LIBROS

La lucha libre, el deporte favorito de la España anterior a la Guerra Civil

Un nuevo libro recupera la memoria de esta práctica, entre la competición y las variedades, que hace cien años llenaba páginas de los periódicos y provocaba colas de miles de personas en la entrada de los recintos en los que se celebraba.

La cantante de zarzuela Julita Fons protagoniza un fotorreportaje sobre Lucha Grecorromana en la revista Nuevo Mundo, con motivo de los campeonatos que se celebraban en Ciudad Lineal (Madrid) en 1912.

La cantante de zarzuela Julita Fons protagoniza un fotorreportaje sobre Lucha Grecorromana en la revista Nuevo Mundo, con motivo de los campeonatos que se celebraban en Ciudad Lineal (Madrid) en 1912. / Cedida

Eduardo Bravo

"La lucha libre es como la magia: tan real y tan sorprendente como tú la quieras ver". Con estas palabras se abre Memoria de la lucha libre (1907-1936), el volumen recién publicado por Libritos Jenkins en su colección Mordrake. En él, Óscar Alarcia recopila artículos de prensa sobre esta disciplina deportiva aparecidos en periódicos y revistas españoles desde principios del siglo XX hasta el estallido de la Guerra Civil.

"Siempre me ha fascinado el fenómeno de la lucha, tanto por su componente pop como porque, como dice José Luis Garci, autor de uno de los pocos estudios dedicados al tema del catch, los luchadores son lo más parecido a superhéroes reales y la lucha es muy semejante a viñetas en movimiento. Después de hacer el libro he comprobado que, efectivamente, esta disciplina es una representación de la lucha entre el bien y el mal en la que se mezclan la épica, los personajes estrambóticos, la tradición ancestral del ejercicio físico más genuino, el mundo del circo y las varietés", explica Alarcia.

Según los historiadores, las Olimpiadas de Londres de 1908 fueron uno de los primeros eventos en los que se practicó el wrestling freestyle, variedad de lucha en la que estaban permitidas determinadas presas prohibidas en la lucha grecorromana clásica. Sin embargo, a la hora de señalar la aparición de esta disciplina en España, Alarcia ha preferido remontarse unos meses antes. Concretamente, a la llegada al país de Raku, exótico personaje que practicaba un peculiar arte marcial: el jiu-jitsu.

"Este deportista japonés fue una especie de Bruce Lee de la belle époque que se hizo famosísimo desde que, en 1907, se instaló en Barcelona con su espectáculo de lucha bizarra. Su popularidad era tal, que hasta Miguel de Unamuno habló de él en un texto que se incluye en el libro. La principal diferencia entre la lucha libre y la grecorromana era el uso de las piernas, y eso es justamente lo que trajo Raku a España, aunque hay que reconocer que, técnicamente, lo que practicaba el japonés no era lucha libre sino un puro espectáculo de barraca de feria. A pesar de ello, me pareció un hecho suficientemente importante como para marcar el comienzo de la historia de la lucha libre en España, que no se empezó a practicar de manera reglamentaria hasta los años 30".

Cuando se produjo ese estreno oficial, la lucha llevaba casi dos décadas gozando del éxito de público y la atención de los medios, que informaban puntualmente de los combates que se celebraban en circos, teatros o frontones de todo el país. De hecho fue esta situación al margen de la federación, la que contribuyó a que la lucha llegase a ser el segundo espectáculo deportivo que más gente congregaba en España después del fútbol.

"El interés hacia el fútbol en esos primeros años fue intermitente. En la década de 1930, la liga no era lo que ha llegado a ser posteriormente y, hasta 1928, solo había algunos campeonatos regionales. Por eso, tampoco hay que descartar que, en determinadas épocas, la lucha superase en popularidad a ese deporte, como demuestra que, cuando se celebraban los campeonatos más importantes, miles de personas se quedaban a las puertas de teatros y frontones porque no habían conseguido entrada".

Defensores de las esencias

versión vulgar de la lucha grecorromana abría la puerta a la violencia descontrolada y a la marrullería.

"En el libro hay varios artículos en los que se atribuye a la lucha libre una violencia inusitada: sangre, mordiscos, empleo de armas… Por lo que he estudiado, hubo un gobernador que llegó a prohibir un campeonato, pero cuando se le informó debidamente de que no se trataba de una lucha a muerte, enseguida levantó el castigo. Por otra parte, tampoco era inusual este tipo de prohibiciones, que no solo afectaban a la lucha. Los toros y el boxeo también fueron prohibidos en distintos periodos de aquellos años porque la política es así. De hecho, es muy divertido ver cómo ya entonces algunos periodistas mantenían frente a la lucha libre las mismas posturas críticas que se han esgrimido posteriormente contra el pressing catch".

Uno de los elementos característicos del pressing catch, el wrestling o la lucha libre mexicana moderna es su elenco de luchadores. Deportistas ataviados con llamativos ropajes, máscaras y capas que dan pistas acerca de su personalidad, determinan su comportamiento en el ring y los diferencian de otros luchadores con los que mantienen una eterna rivalidad sobre la que suele recaer la sospecha de ser fingida o amañada.

"La lucha en España no llegó a ser, al menos en esos años, algo tan estrambótico como los Titanes en el Ring argentinos o las peleas de los noventa entre los Sacamantecas y el Marinero Tarugo. No obstante, todo ese espíritu ya estaba ahí desde el principio. Así lo demuestra que los luchadores españoles fueran tratados como estrellas y que cada uno de ellos, tal vez por herencia del boxeo, tuviera su propio apodo. Por ejemplo, el Tarzán, el Tigre, la Pantera el Caminero o la Bestia, nombres que, sobre el ring, adjudicaban de manera muy clara los roles del bueno, el malo, el técnico, el rudo… El epítome de esto fue la larguísima rivalidad entre Mike Brendel, el extranjero antipático que hacía trampas, insultaba y era silbado por el público, y Pablo Gardiazábal, el heroico español al que la audiencia adoraba".

Mujeres luchadoras

papel de la mujer en la lucha libre de la época.mero reclamo erótico deportista respetada

"Según las crónicas, la lucha libre entre mujeres estaba prohibida. Esto provocaba que tuvieran que conformarse con participar en espectáculos celebrados en boites y teatros, del mismo modo que sucedería en los años 50 y 60 con las luchadoras mexicanas que, al no permitírseles pelear en los rings, tuvieron que refugiarse en el cine de serie B. A consecuencia de esto, en España había muchísimas artistas que incorporaron combates de lucha grecorromana femenina a sus espectáculos de variedades, entremezclados con números de copla, malabares o humor. A todo eso se sumaba que estrellas masculinas de este deporte, como Maurice De Riaz o el propio Raku, aparecían en las revistas simulando que luchaban con cupletistas, para atraer al varón que buscaba emociones picantes. En esos casos, la representación de las mujeres no se diferencia demasiado de la que gozaban los perros que simulaban practicar lucha libre o los payasos de circo que retaban a los colosos de verdad para entretener a los niños en el Retiro los domingos por la mañana", explica Óscar Alarcia, que destaca que, en ese trato denigrante a la mujer, también jugaba un papel relevante el temor que las luchadoras despertaban entre los otros deportistas: "Por un lado se les trataba con condescendencia por ser el 'sexo débil' y, por otro, el macho alfa dominante estaba aterrorizado de que una de esas mujeres pudiera romperle la cara en un combate".

Lucha en las trincheras

Memoria de la lucha libre (1907-1936)en la España de Franco ni siquiera la lucha pudo ser libre.

"La Guerra marcó un punto y aparte en esa edad de oro de la lucha. En los años cuarenta regresaron los combates y lentamente empezaron a consolidarse campeonatos y federaciones. Esto propició una nueva edad de plata de la disciplina pero, mientras que en México, Estados UnidosArgentina o Venezuela la lucha fue derivando hacia el espectáculo más bufo y familiar, en España sucedió justo al contrario. Durante la dictadura se trató de convertir a esta disciplina en un deporte de contacto masculino como cualquier otro, lo que obligaba a que fuera serio, viril y muy digno".

A pesar de todas esas restricciones, la situación se fue relajando, los combates se amañaban, comenzaron a aparecer cromos dedicados a los diferentes luchadores y los campeonatos se llenaron de niños y mujeres. "Ya en la década de 1970 comenzaron a proliferar los carteles con luchadores enmascarados, indios, enanos o superhéroes, que peleaban en veladas celebradas en plazas de toros de provincias, justo después del bombero torero y antes de que soltasen vaquillas y encendieran los fuegos artificiales", comenta Alarcia, que deja la puerta abierta a publicar una segunda parte de esta Memoria de la lucha libre que abarque los años que van desde la Guerra a la actualidad. "En principio me interesa un poco menos la época televisada, pero quién sabe. Mientras hacía este libro me he cruzado con un verdadero experto en la materia, Luis Díaz, que siempre quiso volcar sobre el papel todos los conocimiento que tiene en la cabeza, así que no me cierro a nada".