosos, ni precipicios de cristal. El siglo XXI exige de liderazgos para el siglo XXI; y una nueva y profunda cultura de Estado basada en la igualdad, capaz de destruir la idea de que nuestro mundo ha sido tan solo obra de los hombres.

El momento que atravesamos exige de más igualad en la participación política de las mujeres, de liderazgos más transversales, más horizontales y más cooperantes. De liderazgos que piensen en la diversidad de nuestro mundo y que estén centrados en obtener resultados con mejores políticas públicas, pero no para alimentar egos individuales que sólo engorden el poder de unos pocos en detrimento de la mayoría.

Cada resultado positivo que hemos obtenido a lo largo de esta crisis para superarla (como la solidaridad intergeneracional para cuidar de nuestros mayores en los peores momentos de la pandemia, el acuerdo económico europeo, la estrategia de vacunación, la protección social y económica para salvar vidas y el tejido productivo de nuestro país…) ha venido de la mano del diálogo, del acuerdo, de la cooperación y de la unidad. Jamás habíamos sido tan conscientes de la fortaleza que imprime el diálogo, el acuerdo, la cooperación y la unidad. Jamás habíamos sido tan conscientes del inmenso alcance del poder compartido.

Por eso, deberíamos ser capaces de reinventarnos, de adaptarnos a lo que nos demanda el contexto actual. Y no sólo porque es inmensamente justo. Deberíamos poner fin a la era de la jerarquía, la de los jefes del “ordeno y mando”; y abrir un tiempo nuevo, el momento de las y los líderes que crean líderes capaces de impulsar una agenda feminista, humanista e inclusiva, que piense en todas y todos, que propicie el verdadero cambio que nuestras sociedades necesitan.

“La idea es cambiar la naturaleza de la autoridad. Y lo vamos a hacer, pero no podemos realizarlo sin constantemente estamos siendo forzadas a continuar actuando dentro de los mismos esquemas”, escribió Gioconda Belli en El país de las mujeres. Necesitamos más políticas para otra política. Y eso conlleva mejores (y buenos) liderazgos que estén a la altura de las exigencias de nuestra sociedad.