FÚTBOL Y DELINCUENCIA
Hooligans al servicio de políticos y narcos en los Balcanes: "Son jóvenes sin futuro y fáciles de manipular"
Los grupos ultras de Serbia y otros países del entorno forman parte de los círculos políticos y del crimen organizado al más alto nivel, según un estudio de Global Initiative
A cambio de ejercer como seguridad en mítines o sofocar protestas, los radicales consiguen apoyo en procesos judiciales y sus cabecillas desarrollan sin trabas sus negocios
El fútbol, o más bien lo que rodea al juego, se ha convertido en un reflejo del poder en el espacio de la antigua República de Yugoslavia. Los grupos ultras participan activamente en la vida de determinados partidos políticos, que utilizan a jóvenes hooligans como correas de transmisión de sus propuestas o para sofocar revueltas en su contra. Las gradas son un territorio desde el que se domina la extorsión y el tráfico de drogas, tal y como analiza el informe 'Juegos peligrosos. Hinchas de fútbol, política y crimen organizado en los Balcanes occidentales', elaborado por Global Initative, una organización independiente especializada en el crimen organizado.
Según Sasa Djordjevic, coautor del estudio junto a Ruggero Scaturro, “los hooligans en los Balcanes son famosos por usar la violencia, especialmente en derbis y contra la policía, aunque es menos conocida su vinculación con políticos locales, que a veces utilizan a los ultras para promover a sus intereses”. Aunque esta situación no es reciente ni mucho menos y hunde sus raíces, directamente, en los 90, en la guerra de los Balcanes, donde, por ejemplo, Slobodan Milosevic, expresidente yugoslavo, responsable de crímenes contra la humanidad, reclutó a hinchas radicales del Estrella Roja como paramilitares. Pero después se volvieron en su contra.
"La historia reciente de esta región es una sucesión de tensiones étnicas y guerras. En un partido se mostró una pancarta en la que se decía: 'Serbian Sparta', lo que implicaba el reconocimiento de Montenegro como un estado serbio. En los estadios se entonan mútiples cánticos que avivan los sentimientos nacionalistas, especialmente en los partidos locales de la multiétnica Bosnia y Herzegovina", explica a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA Ruggero Scaturro.
“Solo judíos y cobardes”
El equipo que ganó la Copa de Europa de 1991 con la mágica generación de Prosinecki, Jugovic y compañía fue fundado por la Liga Juvenil Antifascista en 1945, pero con el paso de las décadas y de la apertura de miles de grietas en la problemática balcánica pasó a ser más conocido por el nacionalismo serbio. Los ultras del Estrella Roja son los Delije, que significa “valientes”, y desde su fundación se enfrentan a los Grobari, “sepultureros”, los radicales del Partizan de Belgrado, en uno de los derbis más violentos del continente. Estos últimos llegaron a perpetrar un secuestro de hinchas croatas del Spit en 1981.
Ambos acumulan un importante historial de detenciones e incidentes a sus espaldas. En 2007, el Partizan de Belgrado fue descalificado de la UEFA tras exhibirse en su estadio pancartas con el rostro del comandante Radovan Karadzic y el exgeneral Ratko Mladic, condenados por crímenes de guerra y por el genocidio de Srebrenica durante la guerra de Bosnia. En 2014, otra sanción después de mostrar una pancarta con el lema “solo judíos y cobardes” durante el partido contra el Tottenham. El equipo inglés tiene una honda relación con el judaísmo, algo que ha sido utilizado como base de insulto para otras aficiones como la del Arsenal, que durante décadas denominó a los Spurs con la forma despectiva ‘yid’.
"La influencia de los grupos ultras cambia según el tipo de relación que tengan con el club y su arraigo. El técnico italiano Gennaro Gattuso, estuvo cerca de firmar un contrato con el Tottenham, pero los seguidores del club protestaron, sobre todo a trevés d las redes sociales por comentarios que hizo en el pasado (sobre el matrimonio homosexual o el racismo), que la gerencia tuvo que renunciar y contratar a otro entrenador", explica Ruggero Scaturro.
La patada de Boban
En resumen, los estadios han sido un termómetro social de la situación sociopolítica de Yugoslavia y, posteriormente, de todas las repúblicas salientes de los procesos de independencia. El episodio más ilustrativo de que el fútbol y la política forman una única forma se vivió el 13 de mayo de 1990, con la patada de Boban. En el transcurso de un Estrella Roja (serbios) contra el Dinamo de Zagreb (croata) se desató una batalla campal que acabó convirtiéndose en el prólogo de la Guerra de Croacia. La estrella del equipo que ejercía como local en el estadio Maksimir de la capital croata, Zvonimir Boban, le dio una patada a un policía que estaba cargando contra la hinchada del Dinamo.
“Cada país tiene su peculiaridad. En los grupos de habla albanesa es frecuente ver un águila bicéfala. Mantienen vínculos con los supporters de Kosovo y Macedonia del Norte. En Bosnia y Herzegovina, Macedonia del Norte y Serbia, muchos serbios están asociados con la Iglesia Ortodoxa. Veneran, por ejemplo, primer arzobispo ortofoxo serbio San Sava y antes de los partidos, a menudo ultras destacados del Estrella Roja o Partizan se reúnen eu su templo”, relata Ruggero Scaturro, quien añade a estas cuestiones nacionales todo tipo de eslóganes antiizquierdistas y símbolos fascistas.
La relación de los grupos radicales con el poder es fundamental. Como también ocurre con los Barras Bravas, sobre todo en Argentina -cada vez más en otros países como México- , con los ultras de los países de Europa del Este o en Italia, donde tienen vínculos acreditados con la Camorra. Y en el otro vértice, el crimen organizado, una conexión que igualmente se encuentra en los grupos ultras que aún operan en España. Por citas dos ejemplos: en 2018, la Guardia Civil detenía a varios miembros de los Casuals, la facción más radical de los hooligans del FC Barcelona, acusados de introducir más de diez toneladas de cocaína en España; mientras que en agosto de 2021 era detenido ‘El Niño’, histórico miembro de Ultra Sur (y con pasado en el Frente Atlético), en una operación contra el tráfico de drogas.
En España, los dos principales clubs han cortado de raíz la presencia de los ultras en sus gradas. En los Balcanes, su influencia no parado de crecer. Así, según la investigación de Global Initiative, de los 122 grupos de fans analizados, 78 fueron identificados como ultras y 21 participan activamente en actos violentos de vandalismo y además tienen vínculos con la política y el crimen organizado. Los datos del estudio fueron recogidos de fuentes primarias como los propios aficionados y secundarias, que van desde informes policiales a foros, pasando por entrevistas con periodistas o expertos en fútbol.
Rituales de iniciación
Una de las cuestiones a las que da respuesta Juegos peligrosos. Hinchas de fútbol, política y crimen organizado en los Balcanes occidentales es qué lleva a los jóvenes a unirse a un grupo de ultras. “Se unen porque aman el deporte y su equipo. En un primer momento, es una conexión emocional. Les aporta un sentido de pertenencia y una identidad compartida. Son jóvenes sin futuro y fáciles de manipular”, apunta el documento, que apunta a los lazos familiares y a la conexión con el barrio como dos argumentos fundamentales: “Desde una edad temprana, los niños aprenden a animar al equipo de sus padres”.
En segundo lugar, están los “beneficios tangibles” que les aporta esta membresía, como son el acceso a merchandising del equipo, oportunidades de viajar a partidos fuera de casa o entradas gratuitas. Porque en los Balcanes, como ha sucedido durante décadas en España, los ultras son una parte fundamental de la animación de los estadios y las directivas actúan con doble moral al respecto, censurando parte de sus comportamientos, pero reconociendo su valor en el ambiente de los estadios.
“El comportamiento de los participantes en los grupos ultras se parece al de las organizaciones criminales, donde los jóvenes imitan el comportamiento de los mayores para ganar la aceptación de sus compañeros. Pueden atacar a la policía o a los aficionados rivales, algo que sirve de rituales de iniciación”, explica el informe.
“Los ultras se organizan en células de cinco o seis miembros que se reparten las ciudades. Marcan con graffiti cada área. El líder suele elegirse en función de la experiencia, los años en las gradas y, en algunos casos, un extraño con antecedentes delicitivos puede controlar el grupo y usar el fútbol como tapadera para sus actividades ilegales”, comenta el coautor del estudio de Global Initiative.
También pone sobre la mesa otra de las razones: “En una entrevista con un hincha del Partizan descubrimos que otro motivo de afiliación es poder ganar dinero fácil vendiendo drogas. Además, los adolescentes son útiles porque pueden trapichear más fácilmente y buscan demostrar su valía. Son fáciles de manipular y, como menores que son, reciben un trato más indulgente por parte del sistema legal cuando son atrapados”.
El tráfico de drogas no es una única responsabilidad que tienen los miembros de este grupo. Según cuentan Ruggero Scaturro y Sasa Djordjevic, los ultras trabajan en la seguridad de eventos de los propios equipos deportivos, además de en mítines políticos o clubes nocturnos. Pero para ello es importante la confianza y dentro de la jerarquía del movimiento solo se gana con acciones demostrables como las realizadas por miembros del United Force, ultras del FC Rad de Belgrado: “Es costumbre apuñalar a alguien para poder entrar”. Para ascender en los Principi, otro de los grupos más activos de Serbia, se debe herir a otro miembro de la hinchada, entendiendo que esto genera confianza dentro del grupo.
El ejercicio continuado de la violencia y su propagación por las capas de la sociedad ha llevado a los políticos de los nuevos estados independientes surgidos de la desintegración de Yugoslavia a conseguir su apoyo. Además, los clubs de fútbol, sobre todo a partir de que empezaron a participar en competiciones europeas, se convirtieron en una excelente pasarela para alcanzar diferentes cuotas de poder. Surgió así el concepto de “mafia de alquiler”, donde los hooligans, grupos de soldados de a pie, se dedican al tráfico de drogas y extorsión.
De fondo, siempre, el fantasma del conflicto balcánico. Cada banda defiende hasta las últimas consecuencias su ideología. Las diferencias están muy vivas. En abril de 2021, unos 50 ultras del FC Zrinjski, el equipo de los croatas de Bosnia, se enfrentaron violentamente en Mostar con sus rivales de la Red Army del Velez de Mostar, el equipo de tradición antifascistas de la ciudad y asociada a la población musulmana. El enfrentamiento tuvo lugar en el mes sagrado del Ramadán y para los vecinos de la ciudad del icónico puente cuya destrucción en las Guerras Yugoslavas supuso el fin de la convivencia religiosa, aquel episodio despertó fantasmas del pasado.
Derrocaron a Milosevic
Estos graves incidentes no siempre tienen consecuencias judiciales y para ello se necesita una connivencia con el poder. Los Janjicari, ultras del Partizan de Belgrado, han establecido vínculos estrechos con funcionarios estatales, principalmente de la policía, para controlar varias de las rutas de la cocaína que llega desde América Latina a Europa. Lógicamente, esto implica sus riesgos. En 2016, uno de los líderes de este grupo murió en una lluvia de balas porque, supuestamente, había vendido 40 kilos de cocaína de la mafia montenegrina sin su permiso.
El gobierno serbio declaró entonces la guerra a la mafia y las calles se convirtieron, en los siguientes cuatro años, en un campo de batalla en el que más de 60 pronas fueron asesinadas. Las investigaciones periodísticas descubrieron vínculos entre los Janicari y empleados del Ministerio de Interior, mientras que el Sindicato del Ejército Serbio afirmó que algunos oficiales militares habían dado acceso a un campo de tiro a varios grupos ultras.
La connivencia con el poder es tal que en ocasiones los ultras están perfectamente integrados en las estructuras políticas. En el informe de Global Initative se documentan casos en Bosnia y Herzegovina, Kosovo, Macedonia del Norte y Serbia de colaboración estrecha entre partidos políticos y ultras. Es el caso de la Unión de Demócrata Croata que opera en territorio bosnio, del Partido Demócrata o la Liga de Socialdemócratas de Vojvodina en Serbia, partidarios estos últimos de la autonomía regional.
Lejos de ocultarse, incluso pueden ser un valor político. Sobre todo en las organizaciones nacionalistas de derecha, su asociación con los hooligans les puede hacer ganar credibilidad en las calles respecto a su electorado. “Al final, los ultras son una especie de ejército privado”, aunque a veces incontrolable. El propio Slobodan Milosevic buscó instrumentalizar a los ultras para azuzar el nacionalismo extremo, pero en 1996, los que habían ejercido de estilete para sus proclamas, fueron los mismos que encabezaron las protestas para derrocarlo, movilizaciones que ahora ellos mismos combaten si se dirigen contra políticos y formaciones afines.
En octubre de 2000, radicales de los Delije (Estrella Roja), Grobari (Partizán) y United Force (FK Rad) irrumpieron fueron los primeros en irrumpir en el parlamento serbio para desarmar a la policía y derrocar al líder serbio.
Vuckovic, líder de los Delije, fue elogiado por su participación en este derrocamiento y esto le permitió convertirse en un actor político que participó en diferentes marcas, a través de las que forjó una carrera exitosa en el negocio inmobiliario. Su compañero de grada Dragan Vasic fundó una empresa tecnológica con clientes que incluyen el Banco Nacional de Serbia. Los hooligans siguen presentes en los mítines políticos, formando parte del ‘músculo’ social de diferentes organizaciones para las que actúan por ideología, pero también a sueldo. Llegando a condicionar toda la vida social y deportiva de sus clubes.
Así lo denunció Dusko Vujosevic, entrenador de la sección de básquet del Partizan en varios periodos, que acusó al presidente de Serbia Aleksandar Vucic de convertir a los hooligans en su guardia pretoriana. Una muestra del alto nivel al que han llegado las relaciones de estos grupos nacidos en las gradas del estadio, pero que han asalto con ruido los parlamentos y hasta los consejos empresariales de diferentes entes y organizaciones, convirtiéndose en un contrapoder alternativa para el que, hasta el momento, no hay freno posible.