Opinión | EL TRIÁNGULO
¿Identidad?
La manera miope y desacertada del PP de leer los resultados electorales del 14-M de 2004 abrió la puerta a la ultraderecha
Se acaban de cumplir 20 años del 11-M y como no puede ser de otra manera los atentados en Atocha están en las noticias, ocupan titulares y centran entrevistas y si lo hacen es porque además de ser el atentado más violento y feroz que España ha sufrido a lo largo de su historia, también se convirtió en el escenario de una nueva forma de actuar en la política española y que no fue otra que la de mentir sabiendo que se estaba mintiendo y que se mentía no buscando un bien colectivo, sino el de un partido político, en este caso el PP, que sabía que si aquel atentado no había sido cometido por ETA el electorado los castigaría por habernos metido en una guerra, la de Irak, que desató los peores años de violencia yihadista contra los países europeos.
Decía el otro día el ex presidente Zapatero en una entrevista con Jordi Évole que la confrontación política que se desató tras los resultados de las elecciones del 14-M, donde el PP no solo perdió su mayoría absoluta, sino que también perdió el gobierno, implantó un patrón de actuación en nuestra clase política, que se ha prolongado hasta hoy, y que de alguna forma se basa en la sensación que tuvo en aquel momento el partido de Aznar de que el poder le había sido arrebatado de forma indigna y que Zapatero no era un presidente legítimo y que por eso merecía cualquier reproche e insulto, daba igual la magnitud del mismo.
Manera miope y desacertada de leer unos hechos que iban muchos más allá de un resultado electoral u otro y que abrieron en España y en muchos otros lugares de Europa la puerta a la ultraderecha, que hasta ese momento casi de forma exclusiva tenía una amplia representación en Francia con un discurso basado en la lucha contra la inmigración y en la defensa del ADN francés y que se ha ido articulando hacia posturas mucho más genéricas como la protección de los franceses contra la globalización, la lucha contra el desempleo, la protección de lo propio y contra la islamización de Europa, desarrollado todo ello en un eslogan que reza que «la ultraderecha no es fascista, ni racista, solo realista».
«Porque lo que le sucede a Francia es que falta empleo, no hay esperanza y se debe recuperar la identidad», susurran sus jóvenes como lo hacen tantos otros jóvenes europeos que son hijos de los grandes atentados yihadistas que convulsionaron a Europa y que alteraron todo lo que parecía incuestionable y que tiene que ver con las libertades, el respeto, las luchas colectivas y tender una mano amiga a quien padece y llora. Pero la política es así y se traiciona una y otra vez en aras de victorias individuales que se convierten en derrotas colectivas.
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