Opinión | MADRID CON GAFAS PLURALES
El Madrid soñado
Los que no somos de Madrid tuvimos el privilegio de soñarlo, vino a decir Sabina, pero eso significa también haber imaginado una ciudad que nunca existió
El semáforo aún está en rojo, pero sé perfectamente que ya puedo cruzar. Conozco su cadencia. Me adelanto al resto de peatones que se agolpa al borde de esta esquina de la Gran Vía y avanzo tranquilo mientras compruebo, sorprendido, que soy el único en hacerlo. ¿Ya soy madrileño?, me alarmo. Podría incluso repetir la secuencia, invariablemente, a lo largo de la calle, un poco como Bill Murray en 'Atrapado en el tiempo'. ¿Es que soy el único vecino de esta ciudad?
En realidad, la Gran Vía es sólo uno de muchos Madriles. Quizás su condensación más líquida. Olas de peatones, un flujo vital inagotable, contra la proa del edificio Capitol, que conserva algo de su falsa promesa marítima. Me detengo a observar el anuncio de Schweppes, en su cima. En mi imaginario, el neón se ilumina indisociable de la escena de 'El día de la bestia'. Y me pregunto cuánto hay en la película de Álex de la Iglesia –que como yo llegó hasta aquí desde Bilbao– de su Madrid soñado o inventado desde la distancia. Cuánto de esa idea a la que aludía Sabina cuando dijo sentirse "más madrileño que el alcalde de Madrid porque los que han nacido en Madrid no han podido soñarlo".
Pero a sólo unos pasos están los jevis de la Gran Vía, que son madrileños y tienen también un Madrid soñado en la memoria. El de Madrid Rock, su querida tienda de discos, y una época quizás ya desaparecida.
Quienes concebimos Madrid a nuestra manera aún buscamos a veces esa ciudad, extinta o ficticia. Sin éxito, claro. Sólo cabe fabularla, como hacía Umbral.
En todo eso va uno pensando por la Gran Vía hasta que una joven carpeta en ristre interrumpe la reflexión.
–Perdona, ¿tienes un minuto?...
–No, lo siento –intento cortar, frenando un poco el paso. Y mientras insisto con un "perdona" adivino su respuesta, de nuevo como un Bill Murray madrileño, y no puedo evitar sentirme algo malvado y culpable, como él, mientras la voz se apaga ya detrás de mí:
–Gracias por parar, que no me paran ni los taxis.
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