Opinión | ANÁLISIS

Puigdemont a todas horas

La dedicación de los ministros a sus ministerios frente al tiempo que destinan a hacer política en favor de su partido y de su Gobierno

Archivo - El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont a su llegada al Parlamento Europeo.

Archivo - El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont a su llegada al Parlamento Europeo. / Europa Press - Archivo

No sé si será cosa mía. Tal vez no se trate más que de una percepción subjetiva. Leyendo los periódicos, tengo la sensación de que nuestros ministros se dedican más a hacer política en favor de su partido y de su Gobierno que a las labores propias de sus ministerios. Cuando están a punto de cumplirse los dos primeros meses del gabinete, nos encontramos con muchas declaraciones de ministros sobre los asuntos más diversos –principalmente, Cataluña– y pocas medidas que hayan salido de sus ministerios.

No descarto que la culpa la tengamos los propios periodistas. Con frecuencia, encontramos más morbosa la opinión de un ministro sobre un asunto que no es de su incumbencia que sobre peliagudas cuestiones relativas a sus veintidós carteras. ¿Qué medidas estará acometiendo Sira Rego sobre Juventud e Infancia? ¿Qué novedades sobre la Ciencia, la Innovación y la Universidad nos deparará Diana Morant? ¿Jordi Hereu estará con la reindustrialización para no depender solo del turismo? Probablemente esté mal informado, pero no tengo la menor idea.

Hay algo peor todavía que los ministros se dediquen a hacer política en vez de gobernar, quizá distrayendo horas que debieran dedicar a los asuntos propios de la cartera que se les ha entregado. Es que todos los asuntos importantes están contaminados por las negociaciones con Junts y, en menor medida, con el resto de socios, con el fin de sostener la viabilidad del Gobierno. Para no recurrir al ya manido ejemplo del elefante en la habitación, recurriré al muy simbólico cuadro surrealista de René Magritte "La habitación para escuchar". En él se puede ver una manzana que ha ido creciendo de forma descomunal dentro de un cuarto hasta casi reventar las paredes, el suelo y el techo, sin dejar sitio para nada más. Pues en eso se ha convertido Puigdemónt, en nuestra monstruosa manzana que, partiendo de su insignificancia, lo ocupa todo.

Intentamos tratar el delicado y decisivo asunto de la inmigración, pero nada se puede hacer porque estamos pendientes de lo que diga Puigdemont. Nos centramos en el que probablemente sea el gran debate de la legislatura, la financiación autonómica, y no podemos hacer nada, a la espera de ver en qué quedamos con Puigdemont. También deberíamos discutir el sistema impositivo, pero no, porque primero hay que ver las condiciones de Puigdemont. Y para qué hablar de asuntos como la educación o la justicia, tan necesitados de un pacto de Estado, si al final dependemos de lo que opine Puigdemont.

La pasada semana, la vicepresidenta Teresa Ribera acusaba a un juez con nombres y apellidos de practicar el "lawfare". Bien está que el ministro de Justicia se ocupe de estos temas. Pero, ¿qué pinta en esto quien debería estar encargándose de la Transición Ecológica y el Reto Demográfico? ¿Qué hace Oscar Puente opinando sobre si debe haber o no referéndum en Cataluña cuando tiene pendiente el lío de las Cercanías o un tren digno de este siglo para Extremadura?

Por si fuera poco el trabajo de los ministros para el partido los días de diario, los fines de semana ya son de dedicación plena a la causa. Y si se aproximan elecciones, la actividad se multiplica. Nada menos que dieciséis ministros –prácticamente todos, salvo los de Sumar– participaron, entre el pasado viernes y el domingo, en la convención política no por casualidad celebrada en Galicia.

Menos mal que vamos bien servidos de funcionarios, gracias a los cuales la maquinaria del Estado no deja de funcionar, independientemente de lo que hagan o dejen de hacer los ministros. Con los casi 300.000 trabajadores ocultos de función pública, que ha descubierto el titular de Transición Digital y de la Función Pública, José Luis Escrivá, ya sumamos la cifra récord de los tres millones de funcionarios. Con las espaldas cubiertas, los ministros ya pueden dedicar las horas que haga falta a la agenda impuesta por Puigdemont.