DERECHOS DEL MENOR

'Sharenting' o el negocio de quedarse embarazada para redes sociales

El término anglosajón, inexistente hace unos años, se ha instaurado en el lenguaje coloquial para definir un negocio en auge: el de performar la maternidad en redes sociales

Dulceida y Alba Paul anuncian que serán madres de su primer hijo

Dulceida y Alba Paul anuncian que serán madres de su primer hijo / Instagram @dulceida

Clara Nuño

Clara Nuño

Un niño de unos seis años llora sentado en el asiento del copiloto de un coche. Se cubre la cara enrojecida con las manos, sus hombros tiemblan con cada sollozo. A su lado, una madre, rubia y guapa, lo consuela mientras le dice que muestre el rostro a la cámara que los graba desde el salpicadero. Ha muerto su perrito. El crío lo quería mucho. Debe enseñar su dolor, pero así no. Tiene que ser estético. “Déjalos que te miren. No, no hagas ese puchero, mejor este otro, ¿ves?”. Ella arruga la cara y pone ojos de ternero sin apartar la mirada del objetivo. Él se aguanta las lagrimas e intenta imitarla. La cámara sigue grabando. El vídeo apenas supera el minuto y medio de duración. La longitud óptima para que quien se tope con él lo vea entero.

El aquí descrito es un ejemplo entre los miles de vídeos de ‘influencers’ narrando la vida de sus hijos en redes sociales. La peculiaridad de este, que se viraliza cada cierto tiempo, es que expone como se enseña a vivir frente a una lente. Una práctica común y habitual en el internet del ahora. Fiestas de cumpleaños, momentos de intimidad familiar, tragedias, apertura de regalos. Todo ello filmado para un invitado especial: el espectador de Tik Tok o Instagram.

“Es normal que este -grabar su vida- sea el patrón general de lucro de los influencers”, explica Mariano Urraco, profesor de sociología en la universidad Complutense de Madrid, en una conversación con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA. “El ser humano siempre ha sido muy gregario y eso, en nuestros días, se constata en que buena parte del contenido que se vende son los aspectos cotidianos de nuestras vidas”, continúa el también antropólogo.

La exhibición del día a día, según Urraco, no es una práctica que hagan sólo los famosos de internet. Lo hace todo el mundo. “Hay mucha gente que se queda embarazada y lo cuelga en sus estados de Whatsapp”, ejemplifica Urraco para continuar con que las influencers -pues son, en su mayoría, mujeres- han visto ahí un filón. “Una buena manera de conectar con su público es publicitar fenómenos cotidianos y constantes que le pueden pasar a cualquiera”, explica el profesor.

Para él, la gente lo compra porque esto crea un vínculo entre el famoso y el espectador. “Tú lo consumes, lo vives con ellos a través de la pantalla, te sientes parte de sus vidas porque estás siendo testigo de su intimidad”, continúa. De ahí, el nombre de esta práctica: ‘Sharenting’, del inglés, que se traduce como ‘maternidad compartida’ y se definiría como la crianza de los infantes basada en la compartición en las redes sociales de aspectos relacionados con su vida, así como sus inquietudes y experiencias.

“Vivimos en una sociedad en la que necesitamos ponerle etiquetas a las cosas, por eso prolifera la creación de términos nuevos”, explica Urraco. La mayoría vienen del inglés porque, en general, estas nuevas tendencias comienzan en Estados Unidos y luego se van extendiendo. “Además”, continúa, “seguimos viendo positivamente el trabajo como labor, como disciplina, como un valor en sí mismo. Ellos necesitan ponerle un nombre a lo que hacen para enmarcarlo como tal. Si tu trabajo es hacer fotos y subirlas suena poco serio, ¿no?, llamarse ‘Creador de contenidos’ parece que le da más empaque y lo hace pasar como un trabajo cualquiera”, desarrolla.

La maternidad con ánimo de lucro

La diferencia entre el influencer y tu tía la que comparte fotos de sus sobrinos en Facebook no es sólo el alcance. También es el dinero. Algunos, los más potentes, viven de ello. Y uno de los peligros que tiene, tanto para los menores como para sus progenitores, son los de las interacciones. “Es ahí donde se mueve la pasta, para eso están concebidas las aplicaciones, por eso cuentan con la posibilidad de meter comentarios”, apunta Urraco para avisar de que es “prácticamente inevitable” que, en muchas ocasiones, se cree una relación parasocial entre el famoso y su público. “Al exponer tu crianza en redes sociales estás dando poder al espectador, quien podrá opinar sobre la crianza y, luego, quizá lo haga sobre otras cosas que muestres”, advierte el sociólogo.

Pero el negocio es el negocio, y la sobreexposición de los menores genera mucho interés e interacciones en la red. Preguntado por el porqué nos gustan los niños, el sociólogo lo tiene claro: al ser humano siempre le han interesado los cachorros, humanos o no. Las publicaciones de perritos y gatitos son, también, de lo más exitosas. “Nos atraen las cosas pequeñas vulnerables, débiles, suaves, es decir, el componente de lo tierno”, explica Urraco, “es una constante antropológica y algo universal a nivel cultural”, continúa. Por eso, la alerta en torno a la seguridad del menor con respecto a quién ve los vídeos, qué se hace con ellos o la posibilidad de que acaben alimentando webs de pornografía infantil, no es algo en lo que se piense en general cuando se comparten masivamente vídeos de infantes en internet.

“Todavía no tenemos claro los límites de dónde empieza la vida y dónde acaba el negocio”, añade Urraco poniendo como ejemplo un caso reciente, el de las influencers españolas Dulceida y Alba Paul “reaccionado” ante la imagen de una ecografía en su Instagram. “Entendemos que alguien cuando, como estas chicas, sube una foto de un embarazo pensamos que simplemente está mostrando su vida. Y no es así. Es su marca”, apunta.

Huella digital antes de nacer

Fotos de ecografías en la red, sus primeros gateos, sus primeras palabras, su primera pataleta. Todo a la carta. Es un contenido habitual desde hace tiempo en redes sociales. Pero, ¿qué pasa cuando alguien no tiene la capacidad de controlar su imagen en redes sociales, ni de dar su consentimiento?

Según explica a este periódico Luis Felipe Álvarez, profesor de derecho de la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA), en España, la patria potestad del menor, hasta los 14 años, recae en los padres o tutores legales del mismo. Esto quiere decir que son los padres quienes deciden que hacer con su imagen -y el lucro que se obtenga con ella- hasta, mínimo, ese momento.

“Antes, era común que los hijos aprendieran el oficio de sus padres, con esto es un poco lo mismo. De padres influencers probablemente salgan hijos influencers”, apunta Álvarez para añadir que en una sociedad en la que cada vez se consume más este tipo de contenido “no sé puede hacer mucho para frenarlo” con la legislación actual. “Y no tiene por qué ser malo para el menor per se”, observa, “si no se muestran imágenes en las que salga damnificado, desnudo o que puedan procurarle algún perjuicio. Si son imágenes entrañables, no debería afectar negativamente a los niños”, opina el profesor. El dinero que se obtenga de estas publicaciones, insiste Álvarez, pertenecerá al progenitor, puesto que en España, los menores no pueden trabajar hasta cumplidos los 16 años. Y el de influencer profesional, opina, es un trabajo.

Sin embargo, uno de los riesgos que ve Álvarez, en una sociedad en la que, a su juicio, “los niños están hechos a la carta”, es el de la deshumanización. “Vamos hacia un modelo en el que podemos elegir cuando tener hijos y, si resulta que no se puede, los más ricos recurren a los vientres de alquiler en los países en los que se permite y eso hace que, al final, de manera consciente o no, en ocasiones se hable de los niños como si fueran objetos”, continúa el profesor de Derecho para señalar que se trata de una situación que, hoy, no tiene un efecto jurídico evidente. Un ejemplo actual y conocido sería el de Ana Obregón y su “hija/nieta”.

“En estos casos”, continúa, “es importante recordar nadie tiene derecho a tener hijos, es un deseo que puede cumplirse o no. Pero no es un derecho”, subraya Álvarez.

Protección de datos

Todo permanece en internet, nada se borra del todo. Eso es algo que el catedrático en derecho administrativo tiene claro. Pero hay una salida, una opción, en España, que pueden tomar los menores a partir de los 14 años si quieren eliminar la huella digital creada por sus padres. Ejercer el derecho al olvido y a la protección de datos.

“Por supuesto, puede cesar el consentimiento a sus padres y ejercitar estos dos derechos”, comenta Álvarez, “es un mecanismo muy sencillo y siempre te ayudan desde la administración”, completa. No obstante, eso es todo. “Desde el punto de vista jurídico todo está en manos de los padres. De momento no se ha establecido una protección para una exposición masiva y excesiva del menor en las redes sociales”, admite.

Preguntado por lo que hace falta para ello, el profesor señala que una manera sería la de “sentar un precedente” como ha ocurrido en otros casos. Eso significa que debería haber un juicio con una causa similar que sirva como ejemplo para casos futuros. “Ahora mismo, haría falta que un familiar del menor, o alguna persona que tenga legitimidad para acudir al juzgado de familia y exponer la situación. Eso o incluso que se persone como acusación la Comunidad Autónoma o los Servicios de Atención a la Infancia (CAI), pero ya te digo que o es un familiar muy directo el que hace la denuncia o no prospera”, desarrolla.

La sociedad, señala, siempre camina mucho más deprisa que la jurisdicción.

Consecuencias de la ausencia de intimidad

Todo el mundo necesita un rincón propio, alejado de la mirada de los otros, donde existir. “Siempre ha sido necesario a lo largo de la historia de la humanidad. La gente necesita un espacio al que retirarse”, explica Urraco, “si toda tu vida está bajo la lupa o el ojo de los demás puede llegar a convertirse en una pesadilla”, continúa, “estarás sujeto a la idea que tengan los demás de ti, al producto que hayas creado, no habrá espacio para el yo real más allá de la frontera de tus pensamientos”.

Para el sociólogo, si una persona, como creadora de contenido, vende toda su vida sin guardar un resquicio de intimidad acaba protagonizando una distopía tanto para sí misma como para sus hijos, si los incluye en sus ritos online. “Tiene muchas consecuencias, sobre todo para el bebé cuando crezca. Le va a poner bajo una lupa que que va a ser complicada de gestionar cuando se convierta en un adulto”, completa.

Un mañana incierto

Preguntados por el futuro de esta tendencia, ambos expertos no se atreven a pronosticar qué va a ocurrir, si irá a más o a menos. Si seguiremos compartiendo mayores pedazos de nuestra vida íntima, de nuestros hijos desde sus primeros gateos, o nos replegaremos, acercándonos a un actitud más reservada. Lo dirá, opinan, el debate social que se genere en torno a estos fenómenos en los próximos años.

La pregunta definitiva, por tanto, será ¿Cuál es el precio de una infancia convertida en contenido?, la respuesta la tendrán ellos cuando crezcan. Mientras tanto, la espera.