Opinión | POLÍTICA EXTERIOR

Borrell anima Europa

Por desgracia, en Occidente hemos vivido casi siempre al amparo del más rampante pragmatismo

Borrell insiste en que la evacuación de gazatíes es “peligrosa” y “prácticamente imposible”

Borrell insiste en que la evacuación de gazatíes es “peligrosa” y “prácticamente imposible”

Josep Borrell, el alto representante de la UE para Política Exterior y de Seguridad, ha abordado desde el primer momento con gran equilibrio el conflicto del próximo Oriente, suscitado por la razzia terrorista de Hamas el 7 de octubre contra la población civil israelí, con un saldo de más de mil muertos y centenares de heridos y secuestrados. Como es lógico, el gobierno judío, inexplicablemente desprevenido frente a aquella agresión, arremetió luego con gran violencia contra el agresor, emprendiendo la destrucción brutal de Gaza y privando a sus habitantes de los medios más elementales de subsistencia, como si fuera legítimo responder a una brutalidad genocida con otra semejante y simétrica. Desde el primer momento, Borrell criticó con gran dureza el ataque de los radicales islamistas de Hamás y reconoció el pleno derecho de Israel a defenderse, pero también recordó a los israelíes las reglas de la guerra, que protegen a la población civil, así como los derechos humanos de todas las personas, que las preservan de la arbitrariedad y la tortura. El “ojo por ojo” es un anacronismo inadmisible en los estados de derecho modernos en el derecho internacional.

Israel, país que desde su fundación hace 75 años ha vivido amenazado o en guerra con su vecindad, mal acostumbrado por la proverbial tolerancia que la comunidad occidental mantiene hacia las víctimas del Holocausto, protestó airadamente contra aquella posición aparentemente equidistante del representante europeo. Pero pronto Borrell fue reconocido y secundado por las autoridades comunitarias y por los líderes de los principales países de la UE. No hay simetría posible entre víctima y victimario pero nunca son tolerables los delitos de lesa humanidad.

Posteriormente, Borrell ha ampliado su visión del conflicto: en una conferencia reciente en la Escuela Diplomática de Madrid, ha evidenciado que la guerra entre Israel y Hamás obliga a Europa a comprometerse y a hacer real la solución de los dos Estados, por la que aboga desde hace treinta años. Para el alto representante, la "gran crítica" que se le puede hacer a la Unión Europea es que lleva tres décadas "diciendo que esta es la solución, pero haciendo muy poco o nada" para conseguirla. De hecho, la UE no tiene hoy peso político en el Próximo Oriente. También advirtió contra el doble rasero a la hora de juzgar las situaciones en Israel y en Ucrania ya que, evidentemente, los territorios ocupados por Israel "son tan ocupados como lo son los territorios ucranianos invadidos por Rusia, conforme al derecho internacional", e hizo notar que el territorio ocupado por Israel desde 1948 "se ha multiplicado por cuatro» mientras que el territorio palestino «se ha ido encogiendo y dividiendo en zonas inconexas".

Borrell es un conocido europeísta que no se ha granjeado la simpatía de los burócratas comunitarios sin iniciativa. El año pasado, se ganó las iras de algunos al recriminar la atonía de una Europa que se había aclimatado a un crecimiento débil basado en la energía barata procedente de Rusia y a las oportunidades de negocio que ofrecía China. La inesperada guerra de Ucrania no solo puso de manifiesto la impotencia militar de la UE, que tuvo que ser auxiliada desde el primer momento por los Estados Unidos, sino también y sobre todo la necesidad de poner en marcha en Europa una política industrial eficiente.

El modelo a seguir era el de Biden, que ha promulgado la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) y la ley de Chips para impulsar la industria nacional, en un gesto tan creativo como proteccionista que no debería quedar sin reacción por parte europea. Bruselas no se ha puesto todavía en marcha con la debida decisión pero estas ideas han arraigado y Alemania, actualmente estancada, ha tomado buena nota de sus debilidades, provenientes de los tiempos de Merkel, confiada socia de Moscú (por no hablar del excanciller Schröder, quien al dejar el cargo pasó a dirigir la industria petrolífera rusa).

En diversas intervenciones, Borrell, que es uno de los dirigentes europeos con más fondo ideológico, ha subrayado la buena noticia que ha supuesto la unidad de la Unión Europea frente a la invasión de Ucrania por Moscú (las discrepancias de Hungría y Polonia, eliminadas ya en Polonia tras las últimas elecciones, no son sistémicas), que Rusia no esperaba en absoluto, y que confieren a la Unión Europea una estatura insospechada, que ahora habría que afianzar mediante medidas de cohesión militar y de operatividad frente a los populismos imperialistas.

Tras las dos grandes crisis que ha experimentado el mundo en lo que llevamos del milenio —la económica y financiera de 2008 y la sanitaria de 2020—, la Unión Europea ha dado muestras de eficiencia en la superación de las coyunturas adversas y en la habilitación de medidas capaces de recuperar la senda de desarrollo. Es preciso afianzar esta unidad mediante avances de integración financiera, de armonización fiscal y social, de federalización política, que acaben de convencer a nuestras opiniones públicas de que la democracia, de un lado, y la integración europea, de otro, son bienes deseables que conviene cultivar, haciendo oídos sordos a los predicadores utópicos del nacionalismo. Y es deseable aprovechar las guerras, siempre indeseables, para consolidar valores, afianzar principios y disuadir a conspiradores que pretendan interferir en nuestras libertades occidentales.

Por desgracia, en Occidente hemos vivido casi siempre al amparo del más rampante pragmatismo, que quedó inmortalizado en la célebre frase de Lord Palmerston, primer ministro del Reino Unido en dos ocasiones y responsable de Exteriores de su país varias veces: "Inglaterra no tiene aliados eternos ni enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y nuestra obligación es vigilarlos". Parece claro que el mundo actual no puede dejarse guiar solo por intereses, ya que el bienestar que busca la humanidad no es solo material. Europa puede ser hoy el símbolo de que intereses y principios admiten una elevada conciliación.