Opinión | BARRACA Y TANGANA

Niños prodigio

Hay madres que fantasean con un hijo ministro, astronauta o futbolista. La mía, en cambio, me mentalizó para ser calvo

Cubarsí avanza perseguido por Mayoral durante el partido de liga entre el FC Barcelona (Barça) y el Getafe en el estadio Lluis Companys.

Cubarsí avanza perseguido por Mayoral durante el partido de liga entre el FC Barcelona (Barça) y el Getafe en el estadio Lluis Companys. / JORDI COTRINA

Estoy siguiendo con bastante atención la irrupción de Pau Cubarsí, más que nada por no desperdiciar ninguna ocasión de decir ‘Cubarsí gana el Madrid’. En esa línea de interés inusitado, el otro día leí un reportaje muy chulo que firmaba Arnau Segura, y que contaba los orígenes de Cubarsí, que es de Estanyol, un pueblo muy pequeñito de la provincia de Girona.

Mi momento favorito asomó con la declaración de una vecina, que explicaba que una señora, al salir de misa, pidió un aplauso colectivo "porque tenemos un jugador del Barça". Y claro que sí.

Cubarsí tiene 17 años. Debutó con 16 y poco después Xavi, su entrenador, dijo que no aparentaba tener 16 años. Efectivamente: al día siguiente cumplió 17

Se me ocurren pocos motivos tan limpios para aplaudir todos juntos en la plaza del pueblo: tener a uno en el Barça. Ahora quiero un reportaje sobre esa señora.

Cubarsí tiene 17 años. Debutó con 16 y poco después Xavi, su entrenador, dijo que no aparentaba tener 16 años. Efectivamente: al día siguiente cumplió 17.

Crecer rodeado de altas expectativas

Con 16 o con 17 años, se podría decir que Cubarsí es un niño prodigio. Por lo que sea, yo siempre empatizo muy fuerte con los niños prodigio. Quizá esto me ocurre porque sé lo que es crecer rodeado de altas expectativas. Mi madre esperaba mucho de mí, desde pequeño.

Yo estaba tan tranquilo, de niño, viendo en la tele dibujos animados, y mi madre se sentaba a mi lado y empezaba a acariciarme el pelo, en una entrañable escena que solía romperse cuando articulaba sus pensamientos en voz alta. "Enrique", -me decía- "de mayor serás calvo".

Mi madre repetía mucho eso de quedarme calvo y yo crecí con esa presión sobre mis hombros (nunca mejor dicho). Hay madres que fantasean con un hijo ministro, astronauta o futbolista: la mía me mentalizó para ser calvo.

Sin venir a cuento, en cualquier viaje en carretera, mi madre repasaba nuestro árbol genealógico con una crudeza sobrenatural, etiquetando un calvo tras otro en las ramificaciones de padre, abuelos, bisabuelos y tíos varios. Su argumentación era implacable: alguna vez al peluquero se le ocurría comentar que yo tenía mucho pelo, que no me quedaría calvo, y mi madre salía al cruce sacando de la chistera algún primo tercero o cuarto que de chaval también tenía mucho pelo, que era el melenudo del pueblo, y se quedó calvo a los 20 años.

Vivir a todo trapo

Con esta perspectiva en el horizonte, no tuve más remedio que vivir rápido, a todo trapo. Como una estrella del rock pero sin rock y sin estrella. Mientras tuviera pelo, no podía desperdiciar un fin de semana. Ni siquiera un amago de fiesta entre semana. Tenía que aprovechar el tiempo antes de que llegara la carta. Porque esa es otra.

En verano cumplí 40 años y aún no soy lo que se dice calvo. Pido perdón: todavía tengo pelo y no me ha llegado ninguna carta. Hasta en eso, en algo que parecía tan claro, he decepcionado a mi pobre madre y por eso empatizo siempre muy fuerte con los niños prodigio del fútbol

Miraba el buzón de casa por si llegaba la carta de los que hacen las estadísticas oficiales del porcentaje de calvos entre la población adulta, por si me tocaba. Así, entre una cosa y otra, encadené locuras: busqué un trabajo, me casé joven, tuve tres hijos y hasta me hice columnista precoz, antes incluso del Erasmus.

Sin embargo, y para disgusto de mi madre, he fracasado. En verano cumplí 40 años y aún no soy lo que se dice calvo. Pido perdón: todavía tengo pelo y no me ha llegado ninguna carta. Hasta en eso, en algo que parecía tan claro, he decepcionado a mi pobre madre y por eso empatizo siempre muy fuerte con los niños prodigio del fútbol, y quiero que cumplan las expectativas, que no se traumaticen y que les vaya bien: para que les brinden ovaciones al salir de misa, en el pueblo, y su familia esté orgullosa de ellos, como mi madre de mis primos calvos.