POLÍTICA EXTERIOR

Geopolítica y el retorno de los ‘shocks’ de oferta

Todo indica que estamos ante una vuelta de los shocks de oferta que caracterizaron la economía mundial en los años 60, en esta ocasión causados por multitud de factores

De nuevo, la geopolítica toma el relevo de la economía, sacudiendo los cimientos de globalización

Gasolinera al sur de Londres, Reino Unido, con varias mangueras fuera de servicio y límite a la gasolina disponible, el 27 de septiembre de 2021. RICHARD BAKER/GETTY

Gasolinera al sur de Londres, Reino Unido, con varias mangueras fuera de servicio y límite a la gasolina disponible, el 27 de septiembre de 2021. RICHARD BAKER/GETTY / RICHARD BAKER/GETTY

Josep Piqué

La recuperación económica global después de la crisis pandémica está siendo penalizada por claros problemas desde el lado de la oferta: encarecimiento de la energía y de las materias primas en general; déficit de suministros de componentes básicos para la producción en la era digital (con los semiconductores como ejemplo paradigmático); subida drástica de los fletes y del transporte de contenedores por vía marítima; estrangulamientos puntuales de las grandes rutas comerciales… Todo ello provoca cortes y retrasos de producción que, ante una demanda creciente, genera subidas de precios. Si estas subidas se trasladan a otros costes como los salariales, en un marco de políticas monetarias ultraexpansivas, podrían propiciar el retorno del fantasma de la inflación, después de largos años de estabilidad de precios en un contexto de tipos de interés reales en torno a cero o incluso negativos.

Si la subida de precios se consolida y desemboca en un proceso inflacionista, las políticas monetarias de los bancos centrales tendrán que acomodar sus compromisos antiinflacionistas con la necesidad de sostener un crecimiento económico y del empleo cuestionados por el mencionado incremento de costes de producción. Más tarde o más temprano, la política monetaria mostrará de nuevo sus límites y la política fiscal deberá asumir su papel de estímulo de la demanda agregada.

Pero, al margen de esas políticas desde el lado de la demanda, el problema se sitúa en el lado de la oferta. Todo indica que estamos ante una vuelta de los shocks de oferta que caracterizaron la economía mundial en los años setenta (en 1973, con la guerra del Yom Kippur, y en 1979, con la revolución iraní y la guerra entre Irak e Irán). Entonces, el brutal incremento de los precios del petróleo provocó una recomposición de las funciones de producción que, durante un tiempo, puso en jaque a las economías occidentales, con recesiones y desempleo masivo.

Comprobamos de nuevo que la oferta suele ser más rígida que la demanda. Su adaptación a las circunstancias del mercado requiere a menudo de grandes inversiones y decisiones estratégicas que tardan tiempo en materializarse. La cuestión es saber cuánto puede durar el desfase y si la presión de la demanda es persistente o puntual.

De la misma manera que los shocks anteriores provocaron terremotos geopolíticos, hoy las consecuencias sobre el escenario global pueden ser considerables. En los setenta, comprobamos que el control de materias primas básicas, y la formación de cárteles como la OPEP, cambiaba la correlación de fuerzas a nivel global. La relevancia estratégica de regiones como Oriente Próximo despegó, lo que explica muchos de los acontecimientos posteriores, incluidas intervenciones militares.

Hoy, las consecuencias geopolíticas no son menores. Es así porque la globalización ha ido propiciando cadenas globales de valor, de forma que los productos pueden acabar en cualquier lugar del planeta y están producidos con insumos que también pueden proceder de cualquier lugar. El criterio básico ha sido buscar costes de producción más baratos, contando con costes de transporte y distribución relativamente bajos dada la masiva utilización del medio más barato y eficiente: el transporte marítimo, que hoy canaliza el 80% del comercio mundial. Un criterio estrictamente económico que no tenía en cuenta los avatares geopolíticos o los impactos de crisis como la pandemia del Covid-19 y que ha ido acompañado muchas veces –con criterios de nuevo estrictamente económicos– de métodos de producción just in time para reducir los inventarios a prácticamente cero. El sector de la automoción es el ejemplo más evidente de tales prácticas.

La pandemia provocó una disminución drástica de la oferta global –resultado de los confinamientos y las estrictas restricciones a la movilidad– y una menor minoración de la demanda, gracias a políticas monetarias y fiscales muy expansivas. Así, cuando gracias a las campañas masivas de vacunación se ha ido recuperando con fuerza la demanda, debido a la movilización del ahorro embalsado y el retorno de la movilidad, dicha presión no se ha acompasado con la readaptación de la oferta a las nuevas circunstancias.

El debate es hasta qué punto las prácticas cortoplacistas y la ausencia de inventarios son correctos ante situaciones de crisis, y si la dependencia de las cadenas de valor globales no constituye una vulnerabilidad excesiva de los intereses estratégicos de los países afectados, fundamentalmente los europeos. Surge de nuevo la necesidad de contar con capacidades propias de producción y almacenamiento de productos esenciales –como los sanitarios o los microprocesadores–, así como de relocalizar producciones antes deslocalizadas.

No es necesario destacar el carácter vital de la protección de la libre circulación marítima y la enorme importancia de los canales y estrechos por los que pasa el comercio internacional: Malaca, Ormuz, Bab el Mandeb, el Bósforo, Gibraltar, Suez y Panamá. Su bloqueo generaría impactos impredecibles, incluidos los riesgos de una confrontación militar a gran escala.

Estamos ante una expresión del decoupling en la globalización que viene a añadirse al asociado a la pugna sistémica entre Occidente y China, que también incide en ello por razones geopolíticas y de defensa y seguridad.

Shocks de oferta y decoupling, dos tendencias que se retroalimentan para hacer un mundo en el que las cadenas de valor globales retroceden. El riesgo es, como siempre, quedarse cortos o pasarse de frenada. 

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Josep Piqué es editor de Política Exterior.