Opinión | MUNDIAL DE QATAR

El codazo que desangró a Luis Enrique

El proyecto de autor del asturiano sufrió un golpe mundialista que no supo asumir, se quedó mirando la herida en vez taponarla y los suyos murieron de miedo. Fue el colofón a una época absolutamente necesaria para la selección, firmada por el mejor entrenador que pudo haber para estas circunstancias.

Luis Enrique, seleccionador español, durante el partido contra Marruecos.

Luis Enrique, seleccionador español, durante el partido contra Marruecos. / DYLAN MARTÍNEZ / REUTERS

Se va Luis Enrique con Besmaya de fondo, el grupo 'indie' que le ha acompañado en la corta aventura de Qatar. Su foto de despedida, con el psicólogo de fondo y la letra de Matar la pena de fondo. Parece compuesta para él: "Hoy me he levantado con el alma por el suelo, sin saber qué hago aquí. Sigo siendo un chico raro a la que las cosas raras le hacen feliz, estoy tan lejos y tan cerca de ti". Con una cara de pena que amplifica las arrugas y que genera empatía.

Porque la caída de un cargo, aunque sea desde una altura a la que aficionado medio nunca llegará, produce pena. Casi siempre acabamos delegando en un ente superior una parte importante de nuestras vidas. En el fútbol, este préstamo sentimental se hace más agudo. Lucho se ha derrumbado desde lo alto del andamio que él mismo ha construido. No ha dejado subirse a nadie, como mucho encaramarse en un nivel inferior previo paso de un exhaustivo examen de estilo y otras cuestiones que en un principio fueron una revolución, pero que terminaron convertidas en inflexible doctrina.

Luis Enrique se va con la nariz ensangrentada. El codazo de Tassotti han sido los resultados en un Mundial que ha querido entender como una canción de autor. Su estructura metálica, perfecta para los entrenamientos y las charlas de grupo, se ha desmoronado en los grandes escenarios de Qatar, donde una fuerte personalidad no basta. Es innegable que ha hecho creer a su grupo, hasta el punto de evitar que cayesen en la autocrítica tras la derrota contra Marruecos. Incluso intuyendo que el padre espiritual no iba a continuar.

Esto es una enorme fortaleza, porque el desempeño de un cargo como el de seleccionador nacional conlleva una responsabilidad nada agradecida. El trabajo es fugaz y depende de terceros. La presión, al límite, encargada por cualquiera, siga o no este deporte, porque el equipo nacional es tema del CIS.

Así lo han demostrado ejemplos de injusticia histórica como los vividos por Luis Aragonés. Era necesario un cambio de ideología y se consiguió con Lucho al mando. España venía de estar en una larga resaca emocional del Mundial de 2010 y atacada por problemas extradeportivos que todavía arrastra.

La selección era como el país, un estado incapaz de entender sus propias tensiones internas y donde el 'todo mal' triunfa. Apareció entonces un frontman que revolucionó los tramos generacionales y que destapó a Pedri, Gavi, Ferran, Ansu, Fati, Nico Williams o Balde, sobre los que se construirá el futuro de la selección. Se quiso armar un presente de gloria, borrando del campo cualquier valor ajeno al torrente juvenil, a excepción de colores complementarios como el de Busquets. Y durante la Eurocopa o la Nations, el relato funcionó gracias a los resultados de los ahí sí quiso hablar Luis Enrique, autor de un colorido gráfico en la previa al Mundial donde exhibía sus méritos.

Se borraron los prejuicios, porque nadie se atrevió a dilapidar a unos niños con estrella que crecían por encima de la media. Lo han hecho a pasos agigantados en medio de una retórica renovada que culminó con la aparición de 'Twitch Enrique' y el compadreo general con una hinchada rejuvenecida. A un lado de la carretera, algunos medios y la oposición fruncían el ceño con el acelerón de la 'luchoneta' y otras palabras que odiarán de por vida. Pero en la cuarta curva, el automóvil, después de haber perdido una rueda en la fase de grupos, se salió de la carretera cargado hasta arriba.

Cuando la tripulación intentó volver a subirse, la mecánica estaba dañada. En vez de atender a los testigos que avisaban de mil averías, Luis Enrique decidió seguir adelante hasta que se le fundieron los plomos. Íbamos a "dar guerra" y a "morir de miedo", pero acabamos, como en 1994, señalándonos la herida sin intentar taponarla, pidiéndole al fútbol que sancionara al que nos había dado el topetazo del que se alegró algún agente doble. Ambos momentos resultaron seguramente injustos, pero a la mujer de la balanza y la espada no le gusta ni le gustará este deporte. Nos fuimos desangrando en la orilla de una época que finaliza con tristeza, pero que fue absolutamente necesaria para construir la selección que vendrá. Luis Enrique fue el mejor entrenador que pudo tener España en estas circunstancias.