Opinión | MACONDO EN EL RETROVISOR

Hay que escuchar a Jiménez Losantos

A él, o a quién sea que a cada uno le revuelva las tripas, aunque sólo sea para, como diría mi madre: saber del agua que nos tenemos que guardar

Federico Jiménez Losantos.

Federico Jiménez Losantos.

Tuve una vez un compañero al que le encantaba ver la cara de estupefacción que ponían algunos cuando aseguraba que todas las mañanas camino del trabajo escuchaba ‘religiosamente’ a Jiménez Losantos. El tipo en cuestión era un ‘progre’ de manual, y casi se podía ver desde fuera cómo al interlocutor de turno le daba la cabeza un vuelco intentando procesar aquella incongruencia.

Lo mejor de todo venía después, cuando aclaraba que lo hacía para ponerse de mala leche y coger fuerzas y argumentos para ser el contrapunto de aquella voz. A menudo pienso en él y en cómo debe estar disfrutando del apogeo de las redes sociales, ese caótico y poliédrico ‘coro’, en el que sin duda, se pueden encontrar, y por miles, opiniones y puntos de vista diametralmente opuestos a los nuestros, que nos activen la adrenalina.

Es curioso, sin embargo, cómo la mayoría de los mortales hace lo contrario. Un estudio realizado por IAB Spain, en pleno confinamiento en 2020, aseguraba que en nuestro país, el 96% de los perfiles que seguimos en redes son amigos y conocidos, un 56% son influencers y sólo un 41% son medios de comunicación.  

No se suele seguir, ni mucho menos escuchar, a aquellos que defienden a personas, movimientos o creencias distintas a las de uno; al revés, es habitual buscar refrendar nuestros pareceres, constatar, negro sobre blanco, que llevas razón y que son los otros los que están equivocados. 

Como buenos ‘narcisos’, lo que nos pone es el reflejo de nuestras propias ideas, y ésa es sin duda una de las claves de por qué nos enquistamos en conversaciones, que parece que nunca van a llegar a buen puerto. Tomen por ejemplo el polémico caso Rubiales, son tres semanas ya hablando del personaje y los hechos, sin que muchos puedan todavía comprender cuál es el calado y la trascendencia de la historia, porque sólo le echan cuenta a los de su cuerda.

La soberbia, en ocasiones, nos hace creer que el contrario no puede enseñarnos nada, precisamente porque nos separan de él o ella, no sólo una preposición, sino, muchas veces, una abismo de creencias o principios, que hace que se nos antoje intolerable su discurso y su proceder. Sin embargo, cada vez estoy más convencida de que el aprendizaje por ‘oposición’ es muy recomendable. Exponerse, por iniciativa propia, a conductas o argumentos antagónicos es necesario, no sólo para hablar con conocimiento de causa, sino para evitar lo que se conoce como ‘visión túnel’.

Las plataformas sociales ofrecen el caldo de cultivo perfecto para hacerlo, ya que incluso nos ofrecen la opción de actuar como un mero ‘voyeur’. Aunque ya les advierto que es difícil no entrar al trapo y responder a según qué comentarios.

Pero es un filón inagotable. De hecho, se pueden encontrar afirmaciones y teorías que deben de tener verdaderamente ocupados a los sociólogos. Hay quien defiende, por ejemplo, que el machismo es simplemente lo contrario al feminismo, y existe para contrarrestarlo. También, quien todavía se cree a pies juntillas que todo lo que sale en la tele es verdad y compara las cosas que suceden en directo, con los contenidos de los programas ‘enlatados’ como Masterchef.

Luego están las teorías conspirativas. Esas son entretenidísimas, porque argumentan que hay temas de actualidad, como el #SeAcabó, que ha generado el apoyo nacional e internacional a Jenni Hermoso, que no son más que maniobras de distracción orquestadas por fuentes interesadas, para que no nos enteremos de lo que "realmente importa". Cosas como el precio del litro de aceite de oliva o el del carburante, dicen.

Entiendo que todo es necesario. Los que ponen el acento en cuestiones prácticas del día a día, como es la inflación, y los que se niegan en dar un paso atrás en derechos fundamentales e igualitarios, que se consiguieron con la lucha y el sufrimiento de muchos y que pusieron a España a la vanguardia en algunos avances sociales. Ambas inquietudes son razonables y por supuesto, respetables, aunque es ahí donde a menudo radica la diferencia. Porque en muchos casos los que defienden las ‘practicalidades’ o los posicionamientos ‘de toda la vida’ son los que más sistemáticamente atacan al resto, los que les persiguen y les increpan.

Así que sí, debería ser de obligado cumplimiento escuchar al ‘inefable’ Jiménez Losantos. A él, o a quién sea que a cada uno le revuelva las tripas, aunque sólo sea para, como diría mi madre: saber del agua que nos tenemos que guardar.