Opinión | MADRID

Jorge Juan, habano y bótox

Para quienes no les alcance el bolsillo, no hace falta ni comer, solo dejarse caer y disfrutar del paisanaje

Tamara Falcó.

Tamara Falcó. / Agencias

Las terrazas de Jorge Juan entre Velázquez y Serrano se pueblan a diario de señores con un Cohíba entre los dedos y señoras que nada tienen que envidiar al vestidor de la Preysler ni al talento de su cirujano plástico. Amazónico, El Paraguas, La Máquina, La Bien Aparecida, el callejón de la calle Puigcerdá, alta cocina a precio de quien puede complementar la carta de platos con un habano formidable o acudir periódicamente a darse un chute de bótox. La calle Jorge Juan huele más a puro que a comida, y es una pasarela ‘gastrosociológica’ del cogollito del barrio de Salamanca. Te encuentras a Mariano Rajoy y dos mesas más abajo a Andrés Calamaro. Enfrente de ellos, unos adolescentes en plena sesión de fotos para Instagram y una empleada de servicio paseando al perro del propietario. Para quienes no les alcance el bolsillo, no hace falta ni comer, solo dejarse caer y disfrutar del paisanaje.

En La marquesa’, el ‘docureality’ de Netflix que narra las peripecias de Tamara Falcó para abrir un restaurante a 54 kilómetros de Madrid, se produce un diálogo entre la protagonista y su madre, Isabel Preysler. La primera apuesta por ubicar su proyecto en la fortaleza del siglo XIX que heredó de su padre, el marqués de Griñón. La Preysler duda del éxito de la empresa. ¿Quién de entre sus amistades va a ir a comer a un palacio a una hora de la capital? Y le aconseja: "¿Un restaurante? Ábrelo en Jorge Juan". Si sabrá ella.