Opinión | ÁGORA

Veranillo de San Miguel

Y así nuestros políticos, que parecen obedecer el castizo refranero, se han esforzado para dejarnos tranquilos por San Miguel, tras una semana de trabajos merecedores de mejor causa

Alberto Núñez Feijóo.

Alberto Núñez Feijóo. / José Luis Roca

"Por San Miguel, nada por hacer", decían los viejos campesinos. Y era verdad. Ya estaba sacado el agosto, pero todavía no había llovido lo suficiente para la siembra. Y así nuestros políticos, que parecen obedecer el castizo refranero, se han esforzado para dejarnos tranquilos por San Miguel, tras una semana de trabajos merecedores de mejor causa. Sin embargo, no creo que haya cosecha que guardar. Los debates de Feijóo, devaluados tanto por lo previsible del resultado como por los interlocutores secundarios, han sido estériles. Como los intentos de producir una fractura del sistema de partidos han fracasado, los que no viven sin conspirar, como la Sra. Aguirre, se han apresurado a divertir a la audiencia proponiendo que Feijóo le ceda unos votos a Sánchez para hacerlo presidente. La Sra. Aguirre es así, generosa y rumbosa, como buena aristócrata.

Dejando aparte esta anécdota, que producirá sus efectos entre los humoristas, lo único reseñable ha sido el acuerdo del Parlament, que también quería entregarse a las fiestas de San Miguel sin nada que hacer. Por eso aceleró el paso para amargar la alegría de sus hipotéticos socios, para que no canten victoria demasiado pronto. La cara de Illa no parecía de juegos florales, la verdad. La de Urtasun tampoco estaba para tirar cohetes, por muy festivo que sea el tiempo. El acuerdo del Parlament de exigir "el" referéndum viene a encajar con el discurso central del Procés según el cual todo el asunto ha sido un mandato de la soberanía nacional residida en el Parque de la Ciudadela. Aquellos actos que tuvieron lugar el 1 de octubre de 2019 solo pueden ser derogados por actos que emanen de la misma fuente. Aquel referéndum sólo por otro mejor.

Lógica formal no le falta a la posición, aunque cuando el mundo se hunde no parece un fundamento suficiente. Lo increíble es que no haya por parte del Estado oferta alguna. Quien dio la orden al Tribunal Constitucional de mutilar el Estatut del Tinell debe arrancarse los cabellos por el lío inmenso en que nos ha metido y por dejarnos sin herramientas para salir de él. La prueba de que no tenemos esas herramientas es que la solución se plantea de forma circunstancial, cuando por un milagro los independentistas tienen la capacidad coactiva. Si alguien cree que con esos mimbres se puede resolver un problema que afecta a la roca dura de la realidad, se confunde.

No creo que los diputados independentistas sueñen con alcanzar un acuerdo sobre "el" referéndum para la ocasión. Podrían arrancar el compromiso del Estado de que al final de todo este proceso habrá "un" referéndum. Ese compromiso debería adquirirse ya, pues en realidad no hay otra manera de poner punto y seguido a este asunto. Y resulta evidente que cualquier cosa que se vote, la primera vez que la ciudadanía catalana vaya a las urnas de forma exclusiva y en referéndum, ese será en todo caso un plebiscito de autodeterminación. Resultará indiferente que su resultado rechace la propuesta que pueda ofrecer el Estado. Una autodeterminación también puede ser negativa.

Todo lo que sabemos es que, para continuar la lectura del Procés, el Parlament necesita mayoría independentista. Sin eso, todo se hunde. Y eso es lo que se ha votado el jueves pasado. Garantizar la transversalidad independentista.

Las fuerzas del Procés deben diferenciarse por su propuesta de gubernaculum, meramente. Esta posición de mínimos puede dar una idea de las dificultades que va a tener Sánchez en la legislatura, si es que logra arrancar. Porque en cuestiones de gobierno será difícil encontrar la misma unanimidad independentista que hemos visto respecto de la exigencia de referéndum. Ahí, en la economía, las contradicciones internas de los socios serán radicales, y tanto más fuertes cuanto más concuerden en aquella exigencia.

Así que este viernes se escenificó ese acuerdo de mínimos para mantener el relato durante el último año de legislatura. Sánchez sabe ya que en el acuerdo de investidura todos serán unánimes en las máximas exigencias, y que en políticas sociales difícilmente va a contar con Junts. Así que la situación está fea. En aquellas dimensiones del gobierno para las que Sumar exige valentía, ambición, decisión y continuidad con las políticas sociales progresistas, en las medidas que podrían dar rédito electoral, será difícil contar con las mayorías burguesas de Junts y del PNV. En aquellas medidas duras de tragar para el electorado progresista, sin embargo, los socios nacionalistas van a estar unidos como una piña.

Y eso no es lo peor. Es todavía más inminente y puede ser más contradictoria para el segundo Gobierno Sánchez la situación vasca. Porque si en las elecciones vascas del año próximo el PNV y Bildu acabaran de verdad empatados, como parecen decir las previsiones, el PSOE-PSE podría gobernar con el PNV o con Bildu. ¿Pero qué hará el partido que resulte despechado tras esa decisión? ¿Seguirá el PNV favoreciendo las cosas a Sánchez, a un partido socialista que ofrece a Bildu el control del palacio de Ajuria-Enea? ¿Y qué pasará si es a la inversa? Si algo ha olido el PP, y por eso Puente erraba el tiro, es que debe mantener a Feijóo porque es casi inevitable una legislatura corta. Y con un poco de suerte, una debacle de Vox y la posibilidad de llevar adelante un nuevo acuerdo con las tres burguesías nacionales. El sueño que alguien debe estar intentando cuajar con sortilegios de magia avanzada y con exorcismos de vudú contra quien lo rompió.