ESCENA

'Yo sé perder': la pieza teatral que reivindica la dignidad del fracaso frente a la neurosis del éxito

Marc Caellas y Esteban Feune de Colombi llevan a escena una pieza sobre la derrota en la que participan invitados como el artista conceptual Isidoro Valcárcel Medina 

Un momento de 'Yo sé perder', que llega ahora a Madrid, en una de sus representaciones anteriores.

Un momento de 'Yo sé perder', que llega ahora a Madrid, en una de sus representaciones anteriores. / Cedida

“Estoy tan hecho a perder que cuando gano me enfado”, cantaba por soleares Manuel Torre, ‘Niño de Jerez’ y así, como ese cante de pérdidas que son ganancias, entiende el fracaso el artista Isidoro Valcárcel Medina: “De hecho, casi podríamos decir que me encanta fracasar porque yo en eso tengo mucha experiencia y estoy encantado con ello”. Considerado el pionero del arte conceptual en España, con una trayectoria reconocida con el Premio Nacional (2007) y el Premio Velázquez de Artes Plásticas (2015), el artista cree que el fracaso “te da lo mismo que el éxito, es decir, no aprendes nada pero te quedas con la conciencia ensanchada y tranquila, has hecho lo que te ha dado la gana y, si no lo ha disfrutado la gente, allá ellos”.

Valcárcel Medina, cuyo trabajo siempre ha estado alejado de la noción de éxito en el mundo del arte, es uno de los invitados que participarán en Yo sé perder, de Marc Caellas y Esteban Feune de Colombi, una obra que reivindica, como decía Pasolini, que “se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados”. Frente a “los ganadores vulgares y deshonestos, hacedores falsos y neuróticos del éxito”, la pieza defiende al que pierde, al que convive con el rechazo, el fracaso y la derrota. O sea, la inmensa mayoría. La obra llega por primera vez a Madrid, al Círculo de Bellas Artes, con dos funciones el 3 y 4 de marzo: la primera de ellas, en torno a los rechazos hacia o desde el mundo del arte contemporáneo, con Valcárcel Medina y la periodista Desirée Rubio de Marzo como invitados y una segunda, en torno a los fracasos en nuestros vínculos con la naturaleza, con la conservacionista y activista por el Amazonas Magdalena Ruiz y el director de la revista Cáñamo Fidel Moreno

Cuando la vida es un PDF


La idea de este espectáculo a medio camino entre el talk show, la conferencia y la obra teatral nació hace un par de años, cuando Caellas y De Colombi recibieron varios rechazos simultáneos en sendos proyectos editoriales y escénicos. Rechazos, dice el primero, “que empezamos a relacionar con toda esa burocracia cultural que se traduce en que los artistas estemos obligados a pasarnos la vida haciendo dosieres. Era algo que también habíamos hablado con compañeros, toda esa cantidad de tiempo que pierdes en explicar algo que ni siquiera tú tienes claro porque aún no has empezado a trabajar en el proyecto”. De ahí que Yo sé perder, que toma prestado el verso de la famosa ranchera de Víctor Fernández, nazca de esas preguntas que se hacen Caellas y De Colombi, pero también cualquiera que haya enviado un proyecto a una institución: “¿Debe un artista saber hacer PDFs? ¿Qué es una plica? ¿A qué convocatoria se presenta el jurado de la convocatoria? ¿Cuántas sinopsis se escriben por proyecto? ¿Cómo se supera el enésimo rechazo?”

A partir de ese absurdo teñido de cierta desesperación (pero sin vocación de autoayuda), los autores decidieron armar una obra de guerrilla “más barata que una sesión de psicoanálisis y que una botella de whisky”, una especie de “ritual de propuestas artísticas rechazadas inspirada en la biblioteca que el escritor estadounidense Richard Brautigan ideó para albergar manuscritos descartados”. La pieza se estrenó en septiembre de 2021 en el Antic Teatre de Barcelona, sin presupuesto, como “un banco de pruebas y experimentación al que invitamos a gente que nos caía bien”, dice el escritor y director de escena Marc Caellas. “Nos juntábamos una vez al mes durante cuatro meses para probar cosas y de ahí nació una especie de dramaturgia y un guion al que fuimos sumando invitados, con los que conversamos en la pieza, pero no tanto en una entrevista al uso sino más performativa”.

En esas cuatro funciones de Yo sé perder en Barcelona compartieron sus fracasos la cineasta Nuria Giménez Lorang o el músico Juanpe González, que abrió un bar después de sufrir el rechazo de la industria musical. La obra, que también se pudo ver en Logroño y Valencia en una versión más austera, llega al Círculo de Bellas Artes que dirige Valerio Rocco, una institución tan empática con la idea de fracaso que celebró en su día un congreso y publicó un glosario sobre el asunto.

En Yo sé perder conviven la danza, las proyecciones, textos de autores como Pasolini y David Markson, versiones gamberras de canciones y poemas o los propios mails de rechazo que han recibido los creadores de la pieza a lo largo de los años. Y, articulando el show, las entrevistas, que en la primera sesión “con Isidoro y Desirée van a ser más performativas y no será tan importante lo que dicen sino cómo lo dicen: ella tiene un proyecto de constelar palabras, que hará en vivo y con Isidoro haremos, de alguna manera, una pieza que será una acción en sí misma”. Una acción sobre la que Valcárcel Medina evita dar detalles antes del estreno, pero sí se presta a recopilar para este diario algunos grandes éxitos de su catálogo de fracasos artísticos.

“Todos los casos de mis Arquitecturas prematuras son un fracaso”, dice. En ese proyecto de investigación que comenzó a desarrollar a mediados de los años 80, el artista diseñará una Torre para suicidas o un Edificio para parados, pero recuerda, “por ejemplo, el proyecto de hacer una colonia de chabolas con ruedas para que se puedan desplazar y no las invada el vertedero que tienen al lado; eso, que es tan elemental y que es una bobada, no se ha hecho, por supuesto, y era un fracaso asumido a priori. O cuando hace 15 o 20 años se desató la fiebre de los museos en España y en todos los pueblos se construía uno, yo hice el proyecto del Museo de la ruina, un museo intencionadamente mal construido para que se cayera, un museo al que no se podía entrar porque había riesgo de que se viniera abajo, un museo para ser visto solo desde fuera. Pero basta el simple hecho de que en un museo se exponga el Museo de la ruina para poner de manifiesto lo ridículo del planteamiento social de la cultura, porque construir un edificio para que se caiga es una estupidez tan descomunal que, claro está, es un fracaso, pero conceptualmente no lo es, porque yo lo hago con plena conciencia y ese fracaso de que es objeto para mí es el éxito”.

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