CRÍTICA DE ÓPERA

Aquiles en el país de las maravillas

'Aquiles en Esciros', ópera menor y recatada del olvido que Francesco Corselli compuso para la boda de una infanta española, se estrena en el Real con buen tino musical y una puesta en escena bastante disparatada

Aquiles (el contratenor Gabriel Díaz) y Deidamia (la soprano Francesca Aspromonte), en un momento de la ópera.

Aquiles (el contratenor Gabriel Díaz) y Deidamia (la soprano Francesca Aspromonte), en un momento de la ópera. / Javier del Real | Teatro Real

Anoche se estrenó Achille in Sciro, la ópera que la pandemia obligó a suspender. Nos lo recordó, antes de que subiese el telón, una locución de Iñaki Gabilondo: la escenografía se quedó instalada durante semanas en el teatro, vacío. Pasadas aquellas calamidades, el Teatro Real ha reestrenado la partitura que Francesco Corselli escribió para el bodorrio entre la infanta María Teresa y el delfín de Francia, rescatada del olvido por investigadores del Instituto Complutense de Ciencias Musicales.

La ópera no es gran cosa: una música muy normalita (escrita al gusto de la época) con un libreto del poeta superventas del momento, el simpático Pietro Metastasio. Aquiles ha sido enviado a la isla de Esciros por su madre, la diosa Tetis, que sabe que su hijo terminará cadáver si va a guerrear a Troya. Allí, el mozo vive disfrazado de mujer (se llama Pirra) y, ¡cachis!, se enamora de la hija del rey, Deidamia, a la que su padre va a prometer (¡recórcholis!) con el príncipe Teagene. Entre tanto, llega el astuto Ulises, con la intención de descubrir la engañifa y llamarlo a filas. Durante dos horas y media se suceden toda clase de malentendidos y chascarrillos hasta que, finalmente, se descubre el pastel: el rey Licomede aprovecha el braguetazo y casa a su muchacha con Aquiles, Teagene hace mutis por el foro (yo tampoco me pelearía con semejante rival) y nuestros héroes se van a la guerra prometiendo volver entre laureles. Ja.

Sobre la decisión de Aquiles (una vida larga y anónima o una corta y gloriosa) se ha escrito mucho, pero la ópera de Corselli no va de eso. Es un divertimento cuajado de recitativos e interminables arias da capo en el que el héroe escoge entre dos destinos como el que decide entre dos pretendientas sin elevadísimas cavilaciones. Ulises solo tiene que agitar el espantajo de la cobardía para que este quiera sacarse la falda y ponerse la coraza. ¿Qué se dirá de ti tras la guerra? "Aquiles, vestido de mujer, pasa sus días durmiendo al son de las fatigas ajenas". Planazo. Además, ¿no habíamos quedado en que nadie lo recordaría si se negaba a batallar? Un crimen sin testigos, no le encuentro un pero.

Si esta música no va a cambiarles la vida, probablemente sí lo haga la puesta en escena: una fantasía onírica y hortera entre las cuevas del Drach y Alicia en el país de las maravillas. Pero no todo cambio es a mejor. Mariame Clément ubica toda la ópera en una gruta rosa, con un riachuelo medio seco donde, si te descuidas, te fondea un buque. Es todo un disparate y, por supuesto, hay metalenguaje. La directora ha decidido insertar a la infanta de marras. Ella está leyendo el libreto y ¡puf!, aparece dentro de la ópera. Como en La historia interminable. Para colmo, el juego de roles y géneros, que a primera vista es la gran oportunidad dramatúrgica de la ópera, se embarulla hasta la incoherencia. En cierto momento, Teagene, que es un personaje masculino cantado por una soprano, se quita las ropas de hombre, ¡y el sujetador! Uno diría: bueno, también está disfrazada y esto nos conducirá a una nueva comprensión del personaje. Pues qué va. En la siguiente escena, pelo recogido, bigote de mosquetero y aquí no ha pasado nada.

Tampoco se entiende muy bien por qué, en cierto momento, nuestra infanta metanarrativa comienza a interactuar con los personajes, que empiezan a verla y a tratarla como si no fuese una presencia extemporánea e inexplicable. Para colmo, la puesta en escena se empeña en subrayar groseramente las dos o tres ideas sobre las que se vertebra el libreto. ¿Que sabemos que Aquiles morirá por esa decisión y que ello introduce unas cucharadas de tragedia en la trama? No se preocupe, que vamos a pedirle al cantante que se desmaye y se quede fiambre unos minutos, por si a alguien se le está escapando lo obvio.

La acción se desarrolla en una gruta. De izda. a dcha., Gabriel Díaz (Pirra/Achille), Mirco Palazzi (Licomede) y Tim Mead (Ulisse).

La acción se desarrolla en una gruta. De izda. a dcha., Gabriel Díaz (Pirra/Achille), Mirco Palazzi (Licomede) y Tim Mead (Ulisse). / Javier del Real | Teatro Real

Hablemos de la música. Ivor Bolton dirige a la Orquesta Barroca de Sevilla, con la incorporación del Monteverdi Continuo Ensemble. Salvando algunos problemas de afinación de los metales en la sinfonía del comienzo, el conjunto de la orquesta hace un papel elogiable, con particulares piropos para los momentos en los que los cantantes "dialogan" con la trompeta, las flautas y las trompas. Igualmente, maravilloso el solo del concertino en el último acto. Sin embargo, no entendí el criterio para amplificar algunos instrumentos y otros no (problema habitual cuando se interpretan instrumentos de cámara, que dan muy poco volumen para las necesidades en teatros sinfónicos).

Yendo a los cantantes, hay que elogiar la interpretación de Gabriel Díaz, en sustitución de Franco Fagioli, en el rol de Aquiles. Ignoro qué tiempo habrá tenido para preparar un papel absolutamente desconocido y salva los trastos con dignidad, aunque haya momentos en los que su personaje resulta inexpresivo, debido a una voz forzada casi hasta la caricatura (recordemos, un contratenor agudizando la voz para hacerse pasar por mujer; doble pirueta). También pudimos disfrutar de la extraordinaria técnica de Tim Mead haciendo de Ulises, aunque reconozco que entre tanto contratenor (voz de cabeza, nasal y plana por muy buena que esta sea) agradecí las intervenciones de personajes con voz natural, por discretos que fuesen sus papeles. Tal es el caso del Arcane de Krystian Adam, el secuaz de Aquiles, que en esta versión hace de gracioso sin mucha fortuna. Meritorios el Licomede de Mirco Palazzi y el Nearco de Juan Sancho (buen actor), aunque las alabanzas las reservaré para el elenco femenino: notable la Deidamia de Francesca Aspromonte y realmente brillante la Teagene de Sabina Puértolas, que desplegó un canto vigoroso y coloratura rica y pasional.

La ópera termina con una coda monárquica, en la que se celebra el entroncamiento de los lirios blancos y rojos, franceses y españoles. Nada emociona tanto como una moraleja geopolítica. Resulta que la delfina murió tras el parto de su primera hija, así que sospecho que por eso la actriz que la encarna pone cara de espanto en los compases finales. Pobrecilla. Malo era ser princesa en las cortes europeas del dieciocho: no serlo era peor.