Las críticas de cine de la semana: 'El sol del futuro', 'Reality', 'El Conde', 'Misterio en Venecia'...

Sin ser una película autobiográfica, o una auto-ficción, El sol del futuro nos revela mucho de su director y actor principal, Nanni Moretti, un cineasta que a sus 70 años encara el presente sin nostalgia del pasado, pero cuestionando aquellas cosas del cine actual con las que no comulga. El personaje se llama como él, Giovanni, Nanni, y es un director de cine que rueda una película sobre los ideales comunistas en la Italia de los años 50 y como estos entraron en conflicto cuando la Unión Soviética invadió Hungría. Este retrato del pasado le sirve para arrojar luz sobre el presente en términos políticos: el filme habla tanto del fin de ciertas ideas como de los dilemas artísticos y personales.

 El rodaje de este filme se mezcla con los problemas familiares del personaje, en crisis con su hija y en crisis con su esposa, una productora que, por vez primera, no trabaja con él y se encuentra produciendo la película de un joven director con el que Moretti, él y su alter ego, tienen una muy divertida, e irónica, discusión en torno a la representación de la violencia en los filmes contemporáneos. En El sol del futuro se habla de John Cassavetes, Gena Rowlands, Martin Scorsese o Federico Fellini, referentes que le sirven a Moretti para explicarse un poco mejor a sí mismo mientras intenta explicar a los espectadores porqué aún vale la pena acudir a una sala de cine para ver una película. - Quim Casas

La política y la memoria están superpresentes en la filmografía de Pablo Larraín. Salvo por alguna película que escapa medianamente a ese concepto, el cineasta chileno lleva quince experimentando con la ficción para exponer, a través de un juego tan lúcido como perverso, el lado más oscuro de la historia de su país. Ese juego le ha llevado en varias ocasiones al cine de género. Aunque no sean películas esencialmente de terror, Tony Manero (2008) o Postmortem (2010) tienen la atmósfera, la violencia y la condición alucinada propia de ese género. Con esa misma fórmula de llegar a lo real desde el delirio, de retorcer la historia para poner en evidencia sus males (y a sus malos), Larraín da ahora un paso más en su incursión en el género al proponer una película de vampiros.

En El Conde, Augusto Pinochet es un vampiro. No un vampiro metafórico, aunque también. Es un vampiro de 250 años que muerde y vuela. La película de Larraín es, evidentemente, una afilada sátira política. La sátira no funciona igual de bien todo el rato: El Conde tiene diálogos y situaciones espléndidos, pero también otros demasiado burdos. También tiene fragmentos algo morosos. Pero, como compensación, es una película de una belleza absolutamente arrolladora. Fotografiada en un espectacular blanco y negro por Edward Lachman, reúne algunas de las escenas más espectaculares que ha dado el cine de género de los últimos años. El primer vuelo de uno de los personajes es de una belleza inaudita. - Desirée de Fez