Opinión | MÁS ALLÁ DEL NEGRÓN

No hay paz sin líderes

La falta de liderazgo en el mundo impide una salida negociada de la guerra

No hay paz sin líderes

No hay paz sin líderes / ILUSTRACIÓN: PABLO GARCÍA

En la antigua Grecia, se decía que resultaba necesaria, al menos, una guerra cada 20 años para que todas las generaciones supieran lo que es. Ni israelíes ni palestinos necesitan que se les recuerde lo que es una guerra, porque lo excepcional para ellos es la paz. En el privilegiado Occidente, más olvidadizo, a día de hoy ya tenemos dos conflictos armados en marcha, uno en la propia Europa y otro en Oriente Medio. La de Rusia contra Ucrania parece haber caído en el olvido en poco más de año y medio, oscurecida por la ferocidad mortífera del enfrentamiento entre los terroristas de Hamás y el expeditivo ejército israelí.

A Occidente nos ha sorprendido tanto la nueva guerra como a los propios servicios secretos israelíes. Y la reacción no ha podido ser más pobre, atribulada y desorganizada. No sabemos cómo reaccionar. Primero, porque vivimos un momento esclerotizado, atrapados en lo que el escritor italiano Paolo Giordano, autor de "La soledad de los números primos", bautizaba hace unos días en "Le Monde" como "la era de la incertidumbre".

Asistimos a una guerra insólita en muchos sentidos. Para empezar, el enfrentamiento de un movimiento terrorista contra un ejército regular. No al convencional enfrentamiento de una nación contra otra. No hay dos frentes definidos. El conflicto se desarrolla en territorios tan difusos, que trascienden las fronteras. En Europa, nos encontramos en estado de máxima alerta, por la posibilidad de que los ataques se produzcan en cualquier lugar donde haya musulmanes radicalizados. La guerra no es sólo de Hamás sólo contra Israel, donde el pueblo judío ocupa la primera línea del frente, sino contra todo Occidente.

Se combate, en principio, por el control de un territorio, conocido como Tierra Santa, en una guerra santa, al grito de "Allahu Akbar" (Alá es grande). El factor religioso no es baladí. Ni uno ni otro bando respeta las mínimas reglas de una guerra convencional. Los civiles no son más que otro instrumento en el conflicto, ya sean por ser tomados como rehenes o como "víctimas inevitables" de los bombardeos. Lo resumía Golda Meir en una estremecedora sentencia, que bien se podría aplicar a los dos bandos, cambiando la palabra árabe por la de judío. "Cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros, entonces tendremos paz".

En esta guerra no hay grandes líderes. En Israel, tenemos al primer ministro, Benjamin Netanyahu, en su momento de menor popularidad, después de haber sido duramente cuestionado por su propio pueblo, que se lanzó a la calle contra su intento de reducir derechos y libertades. No hay un líder fuerte y respetado como los históricos. De Golda Meir a Ariel Sharon, pasando por Shimon Peres o Menájen Beguin. En la facción palestina, tampoco encontramos un líder fuerte, un Yasir Arafat, que tras abandonar las armas logró importantes acuerdos de paz. Ha tomado el protagonismo el sanguinario líder de los terroristas de Hamás, arrinconando al débil presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahamud Abás.

Por si todo esto no fuera suficiente, vivimos una situación geopolítica totalmente inédita. Tenemos un presidente de Estados Unidos senil, incapaz de imponer la autoridad; una Unión Europea sin la menor influencia en el exterior, como vimos en la cumbre del sábado en Egipto; un Putin que lo mismo se deshace en elogios a Netanyahu que mantiene estrechos vínculos con Irán y Hamás; una China que acrecienta su influencia internacional. Y de aquella ONU creada en 1945 para acabar con las guerras, para qué hablar.

Mientras, en España –embebidos en las mezquindades de la política interior–, nuestros políticos utilizan el conflicto en favor de sus propios intereses. Son incapaces de encontrar soluciones más allá de disparates, como juzgar a Netanyahu en la Corte de La Haya o romper relaciones con Israel, y lugares comunes como la necesidad de crear dos estados. El Gobierno, pese a presidir la Unión Europea, no solo titubea, no vaya a ser que la guerra desbarate sus planes para la investidura, sino que se encuentra dividido y ni siquiera es capaz de mantener una voz única. No digamos ya la necesidad de alcanzar un pacto de Estado sobre la política exterior con el PP, que se limita a aprovechar el conflicto para desgastar al presidente.

Ya sabemos que "todo lo referente a la guerra es una bofetada al sentido común", en palabras de Herman Melville, y lo es aún más cuando vivimos en un mundo que de lo que carece es de líderes fuertes, con autoridad moral suficiente para afrontar un conflicto de esta envergadura, porque, citando al pragmático Maquiavelo, "se hace la guerra cuando se quiere, pero se termina cuando se puede".