Opinión | ESPEJO DE PAPEL

Mateo, Agatha, Alexis

Luis Mateo Díez nació a la conciencia de vivir siendo un niño malo, malísimo. Ahora es un adulto que llora por dentro las pérdidas, la tristeza, pero mantiene altamente visible ese lado de amor y melancolía que regalan sus ojos

Mosaico floral en homenaje a Agatha Christie en Puerto de la Cruz.

Mosaico floral en homenaje a Agatha Christie en Puerto de la Cruz. / Cedida

Luis Mateo Díez tiene una voz inconfundible, de León, de Madrid, como si en la juntura entre su sintaxis y lo que dice jugara un muchacho burlón que se ríe de lo que va diciendo. De esas maneras nace su prosa, desde siempre, así como su modo de estar en los escenarios a los que ahora lo obliga una novedad mayor que ha roto su rutina.

Es el último premio Cervantes, que le llega cuando tiene 81 años, por una obra de la que tiene aún resmas en el cajón. Desde Las estaciones provinciales y La fuente de la edad, con las que se mostró como un narrador de enorme fortaleza, publicadas al principio de los años 80, su autoridad de narrador no ha hecho sino crecer, a la vez que él mismo fue domeñando sus éxitos para impedir que éstos lo hicieron solemne o pesado.

Así que es uno de los escritores más abiertos, más lúdicos, que haya en la nomenclatura actual de la academia o de fuera de la academia, pues académico es, por elección, y allí profesa sin haber perdido ni un ápice del modo de ser que, cuando chico, lo distinguía en León como un golfillo inteligente que, por ejemplo, declaraba que su objetivo en la vida, entre otros, era matar al dictador.

Me dijo un día, años antes de que el jurado dictara que merecía ya el Cervantes: “Era un niño fumador, mandaba a los compañeros a comprar unos cigarros asquerosos; bebía anís, ya de pequeño pillé una moña terrible, me echaba anís en la cabeza y me peinaba con el licor… Más ejemplos: si a uno de mis hermanos le gustaba un cuento, se lo robaba y lo quemaba. Era un niño malo y en esa infancia era también desgraciado”.

Y más adelante le escuché decir: “Lo que sí tenía ese niño era una curiosidad que a veces no entiendo: era asesino, quería matar a Franco. No por ningún tipo de ideología: es que me hice una imaginación turbia, por lo que pudiera haber percibido, y quería matar a Franco… He ido huyendo de mi infancia según he ido reconociendo al niño que fui”.

Aquel niño que fue Mateo llegó este último martes a la caja de acero del Instituto Cervantes a cumplir el rito, como premiado reciente que es, y como persona tan noble, tan pacífica, tan querida por tantos, de dejar allí, entre otros padres de la lengua castellana que ya lo han hecho, un legado de su amplia labor literaria. Ésta contiene novelas como aquellas que cité más arriba, y otras, como Camino de perdición, por ejemplo, que parecen nacidas de la experiencia de aquel niño ruin que llevaba dentro y que se quedó por el camino.

Es un hombre afable, cuya cordialidad se desplaza desde su mirada a toda la sala y que traspasa, con su buen humor, áreas que en otro tiempo y entre otra gente podrían estar habitadas por la pedantería

Estaba feliz, tranquilo, es un hombre afable, cuya cordialidad se desplaza desde su mirada a toda la sala y que traspasa, con su buen humor, áreas que en otro tiempo y entre otra gente podrían estar habitadas por la pedantería. Iban con él su nieta, algún hijo, sus amigos (es, como Kim de la India, verdaderamente el amigo de todo el mundo), sus editores, lectores suyos, mucha gente que lo quiere antes de los premios y de los parabienes, así que introdujo su legado (incluido un texto sobre él que escribió la nieta) y se estremeció al ver que esos papeles iban a vivir para siempre (o casi) “encerrados en una caja”…

Ahí había papeles manuscritos de novelas hechas, o de otras por hacer, “cuadernos de bitácora” de algunas obras, y ese texto de su nieta Mónica, que concentró en Mateo toda la ternura que expresa cuando la voz le tiembla mirando…

En la sala grande del Cervantes escuché los elogios debidos a la amistad. Halló paz y aplausos, alegría. Mateo nació a la conciencia de vivir siendo un niño malo, malísimo. Ahora es un adulto que llora por dentro las pérdidas, la tristeza, pero mantiene altamente visible ese lado de amor y melancolía que regalan sus ojos.

Alexis Ravelo de la mano de Agatha Christie

Una depresión trajo a Agatha Christie a Tenerife en 1926, aquí encontró paz, mar y alegría; superó aquel mal, escribió, y ya para siempre su estancia, su escritura y el legado entero que la ha dejado (con Bertrand Rusell, por ejemplo) para siempre en la memoria de los ilustres visitantes del Puerto de la Cruz, merecen el homenaje de los que marcan el ritmo de la Ciudad Turística. Desde 2007 el Centro de Iniciativas Turísticas portuense le dedica días llenos de recuerdo. El pionero de este agasajo fue un inglés, John Lucas, ahora habitante del Sitio Litre, por donde pasaron la propia creadora de Poirot o Alexander Humboldt.

En ese marco de la historia que ha hecho de este territorio cosmopolita una patria de la autora inglesa se ha celebrado ahora no sólo el recuerdo de aquella impar creadora de novela negra, cuando aún no se llamaba así, sino el homenaje a quien, en las islas Canarias y fuera de ellas, puso una pica en el Flandes de este modo de juntar escritura, ficción y realidad: Alexis Ravelo.

Alexis dejó atrás una obra muy sólida, que lo hizo maestro del género que cultivaron Leonardo Sciascia o la propia Agatha Christie"

Muerto en fecha reciente, a los 51 años, Alexis dejó atrás una obra muy sólida, que lo hizo maestro del género que cultivaron Leonardo Sciascia o la propia Agatha Christie. Añadió, además, la impronta del español hablado en Canarias, que ahora despunta (por ejemplo, en Panza de burro, de Andrea Abreu) y que ya ensayó, como un trallazo de novedad, el grancanario Víctor Ramírez…

Este homenaje a Alexis Ravelo concentró en este marco abierto por el recuerdo a la presencia de Agatha Christie a escritores como José Luis Correa, Miguel Aguerralde (que aquí presentó El jardín secreto, Editorial Siete Islas), Javier Rivero o Eduardo García Rojas…

La devoción por Alexis transciende en las islas el propio legado literario, tan prematuramente truncado, y arranca de su modo de ser, de su capacidad para ayudar a los que venían tras él, o con él, a proseguir una apuesta que combina ficción y realidad para contar el acontecimiento canario o universal con las armas que él mantuvo firmes: la apuesta por una ficción que explique la realidad.

El emblema que constituye ahora Alexis en la literatura canaria, y que trasciende este ámbito, fue subrayado por quienes lo siguen y heredan como alguien que en su prosa lo conjugó todo, trama, acción, literatura, territorio e historia… Y, por supuesto, la voluntad de hacer del habla canaria parte del reino de sus metáforas y consecuencia de sus enseñanzas, que repartía desde los medios de comunicación y desde los libros, y que condimentaba con un eslogan que repiten todos los que le rindieron homenaje en la tierra que fue también de Agatha Christie: “¡Lean, carajo!”

El nombre propio de Alexis Ravelo llegó a escuelas y colegios, y otros centros donde cada dos años se recuerda el paso, tan fructífero, de aquella inglesa que vino triste y que ahora parece parte de la alegría portuense de recordarla. Se dijo de Alexis en el homenaje público que se le dedicó en el viejo Castillo de San Felipe: “Era muy difícil no querer a Alexis. Su risa y su voz llegaban antes que él. Abrazaba como si te fuera a engullir. Fue un camarero que recomendaba libros. Era tan buen amigo de los escritores que sólo le faltaba darnos la hostia que Mario [Vargas Llosa] le dio a Gabo [García Márquez] para que pasáramos a la historia de la amistad literaria”.

Eso dijo José Luis Correa. Y fue como si en el ámbito solemne del Castillo de San Felipe se escuchara aun el eco de la carcajada que acompañaba a Alexis en su celebración de la alegría. Así que “¡Lean, carajo!”.