Opinión | SOCIALISMO

El acoso de González y Guerra

Las formas que tienen los líderes históricos socialistas de expresar su discrepancia los desacreditan

El expresidente del Gobierno, Felipe González (i), y el exvicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra (d), durante la presentación de su nueva obra 'La rosa y las espinas', en el Ateneo de Madrid, a 20 de septiembre de 20213, en Madrid (España).

El expresidente del Gobierno, Felipe González (i), y el exvicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra (d), durante la presentación de su nueva obra 'La rosa y las espinas', en el Ateneo de Madrid, a 20 de septiembre de 20213, en Madrid (España). / Jesús Hellín - Europa Press

Los partidos no son ajenos a los cambios que se producen en la sociedad, y los retos que se le presentan hoy a la democracia tienen su reflejo en la agitada vida interna de la mayoría de las formaciones políticas. Las tensiones que han sufrido últimamente los dos principales partidos políticos en España, el PP y el PSOE, son un reflejo de su dificultad para hacer compatibles las sensibilidades de los nuevos liderazgos con las posiciones que mantienen algunos dirigentes históricos. Esta incapacidad ha vuelto a ponerse de manifiesto, de manera acusada, con la pugna que algunas de las principales figuras socialistas de la Transición mantienen con el actual líder de la formación y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. Un enfrentamiento que motiva nuestra atención en la medida en que puede tener repercusiones en la vida política del país. 

Felipe González, Alfonso Guerra y otros destacados miembros de los que suele llamarse la vieja guardia del PSOE tienen todo el derecho de criticar a Pedro Sánchez. Los temas a debate, vinculados a las concesiones que Sánchez podría hacer para granjearse el apoyo de los independentistas a su investidura, son de suficiente calado como para no coartar la libertad de expresión de nadie. Sin embargo, las formas y el lenguaje utilizados por Guerra, González y otros han llevado la confrontación hasta límites preocupantes. No solo para la vida interna del PSOE, sino también para la salud de nuestra democracia. Cuando ambos alertan de los riesgos de negociar la investidura con los independentistas catalanes, recogen, probablemente, el sentir de una parte de los socialistas. Sin embargo, la manera de expresar su discrepancia, utilizando un lenguaje propio del adversario político, anticipando decisiones que todavía son desconocidos -como la naturaleza que tendría una posible amnistía- les descalifica y favorece el cierre de filas en torno a Sánchez. Resulta entristecedor ver a un político de la talla de González asociado al estilo chabacano de su antiguo vicepresidente. Incluida la intolerable referencia machista a los peinados de la vicepresidenta que hizo Guerra y de la que González debió haberse desmarcado. 

En el PSOE, el puente entre quienes tuvieron el poder y quienes lo tienen actualmente ha sido dinamitado hace tiempo. El estropicio creado por esta voladura viene de lejos y recae tanto en antiguos dirigentes que no han sabido comportarse como voces inspiradoras de la línea del partido, como en Sánchez y su círculo más cercano, que han tirado por la calle de en medio, sin buscar el consenso con generaciones anteriores. Superada la era de las unanimidades basadas en ideologías fuertes y en líderes incuestionados, el debate en el seno de los partidos resulta cada vez más difícil de administrar. Por el momento, no parece que la unidad del PSOE esté en cuestión, pero la desautorización y el acoso que sufre Sánchez por parte de algunos de los antiguos dirigentes del PSOE podría acabar desestabilizando el partido. Hechas las advertencias de los riesgos que entraña la negociación para la investidura, quienes la critican desde dentro del partido deberían esperar a ver en qué se concreta, qué resultados políticos alcanza y cuál es su consistencia constitucional.