Opinión | LE FUMOIR

Días de emociones sin anestesia

En mi primer libro les cuento mis cuatro años en el Yemen, un país maravilloso y desconocido para el gran público, que solo ha ocupado portadas por malas razones

Una ciudad afectada por la guerra en Yemen.

Una ciudad afectada por la guerra en Yemen. / Shutterstock

A menudo hay un libro que llega a nuestras manos del modo más azaroso y providencial, y que, de algún modo, nos sitúa en el mundo. Una lectura casual que se convierte en la piedra roseta de cómo queremos escribir y en los faros que nos guían en esa carretera sin pintar que es nuestra cabeza. No tiene por qué tratarse de uno conocido, ni de una obra maestra. Puede ser un opúsculo donde topemos con un pasaje, una frase, un giro del lenguaje, una cierta poesía que nos resuene en la trastienda de la mente como un «¡eureka!» definitivo y definitorio. 

Ese sonido se parece más al de un chisquero al prender la llama que nos ha de iluminar, que al de unos ángeles haciendo sonar sus pífanos en nuestro oído. Ese libro fue para mí La noche que llegué al Café Gijón, de Francisco Umbral, y fue su ritmo lo que me cautivó. Nunca pensé que osaría parafrasear a mi escritor admirado, referente obligado de todo columnista español de más de 40 años que se precie, en las páginas de un periódico. Pero como dijo el miope genial, agárrense: «He venido a hablar de mi libro». La alternativa sería hablar de España, de mi tierra catalana, de Diegos que fueron digos, de pactos y retractos, de profetas redimidos que han de revenir sobre la alfombra roja y mágica de la amnistía, del altar giratorio de la convivencia, de bulas y procesiones, de lo nunca visto y lo que queda por ver… 

¿Qué hubiera escrito Umbral estos días? Se echa de menos su mirada erotómana y atrabiliaria en este patio tan revuelto, su tinta libre y on the rocks, su anatomía de dandi hablando del escote de Helena mientras arde Troya. Pero, a falta de umbrales, esos portillos angostos de la política los atraviesan, valientes, plumas mucho más afiladas que la mía. Yo me dedico a lo contingente y a lo pasado, que, por serlo, es conocido y da menos miedo. He titulado mi primer libro Arabia Feliz (Ediciones RBA Libros). En él les cuento mis cuatro años en el Yemen, un país maravilloso y desconocido para el gran público, un bad boy de la comunidad internacional que solo ha ocupado telediarios y portadas por malas razones -las únicas que interesan-; noticias que suelen hablar de atentados, revoluciones, guerras, hambre y desolación. Rocanrol. En medio de la hecatombe a la que asistimos en Gaza, semejante título puede sonar a sarcasmo y oxímoron. 

Sin embargo, su adjetivo dichoso no se lo dio el que esto firma, sino que se lo dieron los romanos, que, siguiendo a Ptolomeo, llamaron a aquellas tierras «Arabia Felix» por la bondad del clima en sus mesetas y el verdor de sus valles, un oasis de belleza en medio de aquellas arenas infinitas que recorrió Wilfred Thesiger en su literaria epopeya en el desierto. 

Los años que yo viví allí fueron selváticos en experiencias: los tiempos de Al-Qaeda y las Primaveras Árabes, de fanatismo e ilusión, de muchas armas y menos letras, de religión y de utopía, de una región frente a su espejo, de sueños de libertad teñidos de sangre y de jóvenes que se volvieron espectros cabalgando caballos desvanecidos, que dijo Borges. Fueron días de emociones sin anestesia, de amigos que se quedaron, de viajes interiores, amores de guerra y capones de realidad. El Yemen fue la mili que nunca hice, mi rito de paso, el de todos los errores que uno debe cometer para poder decirse hombre. 

Esa coletilla de los latinos resultó premonitoria contra todo pronóstico, pues, pese a todo, allí fui feliz. Quizá lo somos cuando nos toca vivir la anomalía de lo que creemos que debe ser nuestra vida. Como la dicha es rara, merece la pena hablar de ella, sin mencionarla, no sea que se enfade y se vaya. En ocasiones, se cuela su luz en los lugares más insospechados, debajo de piedras que, en nuestra ignorancia, creíamos lapidarias, y que, al cabo, resultaron ser Arcadia feliz