Opinión | FUTURO DE ESPAÑA

Qué Gobierno no amnistía a sus amigos

La pureza exigida por el PP a Pedro Sánchez no consta en los anales del partido conservador, ni de políticos hacia quienes los populares muestran una devoción incondicional

Pedro Sánchez, durante la sesión de control al Gobierno en el Senado.

Pedro Sánchez, durante la sesión de control al Gobierno en el Senado. / JOSÉ LUIS ROCA

El mandamiento original se erige envidiable, ningún país debería contaminarse con el contacto de políticos cuestionados por los tribunales o por sus atropellos flagrantes. El cumplimiento es más irregular, en un arma arrojadiza que ahora lanza el PP sobre el candidato socialista a La Moncloa. Sin embargo, la pureza exigida a Pedro Sánchezno consta en los anales del partido conservador, ni de gobernantes hacia quienes los populares muestran una devoción incondicional.

Esta semana obliga a plantearse la peripecia de Netanyahu, que gobierna Israel con tres procesos abiertos por corrupción y retorciendo la judicatura en su provecho. Este detalle no ha alterado el fervor del PP hacia Tel Aviv, ni su hostilidad patriótica hacia cualquiera que cuestione al Estado agredido. Más cerca, los populares no advirtieron contradicción alguna en la participación de Nicolas Sarkozy en un acto en apoyo de Núñez Feijóo, pese a que arrastraba una condena por su actividad política. Esta circunstancia tampoco impide que el expresidente de Francia sea agasajado por su sucesor Emmanuel Macron en el Elíseo. Los satanizadores de Carles Puigdemont no se sienten incómodos con estos comportamientos tal vez inconsistentes, la hierba siempre crece más alta en el ojo ajeno.

Indignarse con las decisiones ajenas forma parte de la confrontación política, pero qué Gobierno no amnistía a sus amigos. A menudo, el perdón magnánimo surge de quienes luego lo negarán con aspavientos. Las hemerotecas preservan las imágenes del presidente Felipe González agasajando y por tanto amnistiando a Gadafi, otro huésped privilegiado de Sarkozy. Los entusiastas del político sevillano horadarán disculpas en su posado junto al dictador libio, pero cuesta admitir que sus crímenes solo se produjeron con posterioridad al encuentro en Mallorca.

Aznar encarna para sus fanáticos la imagen del político inflexible, que no concedería ni la uña del meñique a Puigdemont. Sin embargo, la reactivación de la figura de Yasir Arafat obliga a recordar la rueda de prensa donde el entonces presidente del Gobierno se erigió en inesperado paladín de las reivindicaciones de la OLP, desatando la furia de los invitados israelíes al acto. La escena transcurrió sin demasiado escándalo, los integristas reservan su ira para Adolfo Suárez recibiendo en la Moncloa al jerarca palestino, porque el segundo llevaba la pistola al cinto.

En ningún caso se pretende que los dictadores y terroristas citados sean más peligrosos que Puigdemont, por lo que subsistiría la culpa adicional de Sánchez al amnistiar al mayor réprobo de la humanidad. En todo caso, los vaivenes de la historia y sus aliados inesperados invitarían a conceder un pequeño margen de maniobra a los políticos en sus tratos. Nadie acusó de abyección a Feijóo, cuando Sarkozy recayó en la condena coincidiendo con el acto de apoyo al candidato español. Nadie señaló al PP como cómplice de las tropelías del francés. Mala suerte y a seguir navegando.

Cabe aquí la crítica de que la cesión exótica a un sátrapa extranjero no puede compararse con la amnistía a un prófugo local, sobre todo en un país cainita donde el hermano ha de ser más vigilado que el enemigo. Este argumento devuelve a González, sin duda el más importante presidente del Gobierno que ha dado España y coronado ahora opositor en jefe a Sánchez. También es el político socialista que acompañó a José Barrionuevo a las puertas de la cárcel de Guadalajara, y ni un paso más. Guste o no, se trataba de un secuestrador condenado por un Tribunal Supremo trufado de magistrados progresistas, nada que ver con el elenco ulramontano del procés. Sería muy difícil afirmar que la excursión a la prisión se inscribía en un acto constitucional para preservar el espíritu del 78.

Se debería continuar con el perdón del PSOE de González a los golpistas del 23F, tal vez más peligrosos para el Estado que el eurodiputado Puigdemont, con el solo objetivo de congraciarse con unos militares más levantiscos en los ochenta que los independentistas en este siglo. Más chocante resulta que Feijóo repruebe con énfasis las fotos de Yolanda Díaz en Waterloo, pero considere disculpable su reportaje junto al narco Marcial Dorado.

Ni el terrorista Mandela pasaría la prueba del algodón que el PP solo exige a los demás. El líder más longevo de los populares en fechas recientes pasará a la historia por su «Luis sé fuerte, hacemos lo que podemos», remitido desde la mismísima Moncloa. Claro que Bárcenas es un pecado venial comparado con el independentismo, pero los populares exigirían un fusilamiento si la izquierda redactara un texto semejante.