Opinión | La campaña militar

Balance y perspectivas a un mes del inicio de la invasión

Consciente del daño de las sanciones de que nada le garantiza la victoria, la verdadera negociación de Putin empezará cuando Mariúpol esté en sus manos

Un hombre ante un edificio en Mariúpol destruido por los bombardeos, este jueves.

Un hombre ante un edificio en Mariúpol destruido por los bombardeos, este jueves. / ALEXANDER ERMOCHENKO / REUTERS

En principio puede parecer poco tiempo, pero cuando ya se cumple un mes desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania es posible extraer algunas conclusiones sobre lo ocurrido y vislumbrar la evolución inmediata del conflicto provocado por el aventurerismo militar de Vladímir Putin.

A la luz de la actual situación sobre el terreno –resumida en la idea de que Ucrania todavía resiste, pero Rusia sigue avanzando lentamente–, resulta evidente que Putin no ha logrado todavía ninguno de sus objetivos. Su primera opción –una guerra relámpago que ni siquiera se ocupó de lograr el dominio del espacio aéreo y “ablandar” los objetivos para facilitar el avance de las unidades terrestres– no se ha traducido ni en el derribo de Volodímir Zelenski ni en el control de la totalidad del Donbás. Y lo peor para sus planes es que la segunda –una táctica inhumana, con ataques indiscriminados contra la población civil para doblegar su capacidad de resistencia– tampoco ha tenido mejor resultado, más allá de provocar una grave crisis humanitaria, con más de 10 millones de ucranianos convertidos en desplazados o refugiados.

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/ Agencia ATLAS | REUTERS

Por su parte, un líder cuestionado inicialmente como Zelenski se ha convertido en un referente central de la resistencia ucraniana, en un ganador neto de la batalla del relato frente a la narrativa rusa –que sostenía que su intención era liberar a los 44 millones de ucranianos de un gobierno nazi y genocida– y en un actor escuchado en todas las capitales occidentales. En todo caso, es evidente que, con unas fuerzas tan inferiores, la victoria está fuera de su alcance.

A partir de ahí lo previsible es que Putin agote todas las opciones militares que le quedan. Para ello, ante el desastroso rendimiento de sus tropas y ya irremediablemente inmerso en una guerra de desgaste, todavía le queda la posibilidad de realizar un redespliegue, abandonando algunos frentes para concentrarse en la capital y en el Donbás; añadir más fuerzas procedentes de otros distritos militares, arriesgándose a desguarnecer sus fronteras con otros países; lograr la incorporación de las tropas bielorrusas y de “voluntarios” sirios para realizar el asalto a Kiev y otras localidades; o, mucho más preocupante aún, escalar el conflicto con armas de destrucción masiva.

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/ Agencia ATLAS | Foto: EFE

Por su parte, Zelensky tiene menos opciones en la medida en que ya la totalidad de sus fuerzas armadas están movilizadas y se ven obligadas a mantener un despliegue simultáneo en muchos frentes, sin posibilidad de generar una superioridad de fuerzas en presencia que le permita dar la vuelta a la situación. Su apuesta consiste básicamente en resistir y en seguir reclamando a quienes le están apoyando que aumenten las sanciones económicas contra Rusia y que le suministren armas más potentes.

Entretanto, en el campo diplomático no ha habido hasta ahora nada que pueda ser calificado de verdadera negociación, ni siquiera para garantizar el funcionamiento de los corredores humanitarios. Putin simplemente se ha limitado a plantear las condiciones para la capitulación ucraniana –desmilitarización y reconocimiento de Crimea y del Donbás como territorios rusos–, considerando que su superioridad militar todavía le permite soñar con la victoria. Aun así, un cálculo de mínimos apunta a que, consciente de que el daño de las sanciones está siendo muy duro y de que nada le garantiza la ansiada victoria, la negociación empezará a partir de que finalmente Mariúpol –clave para garantizar el control del citado corredor– esté en sus manos.