A 80 KILÓMETROS DE ZARAGOZA
Solo el Papa puede salvarlo: el único pueblo español que la Iglesia desprecia es un nido de brujas
Excomulgada y maldita, Trasmoz es una pequeña localidad aragonesa que ha hecho de sus cruces, ataúdes y aquelarres una seña de identidad: desde el siglo XIII, las curanderas han campado a sus anchas sin miedo a arder en la hoguera
En 1255, un enfado del Monasterio de Veruela terminó con su expulsión del Catolicismo. No fue el único desdén: desde 1511, también padece una maldición que aún no han revocado
Bastaría con un escrito a Francisco para anular ambas condiciones, pero no están por la labor hacerlo: los vecinos votaron en contra de pedir al Vaticano la absolución
Lola no tiene verrugas ni la nariz afilada. Su pelo es gris azulado y, aunque a veces suelta una carcajada profunda, se intuye una persona cercana. Si bien no vuela en escobas, su todoterreno surca los campos a la luz de la luna. Conoce a fondo los secretos del Moncayo. Y, sobre todo, los poderes de sus hierbas. En ocasiones, le da por preparar algún mejunje extraño... pero nada peligroso. Al contrario, la mayor parte de las veces el objetivo es sanar el alma.
Lola es una bruja. Moderna, podríamos decir. Y lo es oficialmente, pues en Trasmoz otorgan este título cada verano desde el 2000. Éste es el único pueblo excomulgado y maldito de España. La Iglesia lo despreció hace 767 años en un intento por proteger la religión: por esta localidad zaragozana de 80 habitantes las brujas han campado a sus anchas desde el siglo XIII. Y lo más importante: sin miedo a arder en la hoguera.
Sus callejuelas son el vivo recuerdo de esta tradición: hay muérdago, cruces, velas, vírgenes y huesos. Ya nadie señala con el dedo, es verdad. Pero la magia que riega cada rincón parece haberse quedado congelada. “La primera condición para ser bruja es tener una vivienda aquí. Y la segunda, poseer conocimientos de medicina herbaria. No obstante, la clave está en el propio municipio: hay que involucrarse en la difusión y protección de una cultura única”, señala la experta, que ostenta esta condición desde 2009.
Hasta aquí llegó en 2002, buscando el remanso de paz que Zaragoza no le daba. Se compró una casa, la restauró y tomó las riendas del castillo que corona el lugar. En él se localiza el germen del mito que hoy vertebra Trasmoz. Y que, en consecuencia, capta la atención de cientos de visitantes cada fin de semana.
“El origen se remonta a la época de Jaime I, cuando ya no había guerras. Este hecho explica que la fortaleza perdiese su destacamento militar y pasase a ser custodiada por unos pocos individuos. Algunas de ellos, religiosos. Dada la tranquilidad y la discreción que reinaba en esta zona, decidieron falsificar maravedíes. Para que la gente no se acercara a su guarida, se inventaron que las hechiceras habían tomado la atalaya y que hacían ruidos con sus calderos. La villa se creyó esta teoría al completo. Más cuando dicho testimonio procedía de un miembro del clero”, relata Lola.
Desde entonces, numerosas leyendas han tomado la delantera a la realidad. Algunas de las cuales fueron utilizadas por el principal enemigo de Trasmoz para justificar los dos atentados que han marcado su historia: la excomulgación y la maldición.
Se decía que, cada noche, las brujas celebraban aquelarres entre las murallas. O que cocían pociones para practicar ritos. Esta información llegó a oídos del Monasterio de Veruela, cuyo abad había protagonizado desencuentros con este territorio: era una islita laica, por lo que no respondía ante él. Y eso le molestaba en particular. Por ello, cuando surgió un problema con la leña que ambos recolectaban en el Monte de la Mata, decidió aprovechar las fábulas para aniquilarlo.
Así, en 1255, Andrés de Tudela solicitó al arzobispo de Tarazona desterrar al pueblo del catolicismo. De este modo, todos los sacramentos que se realizaran dejarían de tener validez. “No vamos a entrar en detalles por las personas mayores”, suelta de inmediato Lola, temerosa de herir la sensibilidad de sus vecinos. La Parroquia de Nuestra Señora de la Huerta jamás ha interrumpido sus oficios.
Ésta se emplaza en la parte alta, escondida entre residencias típicas. La que se levanta justo enfrente pertenece a Luigi Maráez, un escultor sevillano que llegó entusiasmado por el misterio que rodeaba a este concejo. Con plena dedicación, fue transformando el inmueble que adquirió en 2007 en una especie de mausoleo que acoge desde ataúdes hasta cráneos. Hay aparatos de tortura y, en el jardín trasero, puede divisarse una maraña de urnas, rosarios, lápidas y muñecos que acentúan las pulsaciones por un instante.
Apenas se oye un ruido, por lo que el más leve de los movimientos puede llegar a convertirse en un auténtico torbellino. El artista lleva un tiempo sin pisarla, lo que explicaría el polvo acumulado y la pintura desconchada. Sin embargo, esta situación le da un aspecto aún más siniestro al lugar. La niebla y el viento hacen lo demás.
Un castigo permitido por Julio II
Entre sábanas colgadas y juguetes destartalados, se levanta el hogar de Lola. En su fachada luce la placa que la acredita como la IX Bruja del año. A su alrededor, unas flores salpican de color el edificio de piedra que alberga algún que otro tesoro: una veleta, un faro, una calavera… Hoy se admiran con la ilusión de un niño, pero antes eran símbolo de mal augurio.
“La maldición sucedió en 1511. Por aquel entonces, Trasmoz pertenecía a Pedro Manuel Ximénez de Urrea. Éste, cuando descubrió que el Monasterio de Veruela había desviado el agua, puso el grito en el cielo. Era algo muy grave, así que intervinieron las Cortes de Aragón. Al final, Fernando II dio la razón al pueblo”, sostiene. Otra vez, un conflicto terrenal desató un delirio religioso: el abad nunca perdonó la derrota y, con el permiso del Papa Julio II, lo condenó.
De madrugada, tras tapar el crucifijo del altar con un velo negro, recitó el salmo 108 del Antiguo Testamento: “Danos socorro contra el adversario porque vana es la ayuda del hombre. En Dios haremos proezas y él hollará a nuestros enemigos”. Las palabras resonaron al repique de campanas, lo que antiguamente se utilizaba para blindar el cambio que quería instaurarse. Los lugareños, que ya habían hecho caso omiso de la expulsión, tampoco prestaron demasiada atención al maleficio. Algo que, en cambio, sí afectó a Pedro Manuel. Al él le aterrorizó la simple posibilidad de ser un desdichado. De ahí que se lanzase a la aventura.
“Gracias a las tesis doctorales de José Luis Corral y Enrique Galé sabemos que realizó un viaje a las tres ciudades santas: Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela. Lo hizo entre agosto de 1517 y mayo de 1519, dejando constancia de todo en un diario”, declara la especialista.
¿Qué ocurrió con el libro? Pues que, al versificar pasajes de la Biblia, rápidamente pasó a engrosar el catálogo que la Inquisición prohibió. Así, se pensó que se había perdido entre las brasas. Pero Galé se empeñó en buscarlo. Tras años de investigación, éste apareció escondido en una biblioteca de Grenoble (Francia). En concreto, en la regentada por Hernando Colón. De inmediato, la Diputación Provincial de Zaragoza solicitó su restitución.
Parte de la culpa de este hallazgo fue de Manuel Jalón, el inventor de la fregona y de la jeringuilla desechable. Él apoyó su búsqueda desde que, en 1988 y tras una subasta pública, se quedó con el castillo. Creó una fundación que, hasta 2020, se encargó de cuidar, gestionar y promocionar la historia de este paraje. Entre sus miembros estaba Lola que, tras la muerte del ingeniero aeronáutico en 2011, tomó las riendas hasta su traspaso al Ayuntamiento.
El asesinato que inspiró a Bécquer
En la actualidad, el fortín acusa el paso del tiempo. Aunque se están haciendo grandes esfuerzos por restaurarlo. Poco a poco, va retomando la entidad que tuvo. A esta altura, el cierzo azota con fuerza. Y, a pesar de que cuesta mantener la mirada al frente, las vistas resultan una auténtica delicia. Desde aquí es posible divisar Vera, Tarazona y Litago en la distancia. En cualquier caso, la joya se encuentra en el interior de la torre principal: una colección de plantas, utensilios, animales y recetas que recuerdan cómo vivían y actuaban las curanderas.
Una de las más queridas fue la Tía Casca, a la que homenajean con dos esculturas. La primera se ubica en el camino que dirige hacia al alcázar, mientras que la segunda se erige en el punto donde la mataron: una sima que ha pasado de ser un vertedero abandonado a un babilónico mirador.
“La arrojaron colina abajo, tras un eclipse de sol y una aterradora tormenta. Esto hizo que se estropearan las cosechas y murieran varios animales. En 1850, la multitud no entendía por qué se producían estos fenómenos, por lo que lo achacaron a ella. La acusaron de traer todos los males, así que empezaron a llamarla bruja. Hasta que un día, tras distintos altercados, la persiguieron y la asesinaron”, recuerda Lola.
Su historia fascinó a Gustavo Adolfo Bécquer, que llegó a Trasmoz después del suceso. Por sus calles empinadas y sus hogares encalados paseó en busca de inspiración. La halló, dadas las Cartas desde mi celda que escribió tras su visita: “Me bastó distinguir sus greñas blancuzas que se enredaban alrededor de su frente como culebras, sus formas extravagantes, su cuerpo encorvado y sus brazos disformes, que se destacaban angulosos y oscuros”.
En cierto modo, el escritor alimentó el folclore que tanto ha marcado a esta región. “¿Qué pasa de noche, que tales aspavientos hacéis y con tan temerosas y oscuras palabras nos habláis de lo que allí podría acontecernos? ¿Se nos comerán acaso los lobos?”, se preguntaba en una de las misivas que publicaba en El Contemporáneo. A él se dedican diferentes murales. Y también algún libro, como el que firma el periodista Miguel Mena.
“Gustavo Adolfo nunca quiso que lo enterraran en un sitio lleno de mármoles. No puede descansar en paz en la cripta de la Anunciación. Debe de llevar un siglo agitándose en su tumba porque él quería otra cosa. Entonces, ¿dónde debería estar? En el Moncayo. En el cementerio de Trasmoz, que le inspiró la más bella reflexión sobre la vida y la muerte. Allí lo dejó claro. Y alguien debería hacer algo para reparar esa injusticia histórica”, relata en Alerta Bécquer.
Un referéndum para la absolución
Entre semana, 45 personas residen en Trasmoz. El resto decidió marcharse, aunque regresan de vez en cuando. Sobre todo, en verano. Por ello, resulta tan singular encontrarse con algún vecino por sus callejones. De conseguirlo, la charleta está garantizada. Aquí no hay mercados ni tiendas, por lo que la compra de fruta, pescado, carnes o verduras depende del camión de turno. A las 11, por ejemplo, se espera la llegada del pan. Lo que moviliza a los abuelos que resisten.
Ahora bien, lejos de ser una población envejecida, la media de edad ha bajado bastante gracias a las familias que han ido acogiendo. Se dedican al queso, el aceite o la miel. Igualmente, hay pastores y ganaderos. La mayoría se reúne en el único bar de la villa, donde las calderetas y las cañas se reparten a diestro y siniestro.
Ahí es donde, de verdad, se toman las decisiones trascendentales. Como las que tienen que ver con sus fiestas más populares. Por un lado, la Feria de Magia y Plantas Medicinales: celebrada en julio, comienza con un desfile encabezado por la bruja del año, escoltada por una corte de caballeros y el yerbero, un personaje histórico que obsequia con un ramo a la galardonada. A lo largo de la jornada, se realizan exhibiciones de cetrería, combates de espadas y representaciones de torturas.
Por otro lado, La Luz de las Ánimas: en octubre, 5.000 turistas llegan para vaciar y decorar las calabazas que colocarán por el camposanto y el monte. El fin es guiar a los espíritus a la vez que se reza el rosario en procesión. Dulces, queimadas y asados están asegurados.
Se trata de la cara alegre de un pasado del que no todos están orgullosos, pero del que prefieren no desprenderse. Si quisieran, podrían dejar de estar excomulgados y malditos. Bastaría con mandar un escrito al Papa para anular ambas condiciones. Sin embargo, no están por la labor de hacerlo: en uno de los plenos, el pueblo votó en contra de pedir al Vaticano la absolución. Es parte de su identidad y, como tal, la aprovechan como reclamo turístico.
“Yo me quedé aquí por elección propia. Hay una energía especial que me enamoró. Basta con llegar y sentirla. Quizá, sea el hechizo de una de sus brujas”, concluye Lola, que cruza las manos como si fuese a darnos la bendición. Entonces, abre la puerta de su casa. Atraviesa el muérdago que la protege y se despide con la certeza de haber dejado todo lo malo fuera. “Vivir en un sitio así es un privilegio”.
ETA secuestró a Julio Iglesias en Trasmoz
“Esto es vida”, dice con énfasis Jesús, bombero de profesión y alcalde por convicción. Lleva ocho años frente al Consistorio, aunque los mandatos ya le pesan. Está contento con los avances que ha ido logrando el pueblo, que paso a paso empieza a tomar presencia en el mapa. En Trasmoz vivió hasta los 10, a donde regresó para devolverle el esplendor. Hoy vive en Tarazona, a escasos 14 kilómetros, pero pasa la mayor parte del tiempo fuera de casa. Cuidando las calles. Preguntando a los vecinos. Mejorando los servicios. “Hemos conseguido transformar un tabú en un atractivo: las brujas antes asustaban, ahora interesan. Y mucho”, atestigua. Incluso a los propios habitantes, que han decorado sus domicilios para ensalzar aún más las leyendas que han apuntalado su historia. Una que, entre otras curiosidades, tiene a Julio Iglesias Puga como uno de sus protagonistas. En una de las viviendas de la Plaza de España, Papuchi estuvo secuestrado 20 días por el brazo político militar de ETA (ETApm). Todo comenzó el 29 de diciembre de 1981, cuando acudía a una entrevista con unos falsos periodistas alemanes. Tres semanas más tarde, los GEO lo liberaron tras una tarde intensa de festejos locales. Ya en el juicio, el ginecólogo sorprendió al jurado al elogiar a sus captores. Según El País, reconoció haberles entregado 20.000 pesetas para que le consiguiesen ropa limpia. Además, renunció a la indemnización.