Las críticas de cine de la semana: 'Sin malos rollos', 'H', 'Una vida no tan simple'...

La nueva comedia de Jennifer Lawrence pretende epatar sacando punta a una premisa, los esfuerzos de una mujer de 32 años contratada para llevarse a la cama a un joven de 19, que dejó hace mucho tiempo de resultar provocativa. Mientras busca el humor tanto en las diferencias de edad y personalidad existentes entre ambos como en los métodos mayormente infructuosos que ella usa para seducir a un chaval aparentemente desinteresado en perder la virginidad, intenta ser a la vez una película de los hermanos Farrelly y una de Kate Hudson o, en otras palabras, una vulgaridad gamberra y una romcom sentimental.

Al mismo tiempo, es cierto, plantea asuntos como el trauma infantil, las desigualdades económicas y los retos que afronta la <strong>generación Z</strong>, pero carece de punto de vista sobre ninguno de ellos; los usa solo para abrir hueco en el que insertar el tipo de chistes sobre incesto, pedofilia y discapacidades que -como el desnudo completamente gratuito que Lawrence protagoniza en una escena- evidencian cierta desesperación por llamar la atención.

Pese a ejecutar varios giros argumentales más bien molestos, Sin malos rollos en todo momento se muestra predecible, y entretanto ni resulta atrevida -es más bien pacata, de hecho- ni especialmente graciosa, en parte por la falta de sentido del ritmo cómico y habilidad para equilibrar tonos exhibida por el director Gene Stupnitsky. La salvan, o casi, la química que los protagonistas comparten y, sobre todo, las dosis de energía sensual y payasa de las que Lawrence dota -al menos hasta que emergen las vulnerabilidades de su personaje- a unas escenas que en realidad no la merecen.

Lo más valioso de Una vida no tan simple es que hay un compromiso real con sus personajes. Y ese compromiso es doble. Por un lado, Félix Viscarret, guionista y director de la película, imagina a cuatro personajes y decide acompañarles hasta el final, en sus momentos altos y bajos (los que más), en sus contradicciones, en la fragilidad de sus acciones. Es una película escrita con lucidez, con afecto y sin miedo a los clichés sobre la crisis de los 40 (los personajes rondan esa edad) pero con la voluntad de demostrar que si son clichés es por algo.

Por otro lado, los actores principales, todos magníficos, se sienten comprometidos con los dramas de sus personajes. Miki Esparbé, Álex García, Ana Polvorosa y Olaya Caldera abrazan el desánimo, la sensación de agotamiento crónico, la confusión emocional y todos los síntomas del estrés (como los comportamientos obsesivos) con una calidez conmovedora y sin relativizar el mensaje.

Funciona mejor en los espacios familiares y domésticos de los personajes que en los profesionales: hay desajustes de tono en la descripción del entorno laboral del protagonista, el arquitecto al que da vida Miki Esparbé.

Pero, cuando accede a la intimidad de los personajes principales (el parque infantil, el hogar como espacio de protección y, a la vez, lleno de peligros potenciales), Una vida no tan simple se convierte en una comedia seria y conmovedora a las que no nos tiene acostumbrados el cine español reciente.