MÚSICA

Cuarteto Quiroga, veinte años llevando la democracia musical a todo el mundo

El reputado cuarteto de cuerda arranca su tercera década juntos. Una proeza que celebran con un nuevo disco y con un proyecto para apoyar a las mujeres compositoras

Este miércoles ofrecen un concierto de navidad en el Museo Cerralbo, del que son cuarteto residente

El Cuarteto Quiroga, en el Museo Cerralbo en Madrid. De izda. a dcha.: Helena Poggio, Josep Puchades (detrás), Cibrán Sierra y Aitor Hevia.

El Cuarteto Quiroga, en el Museo Cerralbo en Madrid. De izda. a dcha.: Helena Poggio, Josep Puchades (detrás), Cibrán Sierra y Aitor Hevia. / ALBA VIGARAY

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Los veinte años que acaba de cumplir el Cuarteto Quiroga tienen algo de heroico. Primero, porque sus miembros se mueven en torno a la cuarentena, lo que supone que varios de ellos llevan en esta formación la práctica totalidad de su vida adulta. Pero sobre todo, porque casi ningún conjunto de este tipo llega a ser tan longevo. La enorme exigencia que supone esta especie de matrimonio musical (y vital) a cuatro, que obliga a convivir íntimamente durante largos períodos, a construir un complicado diálogo entre diferentes y a entregarse a esa dedicación casi absoluta, hecha de estudio y ensayos, que requiere la música académica, hace que la tasa de divorcio sea altísima. “Formar un cuarteto no es difícil”, escribe en un ensayo sobre este tipo de formación publicado hace unos años Cibrán Sierra, uno de sus miembros. “Lo difícil es que un cuarteto se consolide y sobreviva”.

En una otoñal mañana madrileña, sin embargo, a los Quiroga se les ve razonablemente felices y en armonía -permítase el chiste- mientras hacen balance de su trayectoria en torno a cafés y raciones de churros. El bar está a dos pasos del Museo Cerralbo, del que son cuarteto residente desde hace 16 años y en el que ensayan a escasos centímetros de pinturas de El Greco o de Ribera. Un escenario perfecto, casi cinematográfico, para poner a punto un corpus artístico, el del cuarteto de cuerda, que se ha definido como la expresión musical de la modernidad ilustrada. Porciones de alta cultura que ellos llevan años empeñados en democratizar y hacer accesibles. Hace unas semanas han publicado su último disco, Átomos (Cobra Records), con el que rinden homenaje a cuatro compositores emblemáticos de este tipo de partituras en diferentes periodos: Haydn, Beethoven y Bartok son los clásicos del pasado, pero el cuarto, el húngaro György Kúrtag, está vivo y coleando, y de hecho con él han colaborado en varias ocasiones.

El Quiroga es una de las formaciones españolas de música clásica con mayor recorrido y prestigio internacional. Habituales de festivales europeos y de salas de conciertos de todo el mundo, The New York Times les puso por las nubes tras una actuación en la Frick Collection, y han ganado los principales concursos de su especialidad. También tienen el Premio Nacional de Música, el Ojo Crítico y el de la Música Independiente al mejor álbum de clásica. Y han tocado con nombres de la élite mundial como Martha Argerich o Jörg Widmann, entre otros. Pero a pesar de todos esos laureles, el logro que parece sorprenderles más, a estas alturas, es ese de seguir juntos todavía.

“Durar tanto tiempo cuatro músicos individuales, con sus cuatro personalidades y que conviven tan íntimamente durante tantos años, es la primera complicación”, explica Josep Puchades, que toca la viola en el cuarteto. “Lo segundo es que en este país hay una falta de apoyo institucional increíble. En otros, a los cuartetos jóvenes y no tan jóvenes les están apoyando con instrumentos de alta calidad, con ayudas… La diferencia con nuestros vecinos de Europa sigue siendo demencial, los que salimos adelante somos unos locos de la música de cámara que, contra viento y marea, luchamos para conseguir lo que debe ser”.

Los miembros del Cuarteto Quiroga, en los jardines del Museo Cerralbo.

Los miembros del Cuarteto Quiroga, en los jardines del Museo Cerralbo. / ALBA VIGARAY

Flechazos sucesivos

Puchades fue el último en llegar a una formación que nació en el Curso Internacional de Música de Llanes, cuando los violinistas Cibrán Sierra, gallego, y Aitor Hevia, asturiano, asistían a clase con la misma profesora japonesa. “Nos escuchamos, nos enamoramos musicalmente el uno del otro y fue donde dijimos: ¿y si lo intentamos juntos después de haberlo intentado por separado tantas veces?”, cuenta Sierra con un relato que sigue pareciendo más romántico que musical. Aquello fue en el verano de 2002. Ficharon al violista de la primera etapa del cuarteto, Lander Etxebarría, y tuvieron que esperar un año hasta que pudieron reunirse en Sanín, Ourense, la provincia de la que es originario Sierra, para poner en marcha el proyecto.

Helena Poggio, violonchelista, se incorporó más tarde, en 2004, cuando el grupo se instaló en Madrid para continuar su formación en la Escuela Superior de Música Reina Sofía a las órdenes de Rainer Schmidt. Es la única madrileña del grupo y entonces acababa de regresar de estudiar en la escuela Julliard de Nueva York. La chelista anterior no acababa de encajar y el grupo buscaba relevo. Por aquella época, recuerda Sierra, “ensayábamos de lunes a domingo seis horas diarias. Y luego las horas de estudio por separado, en casa”. Normal que no lo soportara cualquiera. El flechazo con Poggio fue mutuo e instantáneo. Después de Lander Etxebarría, el puesto de violista del grupo lo ocupó un el húngaro Dénes Ludmány durante cuatro años, y cuando este quiso volver a su país, se lo comentó a un compañero con el que había coincidido en Salzburgo: era el valenciano Puchades, que se incorporó en 2011.

Cuando se les pregunta por algunos de los momentos claves en estos años, Hevia menciona el hecho de entrar en la Escuela Reina Sofía y dar con los profesores adecuados, Sierra su relación de largo recorrido con el pianista Javier Perianes -“nos ha llevado de la mano, como si fuéramos un quinteto”- y Helena, la gesta que supuso interpretar en el Auditorio Nacional, en algo más de un mes, seis conciertos con seis programas diferentes de Mozart, Haydn y Kurtag que tuvieron que preparar contrarreloj. Un encargo muy complicado del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) que superaron con éxito. “Por entonces ya llevábamos juntos diez años, pero aquello fue como nuestra graduación definitiva”.

Patrimonio entiende los Stradivarius como una pieza de museo, en lugar de como lo que son: instrumentos. La mejor manera de homenajear ese patrimonio sería haciéndolo sonar de la manera más regular posible"

Capítulo aparte es el de haber sido, durante casi cuatro años, el cuarteto residente del Palacio Real de Madrid, la formación encargada de tocar con sus célebres Stradivarius. Unos instrumentos que, más allá de su firma, se consideran verdaderas joyas porque son cuatro de los tan solo once decorados que existen en el mundo, y porque son los únicos que su creador concibió para ser tocados juntos. Los Quiroga fueron “los primeros y los únicos que trabajamos con ellos de una manera constante, porque no ha vuelto a haber un cuarteto residente”, apunta Hevia. La experiencia, sin embargo, les dejó un sabor agridulce. Aquella era la primera vez que Patrimonio Nacional organizaba conciertos públicos, y después de ellos los han vuelto a poner bajo llave. "Patrimonio entiende esos instrumentos como una obra de arte de disfrute pasivo, como una pieza de museo, en lugar de como lo que son: instrumentos. La mejor manera de homenajear ese patrimonio sería haciéndolo sonar de la manera más regular posible y con la supervisión de un lutier", se lamenta Sierra.

En constante movimiento

La agenda del grupo, que debe su nombre al violinista gallego Manuel Quiroga, uno de los grandes músicos de cuerda que ha dado este país, es vertiginosa. En su último recuento, Sierra calculó que habían dado 45 conciertos en una temporada, de los cuales solo 18 habían sido en España. Este miércoles 20 ofrecen uno de navidad en el Cerralbo, pero a partir de enero volverán a patearse Europa, como es habitual. Sus saltos a Asia o América son frecuentes, y no solo para tocar en los grandes auditorios: uno de los conciertos más curiosos que recuerdan es el que dieron en una iglesia en medio de la selva panameña. También en una iglesia, pero en este caso en Holanda, es donde graban sus discos de la mano del sello Cobra Records y de Tom Peeters, su productor e ingeniero de sonido habitual.

El Cuarteto Quiroga lleva ya 16 años siendo la formación residente del Cerralbo.

El Cuarteto Quiroga lleva ya 16 años siendo la formación residente del Cerralbo. / ALBA VIGARAY

Aunque durante un tiempo los cuatro dieron clase en el Conservatorio Superior de Música de Aragón, cuando allí se impartía una formación específica de cuarteto, hoy en día están dispersos. Sierra es profesor en el Mozarteum de Salzburgo, Hevia enseña en la Fundación Baremboim-Said de Sevilla, Puchades es profesor en la Musikene de San Sebastián y Poggio en el Real Conservatorio de Música de Madrid.

Queremos ser correa de transmisión del conocimiento y la cultura del cuarteto: de la escucha y el apoyo mutuo, de la generosidad, de la cortesía, del pensamiento ilustrado"

Las dificultades que eso les supone en su vida personal (los cuatro tienen como base la capital) o a la hora de ensayar, merece sin embargo la pena. “La docencia no es solo una forma de ganarnos la vida. Es una seña de identidad”, sostiene Sierra. “Queremos ser correa de transmisión de la cultura del cuarteto: de la escucha y el apoyo mutuo, de la generosidad, de la cortesía, del pensamiento ilustrado... De eso que decía Goethe de que el cuarteto es una conversación entre personas razonables. Es decir, la metáfora perfecta de lo que es una convivencia democrática, horizontal y participativa, que estimula la diferencia pero para entenderse”. Y añade Puchades, con guasa: “Los políticos deberían estudiar cuarteto de cuerda”.

Otra de las señas de identidad del Quiroga es su afán investigador y la forma de concebir cada uno de sus proyectos musicales, a menudo poniendo en común diferentes disciplinas. Este disco, Átomos, tiene su origen en algunas lecturas relacionadas con la física. Otras veces se han adentrado en el arte de Goya o en la poesía romántica alemana para seleccionar el repertorio de sus álbumes o de sus conciertos. Cuidan especialmente el patrimonio musical español y se acercan todo lo que pueden a la música contemporánea para ir más allá de los clásicos consagrados y apoyar la creación actual.

Por ahí van los tiros también en el que es su nuevo proyecto para la tercera década del grupo: fomentar la música compuesta por mujeres. “Queremos contribuir a dejar un legado humilde en forma de pequeñas obras que iremos encargando a compositoras, una por año”, explica Poggio. Las primeras son la griega Konstantia Gourzi y la española Raquel García Tomás. El grupo financia una parte y el resto lo pone una institución: el CNDM y el Palau de la Música Catalana, respectivamente. No es fácil encontrar obras compuestas por mujeres entre el repertorio clásico, ni tampoco en el contemporáneo. Es esa despropoción gigantesca, dicen, lo que les motiva. "No podemos cambiar el pasado, pero sí podemos activar el presente. Ese debe ser nuestro compromiso".