HISTORIA

La 'femme fatale' de los sacerdotes: la última bruja quemada en España ni ponía huevos ni ligaba con el diablo

La ejecutaron por hereje, pero su único pecado fue ser libre: a Dolores López no le perdonaron la pena capital tras acostarse con diversos miembros del clero

La llamaron "puta" y "loca" por su particular manera de entender el sexo y la religión. Además, tal y como relata la escritora Mado Martínez, "era flagelante y hablaba con un ángel"

María de los Dolores López fue la última bruja española quemada en la hoguera | 'El conjuro' (1798), de Goya.

María de los Dolores López fue la última bruja española quemada en la hoguera | 'El conjuro' (1798), de Goya. / MUSEO LÁZARO GALDIANO

Pedro del Corral

Pedro del Corral

Dolores era muy salada. Siempre andaba correteando de un lugar a otro en su Sevilla natal. Se movía con gracieta y, a la hora de hablar, no había palabra que se le atragantase. Tenía esa luz que conquistaba a cualquiera. Era vivaracha y pizpireta. Curiosa como la que más. Quería comerse el mundo. Masticarlo. Engullirlo. Y digerirlo. A simple vista podría parecerse a cualquier niña de nuestro tiempo, pero ese entusiasmo tan propio rápidamente se transformó en una condena. Dolores sufrió miradas. Dolores lloró amargura. Dolores pidió compasión. María de los Dolores López fue la última bruja española quemada en la hoguera. ¿Su pecado? Ser libre. Porque, en el siglo XVIII, la inteligencia y la belleza femeninas aún asustaban. Y, en consecuencia, a veces se pagaban con la muerte.

A ella se la acusó de mantener relaciones con el demonio. Así como de otras tantas cosas inverosímiles como preparar brebajes o poner huevos. Entonces, casi nadie la creyó cuando las negó una y otra vez. Era la bruja del pueblo, ¿qué se podía esperar de ella? Además, hasta su ejecución en 1781, su vida se había convertido en la diana de comentarios, insultos y oraciones que popularizaban la versión que la Inquisición quiso mostrar de ella. Su objetivo era ejemplarizar, así el miedo se impondría y el control se extendería.

"La mujer era un ser de segunda al que había que vigilar y contener, pues su tendencia a caer en la tentación y pervertir a los hombres era manifiesta desde épocas adánicas. El papel de una fémina era ser un útero andante y distaba poco del de una esclava. De esta forma, la que no se ceñía a ese ámbito doméstico era tildada de puta, bruja y loca", explica Mado Martínez, autora de Putas, brujas y locas (Algaida, 2021). Eso fue, precisamente, lo que ocurrió con Dolores: era rebelde, contestataria y atractiva. Tenía una peculiar consideración del sexo y la religión. Y, a pesar de las dificultades por las que pasó, su meta era vivir: "Se creía que las chicas no tenían inteligencia. Cualquier exhibición de conocimiento podía despertar sospechas de tratos con el diablo".

'La cocina de las brujas' (1606), de Frans Francken.

'La cocina de las brujas' (1606), de Frans Francken. / ARCHIVO

Dolores nació en el seno de una familia de fuerte arraigo eclesiástico. Su hermano era sacerdote y su hermana, carmelita descalza. Ella intentó repetir su rectitud y devoción desde bien temprano, pero el destino la puso en jaque en varias ocasiones. Por lo que no le quedó otra que seguir su instinto. A los 12 años, por ejemplo, se quedó ciega. Según un documento encontrado en el Archivo de la Facultad de Teología de Granada, a causa de la viruela. Sin embargo, esto no le impidió cuestionar el mundo que la rodeaba.

Si bien esta aura mística ya rechinaba, la alerta saltó cuando se escapó de casa para vivir con su confesor. La excusa fue quitarle el frío por las noches. Aunque éste, al punto de morir cuatro años después, le recriminó haberse acercado a su cama para mortificar su conciencia. El miedo a los frutos de tal grave pecado incitó su denuncia. El revuelto se levantó, claro. Pero apenas tuvo reprimendas. De ahí pasó por distintos monasterios de Marchena y Lucena, donde adquirió la condición de beata. Ahora bien, esto no frenó sus impulsos. De hecho, reincidió. Lo que motivó la intervención de las autoridades: éstas encarcelaron al cura y, más tarde, lo recluyeron en un convento de clausura para evitar nuevos escándalos.

'Escena de brujería' (1635), de David Teniers.

'Escena de brujería' (1635), de David Teniers. / ARCHIVO

Una 'femme fatale'

Ante la imposibilidad de ver a su amado, regresó a Sevilla. Allí, lejos de avergonzarse de sí misma, continuó con sus escarceos. Entre ellos, con Mateo Casillas. Este capellán la denunció en 1779 tras 12 años de encuentros. En este momento, se empezó a extender una leyenda sobre ella y muchos la empezaron a llamar bruja. "Se convirtió en la femme fatale de los sacerdotes a los que acudía buscando un guía espiritual que la acompañase por los derroteros sexuales de sus particulares arrebatos de fervor religioso. Tenía ideas luteranas. Era molinista y flagelante. Decía que hablaba con un ángel. Y desarrollaba conductas de corte sadomasoquista", añade Martínez.

No obstante, todo eclosionó tras su acercamiento a una monja: "Jamás consideró sus actos como impuros, sino lo contrario: habían sido por especial mandato de Dios, quien le había pedido que le sirviera así. Con pureza y perfección". El Santo Oficio la acusó de brujería, la encarceló y la torturó para someter su voluntad. Nunca reconoció su culpabilidad, de ahí que se solicitase la ayuda de Fray Diego de Cádiz. Este capuchino se reunió en numerosas ocasiones con Dolores, pero sin el éxito que esperaban. Por consiguiente, decidieron cortar de raíz: la ejecutarían.

'Vuelo de brujas' (1798), de Francisco de Goya.

'Vuelo de brujas' (1798), de Francisco de Goya. / ARCHIVO

En cambio, los hombres del clero que habían estado involucrados con ella pidieron perdón y lograron burlar la pena. El juicio tuvo como resultado una sentencia de 157 páginas que fue leída por tres personas en cuatro horas. Ésta, hallada en el Archivo Histórico Nacional, excomulgó a Dolores: "El teniente primero del Asistente, representante de la justicia Real, […] díjola que sus delitos todos eran inexcusables á vista de tanto como habían trabajado para iluminarla y convencerla los hombres mas doctos y piadosos, que ella misma reconocía por tales, y que pues no quería oír la voz de Dios por medio de sus ministros que la habían hablado repetidas veces, esperimentaria en breve un fuego que le acabaría la vida para comenzar en otro que no tendría fin".

Confesión y garrote vil

"Llegó el fatídico día de su quema y el cuadro era desolador. La sacaron en procesión vestida de negro y con una mordaza para que no soltara más herejías. La llevaban flanqueada y sostenida por los brazos para guiarla porque, tras semanas enjaulada, no podía más. El padre Díaz de la Vega y otros miembros de la Iglesia la seguían con un Crucifijo pidiendo por la conversión de su alma. Fue entonces, cuando comenzó a flaquear. A nadie le apetecía morir abrasado", sostiene Martínez. Justo ahí pidió ser confesada. Quizá, de esta suerte, podría evitar las brasas.

Se le concedió su deseo y, durante tres horas, habló con un párroco en la Cárcel Real de Sevilla. "Se compadecieron de ella y le dieron una muerte menos cruel antes de arrojarla a las llamas", apunta la escritora. La trasladaron al quemadero preparado en el prado de San Sebastián, donde la mataron mediante el garrote vil para después ser incinerada en la fogata donde su cuerpo estuvo consumiéndose hasta las nueve de la noche. Posteriormente, se esparcieron sus cenizas al viento. Como curiosidad, esta ciudad andaluza fue el lugar donde ardieron la primera y la última hoguera de la Inquisición. La primera fue contra un grupo de criptojudaizantes el 6 de febrero de 1481. Y la segunda, contra la bruja Dolores el 24 de agosto de 1781.

'Brujas yendo a Sabbath' (1878), de Luis Ricardo Falero.

'Brujas yendo a Sabbath' (1878), de Luis Ricardo Falero. / ARCHIVO

Algo que llama la atención de la experta es la tardía fecha en la que se produjeron los hechos, situados en la era de la Ilustración: "Cuesta entender por qué en los albores del siglo XVIII pudo tener lugar un acto tan cruel. Historiadores de todo el mundo, tras estudiar el caso, se han dado cuenta de que la Inquisición estaba agonizando y se abocaba a su final. El juicio y quema de esta inocente fue el último coletazo de una bestia que no se resignaba a desaparecer, pero que ya no tenía cabida en la sociedad de la razón y el liberalismo".

A pesar de ello, hay quien considera que la caza no terminó con Dolores. “Hubo después centenares, seguramente millares, de agresiones físicas graves extraoficiales y extrajudiciales. Un genocidio alargado y silencioso del que ha quedado escasas (por autos forenses y noticias de prensa diversos) o ninguna constancia”, relata José Manuel Pedrosa en La sombra alargada de la Inquisición. Para este profesor de la Universidad de Alcalá de Henares, el hostigamiento contra estas mujeres no tuvo nada que ver con lo divino ni con lo demoníaco, sino con “la situación de hambre, de incertidumbre ante el duro día a día, de falta de educación que afectaba a todos aquellos desdichados actores de la tragedia de la cotidianidad”.