Opinión | MUNDIAL DE QATAR

España juega como nadie

Henchida de favoritismo, la selección de Luis Enrique acabó delegando su destino en la eliminada Alemania, diluyéndose en su propio estilo ante Japón, cometiendo riesgos innecesarios y cayendo de bruces en la realidad exprés del Mundial.

El seleccionador español, Luis Enrique, persigue un balón durante el partido contra Japón.

El seleccionador español, Luis Enrique, persigue un balón durante el partido contra Japón. / JAVIER SORIANO / AFP

Llegaba la selección al último partido de la fase de grupos envuelta en piropos. “Nadie juega como España” fue la frase repetida en diferentes salas de prensa, replicada en público por los jugadores y hasta por el propio Luis Enrique. Como si del EGM se tratara, todas las noticias que rodeaban al combinado nacional eran positivas. Esta carga de favoritismo hace tambalear todas las estructuras, como ha demostrado la eliminación de Bélgica o el pavor con el que aún se levanta Argentina.

Dice Lucho que la selección quiere maltratar al rival con el balón, como si de un péndulo se tratase. Pero la hipnosis no es un tratamiento que sirva a largo plazo. Aún menos en un torneo exprés, donde cada partido es un episodio particular. Se ha empeñado el vestuario en dibujar una serie de siete capítulos y esto no le acerca más al destino final. Quiere aislarse tanto España del espacio exterior que, como le sucedió contra Japón, deambula en su propia autarquía. Con la derrota no tendrá más remedio que abrirse al mundo, que no es tan ideal como prometía.

Asegura Luis Enrique que "de miedo no vamos a morir", pero tampoco va a sobrevivir el fútbol español pensando únicamente como el que más toques encadena. Se vio eliminada España y no supo salir de ahí. El parche de glucosa que el seleccionador lleva en el brazo debería servir para no empalagarse con el autobombo y centrarse más en los detalles. Es decir, los bordes del pastel, que son los que terminan de modo prematuro con una participación en un Mundial que se han tomado tanto o más en serio equipos con menor tradición. La historia solo sirve para acordarse de ella.

España es vulnerable y ante Japón lo fue a través de lo que ofrece como fortaleza. Moriyasu replicó el plan que dispuso contra Alemania y remontó con fugacidad. El desfile de pases horizontales terminó en errores absurdos y con la asunción de peligros innecesarios por parte de Unai Simón y compañía. Aseguraba el meta en la previa que la selección no jugaba con riesgos, aunque lo hacía con los grilletes del estilo.

La selección iba de salvaguarda de Occidente, confiando en que tenía el timón del destino de Alemania. Sucedió al revés en este estrábico desenlace, que obligó a mirar el desastre germano, que no encontró una mano amiga en España para ser rescatada. Cierto es que este fútbol tecnificado hasta la médula es absurdo y un chip decide si un balón sale para decidir un gol, como sucedió con el 1-2.

Pero es una realidad para la que no hay marcha atrás, como la globalización del fútbol. Todavía hay un tufo eurocentrista que no se para a mirar las convocatorias. Japón es tanto o más europea que España. Y lo mismo sucederá con Marruecos (rival en octavos), a la que algunos desearon como si fuera un filial. Todo por evitar a Brasil. Sin embargo, la canarinha, precisamente una espartana liberada del jogo bonito, no va a esperar en un salón a que llegue el postureo hispano. Y sí, al final España jugó como nadie, como nadie quiere volver a verla.