Opinión | ALTA FIDELIDAD

Retorno a Tipasa

Defender el verano, la lectura al aire libre y las sobremesas al sol pálido son las ideas que traigo para este otoño  

Vista general de las ruinas romanas de Tipasa (Argelia).

Vista general de las ruinas romanas de Tipasa (Argelia). / ARCHIVO

Aunque T. S. Eliot escribiera en La tierra baldía que abril (ya siento venir a recordarlo precisamente aquí) es el mes más cruel, hace tiempo que tengo claro que ese mes puede ser septiembre. Todo empieza y todo acaba en septiembre. Septiembre es una amenaza y una promesa, la evidencia de que la luz se tamiza y de que no pudiste acabar todos los libros que metiste en la maleta como tampoco podrás traer en ella ni el mar ni los paseos por la playa ni esa calma que da vivir según el reloj interno. 

Sin embargo (ay, en septiembre también cabe un sin embargo), septiembre también alberga la posibilidad de leer esos libros en casa, de mantener el verano como un estado de ánimo, de no sucumbir al ruido y la prisa que con septiembre reconquistan las ciudades. Se trataría, apuntando a Albert Camus, de albergar un verano invencible. 

Hace años que circula un apócrifo del premio Nobel, una versión almibarada del verdadero y luminoso texto de un joven Camus, el que se llama Retorno a Tipasa (1947), publicado en un volumen titulado Verano y en el que reflexiona, a propósito de las ruinas romanas de la ciudad argelina, sobre nuestra fortaleza interior: "Para impedir que la justicia, hermoso fruto naranja que no contiene más que una pulpa amarga y seca, se agoste, volvía a descubrir en Tipasa que había que guardar intactas dentro de uno mismo una frescura y una fuente de alegría; amar el día que escapa a la injusticia y volver al combate con esa luz conquistada […] En mitad del invierno aprendía por fin que había en mí un verano invencible". 

Defender el verano, la lectura al aire libre y las sobremesas al sol pálido son las ideas que traigo para este otoño que se aproxima lento, pero inexorable; defender el sol dentro, como escribió Juan Ramón Jiménez. Soy consciente, es una defensa numantina la que sugiero, una idea que acabará cayendo de mis ramas como las castañas que estos días, paradójicamente, ya empuja al suelo el calor, una promesa que se llevarán la ansiada lluvia y los días cortos que los más afortunados podrán pasar leyendo delante de una chimenea. 

En realidad eso es exactamente tener dentro un verano invencible, la capacidad de sobreponerse a su fin, de disfrutar del otoño, del invierno, de emocionarse atisbando la primavera que cuando llega a su fin sugiere escuchar El bello verano de la banda donostiarra Family: "Tengo ganas de fiesta, de que acabe el invierno, de volver a nadar en el mar, de soñar un verano en el que fuimos novios y poderle cambiar el final". La canción forma parte de uno de los discos más hermosos de la historia de nuestro país, Un soplo en el corazón, leyenda de cuya publicación se acaban de cumplir 30 años. 

Quizá por canciones como Nadadora o la ya mencionada El bello verano el disco parece un canto al estío, pero sobre todo es un canto, además de al amor, a la escapada, a la evasión, que se repite en canciones ya míticas como Viaje a los sueños polares: "Cuando pesen demasiado la rutina, el trabajo y la vida en la ciudad, nos iremos en un viaje infinito con esa tonta sensación de libertad hacia el fondo de ese mundo del que me has hablado tanto, paraíso de glaciares y de bosques polares donde miedos y temores se convierten en paisajes de infinitos abedules de hermosura incomparable". 

Eso es el verano, la tonta sensación de libertad con la que deberíamos seguir engañándonos todo el año y para esto están las canciones y los libros, para escapar siempre que queramos a Tipasa.