Opinión | ADIÓS A 'O REI'

Pelé no ha muerto, lo hemos hecho nosotros

Era un espíritu mucho antes de ser un cadáver, un ideal inalcanzable cuyo arraigo a la realidad era secundario. Si Pelé nunca hubiese existido, siendo únicamente un producto de nuestra imaginación colectiva, habría sido igual de grande

Una mujer y un niño caminan frente a un mural del Club Santos en el estadio Urbano Caldeira en la Vila Belmiro, tras conocerse la noticia de la muerte de la leyenda del fútbol brasileño Pelé, hoy, en la ciudad de Santos (Brasil).

Una mujer y un niño caminan frente a un mural del Club Santos en el estadio Urbano Caldeira en la Vila Belmiro, tras conocerse la noticia de la muerte de la leyenda del fútbol brasileño Pelé, hoy, en la ciudad de Santos (Brasil). / GUILHERME DIONIZIO / EFE

Coja su móvil, busque su grupo de WhatsApp más futbolero y pregunte a sus amigos. O haga algo tan disruptivo en pleno 2022 como salir a la calle y quedar con ellos para hacer eso mismo en persona. Ahora, cuestione a todos esos queridos ‘cuñados’ futboleros por si Pelé era diestro o zurdo. Seguramente todos digan que diestro, pero ninguno de ellos se jugará el vermú de Nochevieja o Año Nuevo a que así era.

Siga preguntando por datos biográficos del ídolo fallecido. ¿Dónde nació? Alguno acertará. ¿Cuántos Mundiales alberga su palmarés? El tres seguramente cope las respuestas, pero en buena medida porque la comparación con Messi y su reciente victoria en Qatar ha reverdecido un recuerdo enterrado. ¿En qué equipos jugó? Todos dirán el Santos, casi ninguno mencionará al New York Cosmos, acaso alguno tenga en un recoveco del cerebro que pasó por EEUU. ¿Cuántos años tenía? Pasapalabra.

Vayamos ya al grano, adonde queremos llegar con esta argumentación tan a peinada a contrapelo en el día de su muerte, cadáver caliente todavía. ¿Qué más da si era diestro o zurdo? ¿Si nació en Sao Paulo o en Río? ¿Si jugó en EEUU o en la Conchinchina (Vietman)? No admirábamos a Pelé por lo que sabíamos de él, sino por lo que nos inspiraba, por lo que representaba en nuestro imaginario colectivo, en nuestra cultura popular.

No hace falta haber visto un solo partido de Pelé (pocos de los que hoy lo lloran lo hicieron en directo, por una mera cuestión de edad) para sentir que hoy nos falta algo. Porque en un momento u otro de nuestras vidas, todos los que pateamos un balón de fútbol en un recreo o una callejuela quisimos ser como Pelé. Sin saber muy bien qué significaba eso o qué implicaba.

Pelé era Jesucristo, era Cleopatra, era El Cid, era Zeus, era Elvis. Era los Reyes Magos. Era un espíritu mucho antes de ser un cadáver, un ideal inalcanzable cuyo arraigo a la realidad era secundario. Si Pelé nunca hubiese existido, siendo únicamente un producto de nuestra imaginación colectiva o un anuncio de El Corte Inglés, habría sido igual de grande. No importaba que Pelé fuera verdad, pues (familia y amigos al margen) solo nos interesaba como ideal inalcanzable y a su vez digno de admiración.

Di Stéfano era un recuerdo de tiempos de vino y rosas en tiempos difíciles, Cruyff representaba un cierto despertar del fútbol, Maradona era adrenalina en vena. Ya veremos qué será Messi. Pelé era otra cosa, querer ser como Pelé era querer ser el más grande, el mejor haciendo algo. Sin más aditivos, una desnuda aspiración de pureza que no se marchita con su muerte.

Solo así se explica que hoy los medios de comunicación de todo el mundo tratemos como un suceso de primer orden el fallecimiento de un señor cuyo apogeo profesional se produjo hace 60 años y que pocos de los vivos pudieron contemplar en primera persona. Hoy no lloramos a Pelé, nos lloramos a nosotros mismos. Cuando un ideal muere, también nosotros morimos un poco.