CRÍTICA
'Cartas a Camondo', de Edmund de Waal: el peso del pasado
El ceramista y escritor sigue los pasos de 'La liebre con ojos de ámbar' en su nuevo libro, un episodio más de la persecución antisemita que combina belleza y desolación
Luis M. Alonso
Las vidas que merecen ser contadas merecen también que alguien las cuente con el mejor estilo y de la mejor manera posible. El relato del ceramista y escritor Edmund de Waal (Nottingham, 1964) sobre el coleccionista parisino Moïse de Camondo y su familia judía sefardí, durante la ocupación alemana de Francia, combina el drama con los detalles, dentro de una amalgama de historia y reflexión personal que absorbe de principio a fin.
Todos los que leyeron con placer el primer libro de De Waal, La liebre con ojos de ámbar, publicado también por la misma editorial en la que Cartas a Camondo ve ahora la luz, no tendrán un solo motivo de queja.
El Camondo del título murió en 1936, de modo que las cartas únicamente pueden estar dirigidas a su espíritu. Pertenecía, como la familia materna de De Waal, los Ephrussi, y la madre de Marcel Proust, a la adinerada haute juiverie que floreció en los años del Segundo Imperio y distinguió ornamentalmente a la Belle Époque.
La Revolución Francesa de 1789 había liberado a los judíos, otorgándoles la ciudadanía. Los más emprendedores acudieron masivamente a París; los Camondo lo hicieron desde Constantinopla, y progresaron, haciéndose inmensamente ricos con la banca y el comercio. Se convirtieron a su vez en generosos mecenas de las artes, fueron aceptados en la alta sociedad y agasajados con títulos napoleónicos: a Moïse de Camondo lo hicieron conde.
Construyeron magníficas casas alrededor del parque Monceau, donde el narrador de Proust jugaba con Gilberte, la hija de Swann, y las poblaron de obras de arte. La riqueza acumulada provocaría más tarde el antisemitismo, pero en los años del Segundo Imperio y de la Tercera República no hubo ningún lugar en el mundo donde la alta burguesía de origen judío floreciera igual que en Francia.
Diez años después de La liebre de ojos de ámbar, el libro en el que cuenta la historia de Europa de los siglos XIX y XX a través de su familia, De Waal dirige su mirada cuidadosa a la vida y la época del conde de Camondo, descendiente de una familia de banqueros de Constantinopla conocida como los "Rothschild del Este".
Coleccionismo compulsivo
Habiendo abandonado Turquía cuando era niño, en 1910, Camondo se encargo él mismo de diseñar su exquisita casa en París con el arte decorativo del siglo XVIII que tanto amaba: vajillas de Buffon Sèvres, sillones Luis XVI, tapices de gasa de Aubusson, mesas de costura de marquetería con dibujos de rombos del antiguo régimen. Los antisemitas franceses, seguidores de aquel temido difamador que había sido Édouard Drumont, se burlaron de su coleccionismo compulsivo, considerándolo el vulgar vicio de nuevo rico.
Odio antisemita
Nada en esta historia que podría ser considerada una secuela de La liebre con ojos de ámbar difiere de ella en el derrotero del odio antisemita. Al igual que los propios antepasados de De Waal, la dinastía bancaria Ephrussi, Moïse estaba tan integrado en la alta sociedad parisina de la Belle Époque que era casi indistinguible de la mayoría no judía. Su hijo Nissim heredaría la colección de obras maestras anteriores a la Revolución Francesa. Pero cuando murió en la Primera Guerra Mundial, a la edad de 25 años, esta se convirtió en un monumento conmemorativo y, tras su fallecimiento en 1935, Moïse la legó al Estado francés.
En las páginas del libro conviven, por tanto, la belleza y el drama, la riqueza y la desolación
El Museo Nissim de Camondo cautivó desde entonces al público con su laberinto de salas doradas y los bellos objetos expuestos. La única sombra que se proyecta sobre él es el asesinato, en 1944, de cuatro miembros de la familia. Al cumplirse ocho años de la inauguración del museo en 1936, la hija del conde, Béatrice de Camondo, fue deportada a Auschwitz, donde ella y su marido, el compositor Léon Reinach, junto con sus dos hijos Fanny y Bertrand, fueron gaseados.
En las páginas del libro conviven, por tanto, la belleza y el drama, la riqueza y la desolación. En una serie de cartas imaginadas al conde ("Cher Monsieur…"), De Waal se ocupa de evocar un mundo de maneras proustianas previo a las persecuciones del nazismo: un microcosmos cultivado y cosmopolita, como el de su familia en aquella otra historia inolvidable de la figuritas de madera y marfil y de la liebre de ojos ámbar.
Es el libro aparentemente ligero de un escritor elegante e inteligente que devuelve al lector el peso del pasado para que lo sienta como propio.
'Cartas a Camondo'
Edmund de Waal
Traducción de Marta Marfany
Acantilado
192 páginas
18 euros
- Robert Sapolsky, neurocientífico: "Si todo el mundo entendiera que no somos dueños de nuestras decisiones, el mundo se derrumbaría
- Los únicos guardianes de Crespos, el último paraíso de la montaña burgalesa donde el coche se deja en la entrada
- Petaqueros, la figura clave de la cadena del narcotráfico: "Ganan una burrada de dinero y la impunidad es total
- Viggo Mortensen: "En España se está copiando lo que ya le ha funcionado a Trump
- Marruecos se vende como país tapón ante los riesgos del Sahel con el Sáhara como “puerta del Atlántico”
- Así hackeé mi currículum con una IA para pasar los filtros y conseguir entrevistas de trabajo
- Contra el mito histórico de la España unitaria
- De una piscina en el Manzanares a una fábrica de coches en Lavapiés: todo el patrimonio que ya no volverás a ver en Madrid