Opinión | MÁS ALLÁ DEL NEGRÓN

La papeleta de la oposición

La crispación, tras llevar las protestas a la calle, ha atrapado a Feijóo en un callejón sin salida

La papeleta de la oposición

La papeleta de la oposición

Decía el presidente Barbón, siguiendo las consignas oficiales del partido, que ha llegado el momento de pasar página. Ojalá se pudieran pasar las páginas de la vida como se pueden pasar las páginas de un libro. Con un simple pellizco del pulgar y el índice, a veces previamente mojado en saliva, damos la vuelta a la hoja y a otra cosa. Pasar página a lo que ha ocurrido en este país en los últimos meses, como propone el presidente asturiano, es lo deseable, pero dudo mucho que sea lo posible. Las heridas que han abierto en este país las concesiones a los independentistas no se cierran así como así. Son tan profundas que tardarán en curarse, suponiendo que no se cronifiquen.

Si la pasada semana hablábamos de la papeleta de Adrián Barbón y de quienes ostentan hoy el poder, esta toca el turno a la difícil papeleta a la que se enfrenta la oposición. Los españoles no podemos vivir, mejor convivir, con la fractura de un país dividido en dos. Si Sánchez, en desafortunada expresión, establecía un muro imaginario de buenos –él y quienes aprueban sus decisiones– y malos –el resto del país–, Feijóo se ha apresurado a cerrar por dentro la puerta que le deja atrapado tras el muro. Ambos se equivocan, porque este país es impar, non, indivisible por dos. En este país, se han quedado fuera muchos españoles que se resisten a que nadie les emparede.

Por muy alejadas que estén las posiciones, el líder popular debiera haber felicitado con mayor cortesía al presidente investido. Sobraba el amenazante "usted será el responsable de lo que ocurra en España en los próximos años", propio del perdedor que respira por la herida. Las amenazas, los insultos, las descalificaciones no son propios de un país con más de cuarenta años a sus espaldas de democracia, con suficientes instrumentos para la lucha política.

Yerra Feijóo en recurrir a la calle como exhibición de fuerza. La calle es peligrosa. Lo que empieza con un pacífico ejercicio de la libertad de manifestación acaba, con demasiada frecuencia en altercados vergonzantes y peligrosos como los vividos en las sedes del PSOE. El ejercicio de un derecho no puede acabar con cruces gamadas, saludos romanos, cánticos de Cara al Sol, agresiones a la policía. Sí, ya sé que son unos pocos, entre la multitud, pero los suficientes para embadurnar una reclamación legítima.

En cualquier caso, desautorizan la queja por las concentraciones en Génova en vísperas electorales, por los rodea el Congreso, o por la violencia de los CDR en Cataluña. Nunca ha sido esa la estrategia de la derecha. Para recordar a la derecha en la calle hay que remontarse a la foto de Colón hace ya cuatro años, que tanto daño causó a la imagen del partido, o a las manifestaciones contra el matrimonio homosexual hace ya 18 años. En ninguno de los casos, que yo recuerde, se produjo el menor altercado.

Una contundente condena a los vándalos de Ferraz hubiera abierto un resquicio en el muro de hormigón. Dicen los psicólogos que en las disputas siempre hay que dejar una salida a los contrincantes. No se puede acorralar al oponente, porque si no le dejamos salida, reaccionará de forma violenta, como el animal herido saca las garras cuando no ve escapatoria. Ni Sánchez ni Feijóo han dejado el menor resquicio.

Ha funcionado muy bien la propaganda socialista de asimilar a Vox con el PP. Y ha estado muy torpe Feijóo al aceptar tácitamente la ayuda de un compañero de viaje cuando menos incómodo. Hemos visto a Ortega Smith arremetiendo contra la policía en la calle, a jóvenes lanzando objetos a diputados socialistas, cortes de la carretera de La Coruña, acciones violentas que han minimizado la impresionante y pacífica concentración del domingo.

Ha llegado el momento, como decía Barbon, de pasar página, por difícil que sea, y llevar la lucha política a donde corresponde. Feijóo y Sánchez están abocados a entenderse, porque ellos representan la gran mayoría del país, y si ellos no son capaces de llegar a un entendimiento, serán otros líderes los que lo hagan en su lugar. Porque izquierda y derecha, mal que pese a unos y otros, no tienen otro remedio que convivir. No se trata de eliminar al enemigo, porque siempre va a estar ahí, sino de llegar a acuerdos con él. En junio las urnas volverán a hablar. Veremos si para entonces el arriesgado experimento de Sánchez ha tenido éxito o ha fracasado. A Feijóo le corresponde reconducir a una oposición ahora mismo desnortada.

Esto no es una guerra, aunque muchos parecen tomarlo como tal, pero sería un fracaso colectivo que tuviera razón De Gaulle cuando dijo aquello de que "lo espantoso de cualquier guerra civil es que cuando termina la guerra no empieza la paz".