FESTIVALES

La emoción a flor de piel de Los Planetas originarios conquista el Tomavistas

El festival que abre la temporada de las grandes citas musicales en la capital debutó este viernes en su nueva ubicación, la Caja Mágica, con la banda granadina recuperando su primer álbum como plato fuerte de un cartel en el que también destacaron Editors, Dinosaur Jr o el gallego Baiuca

La banda Los Planetas durante el concierto que ofrece dentro de la programación del Festival Tomavistas, hoy viernes en la Caja Mágica, en Madrid.

La banda Los Planetas durante el concierto que ofrece dentro de la programación del Festival Tomavistas, hoy viernes en la Caja Mágica, en Madrid. / Daniel González / EFE

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Hace 30 años y con su álbum de debut recién publicado, Los Planetas emprendieron su primera gira por pequeños locales a lo largo de toda la geografía peninsular. El cuarteto granadino eran por entonces unos chavales que se ajustaban a la imagen de todo lo que se podía considerar moderno en los primeros noventa, de la abundante mata de pelo rizada con patillas prominentes de Jota a los aires posmodernos de Florent y su ropa semi desestructurada. Este periodista los vió actuar en una ciudad de provincias del noroeste y puede dar cuenta de lo que era, hace ya una generación, un concierto del grupo granadino. Algo parecido a esa frase apócrifa que se acuñó sobre Lola Flores: “ni canta, ni baila, pero no se la pierdan”. Los Planetas tampoco cantaban ni tocaban bien. Sus conciertos eran apenas un engrudo de ruido en los que había que afinar mucho el oído para tratar de percibir (que no entender) lo que cantaba Jota. Pero qué maravilla de engrudo. Cuánto emoción podían llegar a transmitir aquellas guitarras distorsionadas y cuánta actitud había (o así pensábamos entonces) en ese querer ocultarse en el escenario, con una bajista que llegaba a tocar de espaldas al público.

Este viernes en el festival Tomavistas, esa misma banda, con algunos miembros renovados, no parecía la misma en el segundo escenario (incomprensible que no fuera en el principal) de la Caja Mágica, aunque las canciones sí que fueran las de entonces. Los Planetas llegaban aquí para interpretar entero su primer álbum, Super 8, el mismo que presentaban en aquella gira de 1994. Pero ahora suenan mucho mejor, las letras se entienden y ya no se esconden de nadie. Jota y Florent, motores eternos de la banda, siguen ahí, aunque la edad, las secuelas de una vida intensa y un largo aprendizaje musical los hayan convertido en otra cosa. May Oliver (bajista) y Paco Rodríguez (batería), que participaron en aquel álbum y aquellos primeros conciertos, hace décadas que se fueron. Pero lo que más ha sorprendido es que tampoco están ya Eric y Banin, exquisitos baterista y teclista que llevaban a bordo desde que se incorporaron para grabar Una semana en el motor de un autobús, el disco al que Isaki Lacuesta ha dedicado una película (Segundo Premio) que justo se estrenaba este viernes. Es el penúltimo cisma planetario, aunque hay que decir que este viernes la ruptura no se notaba demasiado, porque la tormenta sónica que manaba del escenario seguía siendo, como cuando la banda contaba con ellos, mucho más profesional y depurada que en sus inicios.

El planteamiento de esta gira es sencillo: tocar en el orden original del disco cada uno de los temas de Super 8. Es decir, empezar con De Viaje y terminar con La Caja del Diablo, añadiendo unos extras al final. Así fueron cayendo, una tras una, esa retahíla de canciones extrañamente hermosas de un álbum que marcó a una generación, y que abrió esa compuerta que permitió al indie, una música de nicho que escuchaban apenas unos miles (¿cientos?) de personas en la España de los primeros noventa, pasar a encabezar hoy festivales masivos y llenar grandes recintos.

Qué puedo hacer, Si está bien, 10.000, Jesús, Brigitte, Desorden... Las primeras canciones de los granadinos son un catálogo de himnos dolientes que este viernes el público de Madrid coreaba desgañitándose, ayudado por las letras proyectadas en los visuales y sintiendo un desgarro con cada una de sus palabras, a pesar de que algunos de esos textos no pasarían hoy en día el más mínimo examen literario, algunos ni siquiera ético. Rematar la función con otros hits de aquella primera era como Nuevas Sensaciones o Mi hermana pequeña acabó de convertir la Caja Mágica en un karaoke masivo que tenía algo de catarsis colectiva, de reencuentro emocionado de un público cuarentón que ya no frecuenta tanto este tipo de citas, y que cuando lo hace está dispuesto a entregarse hasta el final.

Nueva ubicación

Forzoso o elegido, el cambio de enclave de Tomavistas no parece haber hecho mella en el festival, al menos en lo que toca a afluencia de público. 15.000 espectadores eran las cifras de asistencia en su primera jornada facilitadas por la organización, una audiencia importante a la que no le importó cambiar el idílico escenario del parque Enrique Tierno Galván por un aparcamiento en el que se pisaba asfalto, aunque las colinas y la vegetación colindantes ayudasen a hacerlo más agradable. Habiendo pasado también por Ifema en alguna de sus ediciones, cualquier cosa parece lujo. El acceso era fácil, las barras funcionaban con razonable eficiencia y el insufrible trámite de tener que cargar dinero en las pulseras se hacía menos penoso que en otras citas. Algunos servicios se echaban en falta. Con un público ya adulto y en muchos casos reproducido (apenas se veían menores de 30 años, y los de más de 40 eran mayoría), muchos padres que habían asistido con niños se quejaban de que no hubiese más espacios pensados para que estos pudieran entretenerse o ver los conciertos desde sus pequeñas estaturas.

En una jornada de múltiples añoranzas y aire vintage, con los catalanes Standstill, que por la tarde precalentaron el escenario en el que después actuarían Los Planetas, también se daba una especie de retorno al pasado. En 2016, la banda puso fin a su trayectoria, y hace solo unos meses decidieron volver a juntarse. Este era uno de sus primeros conciertos de regreso. Enric Montefusco, Ricky Falkner, Ricky Lavado y Piti Elvira han puesto en pausa sus desempeños en solitario o en otros proyectos para devolver la vida a un grupo que nació como referente del posthardcore hispano y que más tarde fue evolucionando hacia un rock con un punto épico, de voz muy protagonista y potente aparato sonoro. En su concierto, una especie de liturgia para iniciados, recorrieron toda esa parte de su trayectoria que el público puede cantar. Hits como ¿Por qué llamas a estas horas? o Adelante, Bonaparte, este último en sus dos versiones, fueron coreados por una audiencia entregada. Se percibía en el ambiente, también aquí, la alegría del reencuentro, con Montefusco diciendo emocionado "no sabéis el subidón natural que llevamos" por volver a compartir escenario con sus compañeros de siempre.

El concierto de Stadnstill en Tomavistas.

El concierto de Stadnstill en Tomavistas. / Daniel González - EFE

Había curiosidad por ver, otra vez, a Dinosaur Jr. La de J Mascis y Lou Barlow es una banda con la que siempre te la juegas, porque lo mismo puede ofrecer un concierto brillante como una insufrible turra ruidista. Esta vez fue más bien lo primero. A pesar de que su expresividad era escasa, habían venido a hacer disfrutar y lo consiguieron, sobre todo con clásicos como Freak Scene o su versión del Just Like Heaven de The Cure. Pasa una cosa curiosa con sus canciones: que aunque pertenezcan a su último álbum, de hace apenas tres años, podrían encajar igual de bien en los que publicaban en los 90, cuando establecieron una especie de estándar de cómo debía sonar una banda americana de rock alternativo. Tres o cuatro décadas después de aquello, la belleza distorsionada de su música se mantiene intacta, como un insecto conservado en ámbar.

Algo parecido sucede con Editors. Si Dinosaur Jr. encarnan a la perfección el indie rock americano de los 90, los de Birmingham son algo parecido en relación al indie británico de los primeros 2000s, ese que decidió recuperar elementos del postpunk y de cierta estética oscura para crear una poderosa poesía sonora. La fórmula, quizá por más pretenciosa, ha envejecido algo peor, pero ellos se mantienen en forma, apoyados como siempre en un cantante, Tom Smith, que es puro carisma, aunque a veces su performance se deslice un tanto, como en su actuación mmadrileña hacia lo histriónico. El concierto fue un repaso a su trayectoria, desde clásicos como And End Has A Start y Munich hasta creaciones más recientes como Karma Climb o Strawberry Lemonade o su versión del Killer de Seal y Admsky.

Tom Smith, cantante de Editors, durante la actuación de la banda británica en el festival Tomavistas.

Tom Smith, cantante de Editors, durante la actuación de la banda británica en el festival Tomavistas. / Daniel González - EFE

Con la medianoche llegaba la hora del baile electrónico, y tocaba elegir entre los sonidos de raíz gallega de Baiuca o la electrónica pop de Joe Goddard, una de las mentes pensantes de ese colectivo verbenero y hedonista que son Hot Chip. La muñeira rave del primero es una fórmula original y que funciona, como se podía apreciar en un público mesetario que alzaba los brazos para entregarse a esa especie de trance folclórico al que solo se le puede reprochar que sea una fórmula que empieza a acusar desgaste, y con un planteamiento escénico, el de unas siluetas oscuras recortadas contra los visuales, que recuerda demasiado a lo que nos enseñó Caribou.

En la otra puta del recinto, lo de Goddard tenía un aire extraño: un señor solo, rodeado de aparatos desde los que lanzaba su música y cantando intermitentemente desde un micrófono, como si fuera un DJ algo intoxicado en una boda al que le hubiera dado por acompañar con su voz los temas que pinchaba. Más allá de esa impresión, canciones perfectas como Gabriel (con la voz femenina pregrabada, claro) contribuían a subir el nivel de una actuación un tanto descafeinada. Y de paso a preparar el terreno para que el público se entregase a un clubbing que se tornaría después meloso con The Blaze, a quienes les tocaba cerrar la jornada. El dúo francés de electrónica es una especie de mala parodia, o de pastiche barato, de los caminos emprendidos por la música en la presente década, pero la gente bailaba feliz al ritmo de sus beats normativos mientras en la pantalla se proyectaban vídeos de bebés durmiendo plácidamente junto a enternecedores perros de presa que daban para unos cuantos instagrams. Se podría haber pedido algo más, pero la misión, parecía, estaba cumplida.