Guerra en Oriente Próximo

Habitante de un kibutz atacado por Hamás: "Será un reto enseñar a las nuevas generaciones que al otro lado también hay gente buena"

En cuanto fue consciente de que ocurría algo, él, su esposa y sus hijos se escondieron en las habitaciones más seguras de la casa

La alambrada que cerca un kibutz en Israel.

La alambrada que cerca un kibutz en Israel. / EFE

Sebastián Katlirevsky nunca olvidará lo que vivió el pasado sábado 7 de octubre. Eran apenas las 6.30 de la mañana cuando de pronto una alarma antiaérea le despertó y le obligó a refugiarse durante más de un día junto a su familia. "Como la mayoría de israelíes, estoy acostumbrado a las sirenas, pero normalmente cuando suenan, nos hacemos una idea de por qué, o al menos, de algún modo sabemos que está habiendo tensiones en la frontera o algo así. Aquel sábado nadie esperaba nada", relata a EL PERIÓDICO, del grupo Prensa Ibérica, Katlirevsky. Hace siete años que este argentino de Córdoba se mudó a Israel y vive junto a su esposa y sus tres hijos en un kibutz a 14 kilómetros de la frontera con Gaza.

En cuanto fue consciente de que ocurría algo, él, su esposa y sus hijos se escondieron en las habitaciones más seguras de la casa. "Estuvimos un rato y cuando vimos que era algo más seguro, decidimos cruzar al bloque de enfrente, dónde sí tienen un refugio", asegura este padre de familia. "Cruzamos apresurados, en pijama y con lo puesto para ponernos a salvo junto a nuestros vecinos", explica. Estos refugios comunitarios son habituales en los kibutz y habitualmente los utilizan los vecinos de los bloques de pisos cercanos, pero en esta ocasión la presencia de cuatro jóvenes desconocidos les sorprendió. "En aquel momento no sabíamos nada de lo que estaba ocurriendo, solo teníamos la percepción de que esta vez era más grave que en ocasiones anteriores", recuerda. "Me llamó la atención ver a cuatro muchachos que no tenían buena pinta. Tendrían entre 18 y 25 años y no pronunciaron ni una sola palabra", explica. "Estaban en una esquina, callados y tardaron más de medio día en empezar a hablar", asegura.

El horror en imágenes

"Con el paso de las horas, nos empezaron a llegar imágenes del horror. Al principio creímos que eran fake news, pero tras ir recibiendo más y más vídeos empezamos a hacernos una idea", dice. "A partir de los vídeos supimos que estaban habiendo violaciones de chicas, con sus amigos o sus novios muertos al lado, y asesinatos, secuestros, niños escondidos en armarios que presenciaron la muerte de sus padres, familias enteras asesinadas...", recuerda. Sebastián explica que es "irónico" cómo la violencia se ha cebado con comunidades como la suya en la que la mayoría de habitantes son "gente de izquierdas, que aboga por la paz, por vivir en convivencia". "Va a ser un gran reto el hecho de tener que enseñarle a la siguiente generación que hay gente buena también del otro lado", reflexiona. Pero no pierde la esperanza.

"Vimos unas imágenes de una furgoneta blanca y terroristas disparando a bocajarro y entonces empezamos a atar cabos. Aquellos chicos estaban en shock porque habían escapado de la famosa fiesta en la que irrumpieron los terroristas", explica. Sebastián recuerda que trataron de comunicarse con ellos pero que los jóvenes solo estaban de cuerpo presente. "No nos explicamos cómo consiguieron acabar allí, en aquel refugio de mi barrio. Estábamos a unos 10 kilómetros de la fiesta. Ellos lograron escapar y salvarse pero muchos otros no", explica.

Sebastián responde a estas preguntas desde un área segura donde actualmente se encuentra refugiada su familia desde el domingo pasado y a la que él ha llegado después para visitarles unos días. "Vivo en una cooperativa agrícola. Es una especia de barrio cerrado y dentro tenemos la zona ganadera en la que hay el tambo (fábrica de lácteos) en el que trabajo y nuestra comunidad y las de alrededores llevamos a los niños al mismo colegio", explica este ganadero. No se marchó con su esposa y sus hijos por una cuestión de responsabilidad. "El tambo tiene que seguir produciendo, si no las vacas se mueren y eso es un tema de seguridad alimentaria. Necesitamos seguir produciendo alimentos, así que yo me quedé todos estos días durmiendo en el refugio y yendo a trabajar, haciendo lo mínimo posible por los animales y cuidando a mi grupo de trabajo también”.

El reto de volver a casa

"Queremos volver a casa, pero vivimos en la que podríamos considerar que es la segunda línea y eso lo hace muy peligroso", cuenta Sebastián, angustiado. Conoce a muchas personas secuestradas o desaparecidas. Antes de seguir hablando pide unos minutos. "Déjame que me aparte, no quiero que mis hijos oigan lo que voy a decir", justifica. Sebastián asegura que una joven conocida de su comunidad, de apenas 18 años, desapareció y poco después encontraron su cuerpo. "Todavía hay entre 200 y 300 cuerpos por identificar, lamentablemente nos afecta a todos este horror", asegura. "Estamos agotados, el estrés es abrumador. Sufrimos en todo momento por lo que les pueda pasar a nuestras familias", explica. "Gracias a Dios Israel está unido por la solidaridad y las comunidades más lejanas acogen a los refugiados de las comunidades que están en peligro, pero sabemos que hay gente que hasta dentro de uno o dos años no podrá volver a su casa porque está completamente destruido el kibutz", explica.