Opinión | ANÁLISIS POLÍTICO

González y Guerra, anclados en un mundo de ayer

Es muy patente que González y Guerra —y los Leguina, Redondo, Savater, etc.— están, como diría Stephan Zweig en su última obra, “anclados en un mundo de ayer”,

El expresidente del Gobierno, Felipe González (i), y el exvicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra (d), durante la presentación de su nueva obra 'La rosa y las espinas', en el Ateneo de Madrid, a 20 de septiembre de 20213, en Madrid (España).

El expresidente del Gobierno, Felipe González (i), y el exvicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra (d), durante la presentación de su nueva obra 'La rosa y las espinas', en el Ateneo de Madrid, a 20 de septiembre de 20213, en Madrid (España). / Jesús Hellín - Europa Press

Uno de los sucesos más relevantes de la Transición española fue la renovación del viejo PSOE, que había permanecido alebrado y mortecino en el exilio francés durante la etapa de Rodolfo Llopis, sucesor y heredero de Indalecio Prieto. Como es bien sabido, un grupo de jóvenes socialistas del interior acudió en octubre de 1974 al congreso socialista de Suresnes con la idea de renovar el partido. Desde 1967, el SPD capitaneado por el canciller alemán Willy Brandt, a través de la Fundación Friedrich Ebert, venía postulando la necesidad de formar cuadros capaces de ponerse al frente del socialismo español a la muerte, que se preveía próxima, del dictador. Llopis se oponía a aquella “intromisión”, que también era una sugerencia de relevo en la cúspide socialista, pero ya en el Congreso de Toulouse en 1970 quedó claro que aquella era la principal asignatura pendiente. Y en Suresnes, los andaluces González, Guerra y Chaves así como el grupo de los vascos, encabezado por Enrique Múgica y Nicolás Redondo, tomaron el poder, con Felipe González al frente después de que Redondo se negara a aceptar el liderazgo. La generación joven, conocedora de los problemas reales del país, aparcaba así a la vieja guardia, que había perdido el sentido de la realidad.

Hoy, tanto tiempo más tarde, la izquierda mantiene una deuda con González, quien indiscutiblemente encabezó la gran modernización de este país, tras una obra de gobierno a la que Guerra cooperó notablemente. A cambio, el PSOE ha defendido a González a capa y espada en todas las ocasiones, también cuando acompañó a la puerta de la prisión a Barrionuevo y a Vera por el ‘caso GAL’.

Pero hace 27 años que González abandonó la presidencia del Gobierno y 26 desde que resignó la secretaría general en manos de Almunia. Tanto González como Guerra han vivido todo este tiempo apartados de la actualidad y de la política, aunque hayan seguido como es lógico la ilación de los acontecimientos y hayan opinado esporádicamente. Con todo, el socialismo actual, el que nace con González, ha quedado marcado de manera indeleble por la obra de Zapatero, quien le proporcionó la dimensión social que hoy posee. La lucha por el feminismo y contra la violencia de género, por la normalización del colectivo LGTBI, por la extensión de las libertades civiles hasta sus últimas consecuencias, fueron obra del último expresidente socialista, quien es hoy el principal referente moral del PSOE de Sánchez.

González, en cambio, perdió su neutralidad frente a Sánchez al decantarse por Susana Díaz para ocupar la secretaría general, que obtuvo aquel en primarias en julio de 2014. El 1 de octubre de 2016, Sánchez era inicuamente descabalgado de Ferraz por sus conmilitones, en una operación oscura en que la vieja guardia no fue inocente. De hecho, González vio con buenos ojos la ruptura interna del PSOE para aupar a Rajoy a la presidencia. Y el regreso de Sánchez, en brazos de la militancia, a la secretaría general en junio de 2017, marcó un antes y un después en la relación de Sánchez con sus ancestros, que desde entonces se comportaron a menudo con franca deslealtad.

La divergencia entre González y Sánchez era ya inocultable, y aun se acentuó cuando este decidió alumbrar una coalición con Unidas Podemos. González había heredado el gen anticomunista y por eso había despreciado a Carrillo y a Anguita. El comunismo que pacta con Sánchez es, sin embargo, muy distinto del histórico, y las diferencias con el PSOE estriban sobre todo en la intensidad de la acción social y muy poco en razones ideológicas. Pero González es tenaz, y en lugar de tratar de influir constructivamente y con discreción, ha lanzado sus criticas a Sánchez en público y cuando más daño pueden hacer al PSOE. Diríase que está celoso.

Y llegamos a la actual encrucijada, en que el viejo bipartidismo imperfecto ha desaparecido para dar entrada a una izquierda de la izquierda más potente que antaño (nunca IU había obtenido 33 escaños) y en que ya juega una extrema derecha, felizmente en retroceso pero que todavía posee 31 escaños. El nacionalismo en cambio ha variado poco; hoy, nacionalistas catalanes y vascos suman 25 escaños y en 1982 totalizaban 24. Pero el fraccionamiento de las cámaras y el viaje hacia el independentismo ha cambiado la situación.

Es muy patente que González y Guerra —y los Leguina, Redondo, Savater, etc.— están, como diría Stephan Zweig en su última obra, “anclados en un mundo de ayer”, y no se han hecho cargo de esta situación, en que, a juicio de una mayoría significativa, el peligro estriba en que el PP consiga con VOX el gobierno del Estado. Es pueril insinuar siquiera que el PSOE de Sánchez jugará a la fragmentación del país pero no lo es en absoluto temer que el neofascismo entre en esta sociedad por las grietas de la incompetencia y el miedo.

En este panorama, Guerra, considerado en otro tiempo un lince de la política y de la estrategia, nos ha salido con una mención a la peluquería de la vicepresidenta. Con estos dislates, que ni siquiera tenían gracia en tiempos del famoso “club de la tortilla”, lo mejor es que la vieja guardia escriba en silencio sus memorias y deje de perturbar a quienes hoy están trabajando con realismo para sortear obstáculos y caminar hacia adelante.