Opinión | LA ESPIRAL DE LA LIBRETA
La bombilla parpadeante de Biden
Los demócratas harían bien en no ‘esconder’ tanto al presidente, en asumir que se fatiga, que no puede sostener el ritmo de un hombre de 40. ¿Dónde está su equipo?
Como si no hubiera suficientes perejiles en el guiso español, ahora se suma al caldero otro ingrediente rotundo y categórico, aunque aquí nadie parezca echar cuentas, con la posibilidad de que Donald Trump se convierta en el próximo presidente de EEUU, 'oh my God!' Se olía la tostada, claro. El 'supermartes' no fue tan súper: todo indica que el aludido, con el pelo más zanahoria que nunca, y el candidato demócrata, Joe Biden, se verán las caras en los comicios de noviembre ante la ausencia de rivales que les hagan sombra. El republicanismo templado de Nikki Haley ha pinchado. Es decir, se viene una repetición del duelo electoral de 2020, un ‘déjà vu’, solo que mucho peor.
En la campaña de hace cuatro años, pandémica y celeste, Biden dejó entrever que no iba a presentarse a la reelección: «Miren, yo me veo como un puente, y nada más —declaró entonces—. Hay toda una generación de líderes detrás de mí. Ellos son el futuro de este país». Se refería sobre todo a la vicepresidenta Kamala Harris, una mujer de 59 años en el esplendor de sus capacidades, que ha ido desbravándose como una mala cerveza de grifo: le hicieron la cama desde su propio partido, le colgaron al cuello la más pesada de las piedras —la inmigración en la frontera sur— y ha protagonizado alguna que otra metedura de pata. El columnismo sulfúrico se cebó con ella, por ejemplo, cuando se gastó cerca de 500 euros en utensilios de cocina. Pero, ¿no hay nadie más en el Partido Demócrata?
El abuelo Biden cabalga, pues, de nuevo, aun cuando entre el 60% y el 70% de los norteamericanos preferiría que no se presentase; ni él ni el ínclito que azuzó el asalto al Capitolio. Así que los norteamericanos acudirán a las urnas a votar a la contra, con una pinza en la nariz —aquí sabemos bastante de eso—, y habrán de soportar una campaña rastrera, centrada en el golpe bajo, en la espinilla del contrincante, que en el caso de Biden, de 81 años, radica en sus capacidades físicas y mentales (además de la inflación, el asunto migratorio y la masacre en Gaza). A casi medio siglo de distancia, tiene su miga recordar que en el duelo entre Jimmy Carter y Ronald Reagan de 1980 le reprocharan la vejez al actor de Hollywood, cuando entonces contaba 69 años; un chaval, como quien dice.
El otro día, ‘The New York Times’, un diario bastante progresista, sostenía que Biden no brinda tanto una imagen de senilidad como de endeblez, a semejanza de «esa bombilla que sigue encendida mientras la mantengas prendida». Se ceban demasiado en la veteranía del presidente, cuando Trump tiene también 77 años y sus fallos de memoria le han hecho meter la pata hasta el corvejón. Harían bien los asesores demócratas, creo, en no ‘esconder’ tanto al presidente, en reconocer que se fatiga, que no puede sostener la campaña de un hombre de 40 años y en construirle un remedo de equipo. ¿Dónde está esa nueva generación? Resulta preferible el «más de lo mismo» de Biden que la peligrosa volatilidad de Trump y sus llamamientos a la insurgencia.
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