GUERRA EN UCRANIA

Odesa, la ciudad orgullosa de su herencia rusa hasta que la guerra lo destruyó todo

La ciudad ucraniana se replantea qué hacer con su incómodo pasado mientras la población prorrusa se marcha o guarda silencio

Imagen de archivo de Odesa durante la guerra de Ucrania.

Imagen de archivo de Odesa durante la guerra de Ucrania. / DPA

Ricardo Mir de Francia

Ricardo Mir de Francia

Cuando comenzó la invasión rusa de Ucrania, el alcalde de Odesa tardó cinco días en pronunciarse sobre la agresión, cinco días eternos en condenar los bombardeos masivos que sirvieron de paraguas letal para la irrupción de las tropas del Kremlin en territorio ucraniano. “Optó por esperar a ver qué pasaba”, dice ahora el concejal de la oposición Petro Obukov en uno de los parques de la llamada ‘Perla del Mar Negro’, históricamente la más cosmopolita, literata y golfa de las urbes ucranianas. “Al igual que el gobernador de la región, pensaba que los rusos podrían tomar Kiev en unos días y luego temía la reacción de buena parte de su electorado, que por entonces sentía una fuerte afinidad con Moscú”. No en vano, en las últimas elecciones municipales (2020) los partidos prorrusos obtuvieron casi la mitad de los escaños del consistorio. 

Aquel alcalde, el veterano Gennady Trujánov, acabó condenando sin tapujos la invasión y sobreviviendo en el cargo, a diferencia del gobernador, decapitado políticamente por el presidente Volodímir Zelenski al séptimo día. Pero su historia ilustra la actitud inicial frente a esta guerra de una parte significativa de los ciudadanos de Odesa, una ciudad de identidades cruzadas y lealtades polígamas, rusófona hasta la médula y tan orgullosa de su mestizaje europeo como de su herencia imperial rusa hasta que Putin se lanzara a desmembrar el país a sangre y fuego. Un desastre en curso que no solo ha obligado a la ciudad a replantearse qué hacer con su pasado, sino que ha enviado a algunos de sus habitantes a una especie de exilio interior mientras trastornaba los afectos plurinacionales de otros. 

“La cultura y la lengua rusa son una parte integral de muchos de nosotros, pero desde que comenzó esta guerra horrible vivimos en una gran confusión. ¿Cómo se rompe con algo tan arraigado en tu identidad?”, se pregunta Kateryna Yergueva, una ucraniana que trabaja desde hace una década en el Museo de Literatura de la ciudad, consagrado en su mayor parte a autores rusos. 

Pushkin vivió exiliado en la Odesa y otros como ChéjovTolstoiMayakovski o Ajmátova la visitaron con cierta asiduidad. “La literatura rusa se ha convertido en una herencia incómoda”, reconoce. “Tenemos que encontrar una nueva forma de hablar de ella porque la alta cultura no es responsable de lo que está haciendo el régimen de Putin. Es patrimonio de la humanidad”.

Estatua de Caterina la Grande

Un grupo de historiadores ucranianos ha pedido que se destierre del museo a los autores rusos, algo semejante a las más de 25.000 firmas que han exigido al Ayuntamiento el desmantelamiento de la estatua dedicada a Caterina la Grande, la emperatriz rusa que fundó la Odesa modera tras conquistar a los otomanos en 1794 la guarnición militar que entonces ocupaba su espacio. Y si bien sería una ensaladera de franceses, judíos, italianos, griegos, ucranianos o armenios los que dieron a la ciudad su carácter, aquel sería el inicio de más de dos siglos de dominación rusa –y luego soviética—de Odesa. Hoy bajo el pedestal de la altiva emperatriz se puede leer un grafiti tachado con la palabra “Asesina”. 

La desrusificación en marcha, que en realidad empezó en 2014, divide a la ciudad. O por lo menos el grosor de la brocha con el que ofuscar el pasado. “Visualmente adoro el monumento”, reconoce el historiador Babich Oleksandr refiriéndose a la estatua de Caterina II desde las antiguas oficinas de su agencia de viajes. Han sido reconvertidas en un centro logístico donde grupos de voluntarios recogen material donado para el Ejército ucraniano. Junto a su escritorio tiene una fotografía de Putin con una mira apuntándole a la cabeza. “Durante mucho tiempo estuve encantado de glosar nuestra historia común, pero como ucraniano considero ahora que deberíamos cortar el cordón umbilical con Rusia. Es como abrir en canal un cuerpo vivo, por eso está siendo tan doloroso”.

Mercado inmobiliario

Lo que ha sí desaparecido de Odesa son los rusos que copaban una parte sustancial de su turismo y su mercado inmobiliario. Desde viviendas a hoteles o negocios de diversa índole. “No hay estadísticas fiables, pero la mayor parte lo vendieron después de la anexión de Crimea en 2014. Todas las transacciones están ahora congeladas”, asegura Iryna Kolodko, una empresaria del sector. Kolodko explica que, si bien técnicamente, los rusos con residencia y familia en Ucrania todavía pueden vender, los notarios no tramitan las operaciones por temor a que haya detrás testaferros. “El sector vivió sus días dorados antes de 2014. Odesa era para los rusos como San Petersburgo. Compraban palacetes y apartamentos muy caros”, añade desde una cafetería. También era el patio de recreo de sus capos mafiosos, que llegaban a la ciudad en jets privados.

Nada queda tampoco del acalorado debate político que un día se libro en sus calles, de las que han desaparecido también el grueso de las fortificaciones que se levantaron después de la invasión, cuando se creía que el Kremlin trataría de asaltar la ciudad. Nadie da ese objetivo por abandonado, pero en estos momentos está claro que Rusia no está en condiciones intentarlo. “La población prorrusa no se ha manifestado desde el principio de la guerra, es demasiado peligroso para ellos”, explica el concejal Obukov. “Algunos han cambiado de postura al entender quién es el verdadero agresor. Otros han huido del país y muchos guardan silencio”. 

Y luego hay otros que no eran necesariamente afines al Kremlin, pero sí rusos ucranianos que han quedado emocionalmente devastados por la guerra. Con su identidad triturada. “Dentro de mí siento devoción por la patria rusa, pero estoy muy decepcionada políticamente”, asegura Angelika Ihnatenko, una agente inmobiliaria nacida en Rusia, casada con un militar ucraniano y residente en el país desde hace tres décadas. “Siento un enorme dolor, incluso a un nivel físico cada vez que se produce uno de estos horribles ataques. Cada día sueño que la pesadilla se acaba para volverme a levantar con este tormento. Está durando demasiado tiempo”, afirma esta mujer de 51 años.