RINCONEANDO MADRID

Pabellón de los Hexágonos: la eficiencia arquitectónica del número seis

Internacionalmente premiado, el Pabellón de los Hexágonos fue un hito de la arquitectura modular que cayó en el olvido. Desde 2021 se puede visitar una parte restaurada

Interior del Pabellón de los Hexágonos, en la Casa de Campo de Madrid.

Interior del Pabellón de los Hexágonos, en la Casa de Campo de Madrid. / FELIPE NOMBELA / AYUNTAMIENTO DE MADRID

Víctor Rodríguez

Víctor Rodríguez

Ubicado en el recinto ferial de la Casa de Campo, si se llega desde la zona del Lago cuesta imaginar que el conjunto prácticamente ruinoso de estructuras de ladrillo y metal de aparentemente caprichosa forma hexagonal rodeado por una valla y comido por las hierbas sea un hito arquitectónico. Premiado internacionalmente, llegó a eclipsar una construcción de Le Corbusier. Un tal Kasprum, entre otros grafiteros, ha dejado prescindible huella de su paso. La cosa cambia acercándose desde la Avenida de Portugal. Entonces se ve la parte restaurada de este Pabellón de los Hexágonos, el edificio 'desmontable' de José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún que representó a España en la Exposición Internacional de Bruselas de 1958 y que se trajo a Madrid un año después. Sobre todo si se accede al interior, bajo la cubierta de hexágonos que se repiten a diferentes alturas, se aprecia su valor, se entiende qué es la arquitectura modular y se comprende por qué se estudia en las escuelas.

«En 1956, cuando Corrales y Molezún ganan el concurso, en Madrid se están construyendo el Valle de los Caídos, una mole de piedra, y la Casa Sindical [actual Ministerio de Sanidad], una mole de ladrillo, y ellos plantean algo ligero y radicalmente distinto», explica Vanessa Montesinos, conductora de visitas guiadas por el edificio. Pero más allá de ese aspecto liviano, lo que destaca del Pabellón de los Hexágonos es la solución arquitectónica que propone al problema que se le plantea. Las condiciones impuestas por Bélgica implicaban que cada recinto debía desinstalarse al fin de la exposición sin alterar el terreno del bosque de Heysel, no se podían cavar o cubrir zanjas ni talar árboles. Y la idea de la pareja de arquitectos fue organizar la edificación en módulos que se pudiesen distribuir de distintas formas. Siguiendo el precepto de que la función antecede a la forma recurrieron al hexágono, una figura óptima para cubrir el espacio en distintas configuraciones. Además dieron a esos hexágonos de hormigón celular, de seis metros de diámetro y sustentados por columnas de hierro galvanizado de entre 3,5 y nueve metros de altura, cierta forma cóncava de manera que el agua de la lluvia confluyese hacia el centro y pudiese canalizarse, a través del fuste hueco de las columnas a la red de desagüe.

En el interior, a cuyo diseño aportaron ideas artistas como Chillida o Vaquero Turcios, el mobiliario también adoptó formas hexagonales. En los algo más de 3.000 metros cuadrados que cubrían sus 130 hexágonos, los visitantes pudieron ver creaciones como el autogiro frente a piezas más folclóricas como indumentaria taurina. «También se pudo contemplar, previo pago de 10 francos belgas, una obra de Dalí: 'Santiago el Grande'», detalla Montesinos. Aquella Exposición Universal de Bruselas de 1958 fue la primera en la que pudieron participar empresas y Philips encargó el diseño de su espacio a un tótem como Le Corbusier. Bélgica erigió el hoy célebre Atomium. El jurado, sin embargo, decidió que la Medalla de Oro de Arquitectura debía ser para el Pabellón de los Hexágonos español.

Desmontable como un mecano, el galardonado edificio vino de vuelta a Madrid en 1959. Se barajaron distintas ubicaciones: los jardines de Nuevos Ministerios, el Retiro, Barajas... Finalmente se optó por la Casa de Campo. Allí se levantó con una disposición de los hexágonos muy distinta a la forma de V que había tenido en Bruselas. En una posterior ampliación incluso ganó 13 hexágonos. Hasta 1975, acogió las Ferias de Campo que con carácter bianual o trienal organizaba el régimen de Franco.

Con la llegada de la democracia cayó en desuso. Residualmente se utilizó como lugar para la realización de prácticas de los alumnos de la escuelas taller, pero el abandono y el deterioro fueron progresivos. Y así seguiría si el movimiento vecinal no lo hubiese resucitado. Tras un campaña de recogida de firmas, el Ayuntamiento decidió finalmente acometer su recuperación en 2018 y, después de una inversión de cerca de 1,4 millones, se ha reformado un espacio de aproximadamente un tercio de todo el pabellón, que es a lo que desde 2021 se puede acceder, únicamente previa reserva de visita guiada –gratuita– bajo el programa municipal Pasea Madrid. Se encuentra en fase de redacción el segundo tramo del proyecto de rehabilitación, sin que esté clara la fecha de ejecución ni su futuro uso. Se ha hablado de hacerlo espacio expositivo con una muestra permanente sobre la historia del edificio, pero nada hay definido.

El olvido de la emblemática construcción no fue, en cambio, el de sus autores. Corrales y Molezún siguieron trabajando en Madrid, donde fueron autores de la Estación de Chamartín o el Edificio Bankunión, hoy sede de la Comisión Europea en la capital. Curiosamente, su Pabellón de los Hexágonos no fue el único de aquella Exposición Universal de Bruselas que acabó en Madrid. También se trajo el de Luxemburgo. Funcionó como sala de exposiciones de la Cámara de Comercio, en el paseo de la Castellana, hasta que fue desplazado por las Cuatro Torres. Más corta fue la vida del flamante pabellón Philips de Le Corbusier, desmantelado tras la muestra y nunca vuelto a levantar.