Opinión | CUMPLEAÑOS DE UN ARTISTA ÚNICO

Serrat, el autor feliz de una canción multitudinaria

Terminada su gira de despedida de los escenarios, el 'noi del Poble-Sec' cumple 79 años pareciendo que se marcha, aunque en realidad se queda. Porque los poetas no se van nunca de los corazones de quienes los han cantado

Serrat en Barcelona, durante el último concierto de la que ha sido su última gira.

Serrat en Barcelona, durante el último concierto de la que ha sido su última gira. / FERRAN NADEU

Se llama Serrat, nació en España. Tiene 79 años que cumple ahora, el 27 de diciembre, y es la voz de un largo tiempo, de años y años en los que ha acompañado a españoles y a latinoamericanos con canciones que han terminado siendo de todas las gargantas, pues las emociones que hizo suyas fueron también, y en seguida, de otros. El amor, la desgracia, el mar, la madre, la vida del barrio, la alegría.

Un ciudadano que fue creciendo hasta significar la dignidad, la búsqueda o la esperanza de quienes empezamos a escucharle. Su voz fue, desde el principio de los tiempos, un mensaje por el que merecía seguir despiertos. Su canción fue de nosotros, de nosotros todos, de los españoles y de los americanos. Su manera de ser de dos idiomas, del español y del catalán, hizo el idioma de Serrat, y nadie le puede discutir, ni en broma, que esa conjunción sea un símbolo mayor de su modo de ser un ciudadano.

Cantara en español o en catalán, nada de lo que dijera nos era ajeno. Por eso ahora, a lo largo de estos 74 conciertos de despedida, los miles y miles de seres humanos que lo han acompañado a decir adiós han sabido que solo deja el micrófono, el taburete, su uniforme de estar allá arriba. Porque su discografía seguirá disponible, igual que están en las bibliotecas los clásicos de la poesía que a él mismo le sirvieron de inspiración y a la vez de guía, igual que permanece su modo de cantar como parte de la memoria que nos hizo felices.

Un clásico se despide de ustedes. Al borde de los 79 años, como prometió y como ha ido cumpliendo con ese carácter que le viene de lejos. Con esa seriedad para decir que va a hacer lo que en efecto pone en marcha, y que luego es este adiós que parece el resultado de una maquinaria sentimental a la que a veces se le quebró la voz.

Anunció la retirada un día gris de Barcelona, en otoño, y en el invierno del tiempo que ha seguido se va como el señor de Barcelona que es, un señor también de España y de América. Hay que buscar mucho para encontrar a alguien así, de alma y condición y pertenencia tan verdaderamente multitudinaria. Y ahora se va, pero se queda. Es un poeta. Los poetas no se van nunca de los corazones de quienes los han cantado.

Eligió Serrat los sitios de donde irse como si estuviera dejando cartas en todos esos lugares, desde los más chicos a los más grandes, y se despidió del todo (eso dice, eso hará) en Barcelona, que es mucho más que un sitio o un lugar. Barcelona es, con el Aragón de su madre, con el Poble Sec de sus primeros años, con el Mediterráneo que lo hizo hombre, el sitio de Serrat. Él es el que dice adiós y se queda a la vez, porque la suya es también, y por encima de todas las cosas, la canción de un tiempo y de una época y de unos sentimientos que él nos ha ayudado a decir mejor. Es una persona singular que ahora todos podemos decir en plural, y esa es también una manera de quedarse, aunque el taburete ya no esté allá arriba sosteniéndolo.

Muchos de los que ahora hemos vuelto a seguir sus letras, las suyas y las que hizo suyas, las del poeta y las de los poetas que lo han acompañado en sus multitudinarias apariciones de despedida, hemos vuelto a cantar en realidad canciones que ya fueron nuestras. Pues él convirtió su vida en la dedicación de un autor felizmente comprometido a interpretar lo que al fin ha sido, y es, una canción multitudinaria.

Acá y allá de la geografía que abarca su fama de cantautor Serrat ha ido dibujando un espacio nuevo y exclusivo, el de su música, que no obedece sino a su latido. Nunca creó una moda, ni quiso convertirse en un ilustrador de las carátulas de la prensa o de las televisiones. Abordó su carrera, desde cuando era un chiquillo, buscando en la vida los temas, y así aparecieron, como el amor o las cuestas a las que obliga la vida, el Mediterráneo y la madre, los amores y la esperanza.

Atravesado, como ser humano nacido al acabar la guerra, en un país que ya sabía de la desgracia, hizo biografía de su pueblo pequeño, y del pueblo de su madre, fue generoso con los maestros y con los oficios del padre, cultivó la amistad desde la guitarra, y la cantó también, igual que cantó a las novias y al amor y por eso fue suyo y de los otros la melodía que dejó escrita y recitada y cantada también en los tiempos oscuros.

Se juntó con otros cantantes y siempre apareció como el que mejor combinaba con todos, sin que, ni en público ni en privado, se le torcieran el gesto ni el compromiso de llegar hasta el fin con su aventura. Ahora él ha querido que todo sea historia. Simbólicamente, ante el público con el que nació, alzó al aire el taburete y la guitarra, y con sus músicos dijo adiós a todo esto, como diría Robert Graves, y reclamó sobriedad y alegría (que van juntas cuando se las pide desde un escenario) para hacer de ese último festejo de su vida pública “una fiesta de cojones”.

Lo hizo, además, en su pueblo, por así decirlo, en el Poble Sec, como si ahí hubiera trasladado la esencia de lo que él ha sido para que no se olvide que, sin el origen de esa vida que tantas veces aparece en las canciones, él no sería hoy este joven cumplidor, exacto, un muchacho que nunca ha sido infiel al momento mismo en que se dio cuenta de que su vida estaba destinada a ser testimonio de una memoria en la que no estaba solo. Por eso una multitud lo despide.

Cumpleaños de Serrat. Una voz de mar y de tierra, una canción para la vida.