Opinión | MUJERES

Porno para todos

El debate sobre la mercantilización del sexo, en todas sus formas, divide al movimiento feminista

Un hombre consumiendo contenidos pornográficos en la red.

Un hombre consumiendo contenidos pornográficos en la red. / David Castro

Para algunos sectores del feminismo la pornografía es una expresión más de violencia contra las mujeres, porque las deshumaniza y las cosifica, y divulga la idea de que no son más que objetos sexuales, a disposición de los hombres, y poco más. Otras corrientes entienden que la pornografía es una expresión legítima de la sexualidad, que promueve la normalización entre las mujeres de todo un amplio catálogo de prácticas y que las empodera sexualmente.

Digan lo que digan unas y otras, el hecho es que las mujeres consumen porno, no en la cantidad y con la frecuencia que lo hacen los hombres, pero con bastante asiduidad y naturalidad.

Según un estudio realizado en 2023 por la empresa Womanizer, que se dedica a comercializar juguetes eróticos femeninos, solo un 33,40 por ciento de las mujeres españolas afirma que nunca ha visto contenidos pornográficos, un 1,77% reconoce acceder a él a diario y un 11% recurre a él al menos una vez al mes. La estadística es bastante similar en los 11 países en los que la compañía llevó a cabo su encuesta.

Un tercio de los usuarios registrados en Pornhub, una de las grandes plataformas dedicada a la producción y la difusión de contenidos pornográficos, son mujeres y mayoritariamente mujeres en la treintena.

Al margen del trato que reciban las mujeres durante la producción de pornografía, que merece capítulo aparte, la pornografía recrea las dinámicas sexistas que imperan en el imaginario colectivo. Mujeres sumisas o castigadoras. Los hombres también aparecen estereotipados. Nadie sale bien parado.

Hay, entre las muchas facciones del feminismo, una que aboga por una pornografía igualitaria. Habrá que ver cómo se consigue, porque en la comercialización del sexo imperan las mismas dinámicas de mercado que en cualquier otro producto de consumo. Se compra placer y por placer. El porno no es una herramienta educativa, sino recreativa.

Algunas mujeres, cineastas y actrices, han impulsado lo que llaman porno ético, que dice atender a la diversidad física y que se supone que recrea relaciones más igualitarias, con una estética cuidada, incluso elegante, dicen. Dicen que permite que las mujeres exploren abiertamente su sexualidad, incluso su feminidad, y que las libera.

Evidentemente, las mujeres pueden disfrutar del porno y, de hecho, con las estadísticas en la mano, lo hacen. La cuestión de fondo es si es lícito aplicar la lógica mercantilista al sexo, que es lo que hacen la pornografía y la prostitución. Si se puede comprar y vender el cuerpo y la intimidad, y a costa de qué y de quién se hace. Ahora el Gobierno español quiere prohibir el acceso de los menores a la pornografía.

El feminismo tiene en la pornografía un peliagudo asunto para el debate, que, como ocurre con la prostitución, que será difícil de afrontar desde un posicionamiento unánime.