Opinión | ANÁLISIS POLÍTICO

Salir del estado de 'shock'

Feijóo y su equipo deberían ya pensar en el futuro y, desde la oposición, empezar a establecer estrategias que les permitan comprender la pluralidad de España

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, y el presidente del Gobierno de Aragón, Jorge Azcón.

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, y el presidente del Gobierno de Aragón, Jorge Azcón. / Fabián Simón - Europa Press

Lo comentaba aquí, en este mismo espacio, hace ocho meses, en enero de este año: “Los actuales datos de encuestas y su evolución en los tres últimos años, no es descartable que ocurra un hecho inédito en nuestro país: que el partido que acabe siendo la primera fuerza política en votos y escaños en el conjunto de España no sea la que acabe gobernando. Algo totalmente legal y, por tanto, legítimo en un sistema parlamentario como el nuestro”. Disculpen la auto cita, pero sirve para resaltar que a nadie le debería haber pillado por sorpresa la situación política que ahora estamos viviendo.

Este es uno de los grandes valores que tienen las muchas veces denostadas encuestas: no tanto la predicción como la previsión. La predicción entendida como la anticipación exacta de unos acontecimientos es una tarea complicada. Pero la previsión, concebida como un enfoque estructurado que a través de los datos y de las tendencias nos ayuda a configurar varios posibles y/o probables escenarios, hace que el futuro sea más conocido o al menos, menos desconocido. Prever diferentes situaciones permite anticipar respuestas para actuar sin improvisar.

En este sentido, todos los partidos han tenido tiempo suficiente para perfilar sus estrategias de cara a este escenario probable en el que ahora nos encontramos. Otra cosa es que algunos hayan preferido jugársela al todo o nada y que ahora parecen pretender que sean otros los que le hagan el trabajo. La presidenta del Congreso, Francina Armengol, le ha concedido un mes a Alberto Núñez Feijóo desde que este recibiera el encargo del Jefe del Estado para que intente conseguir los apoyos necesarios para ser investido presidente. Pero parece que el único escenario posible que los dirigentes del PP manejaban desde la llegada a la presidencia nacional del partido de Feijóo era el de una mayoritaria victoria del bloque de la derecha que diera automáticamente la presidencia del Gobierno a su candidato. Al no producirse, se han quedado compuestos y sin pareja.

La sensación es que en estos momentos la dirección del PP sigue en estado de shock tras los resultados del 23J. Según se dice, hay voces dentro del PP que aconsejan a su presidente asumir desde ya su condición de líder de la oposición. Quizá sean estos quienes recuerdan que esta situación no es nueva. La historia reciente puede ser, en este caso, una buena consejera para Feijóo.

De Rajoy a Aznar

La derrota electoral del PP de José María Aznar en las elecciones generales de 1993 fue para muchos inesperada (varias encuestas anticipaban una clara victoria de los populares que hubiera puesto fin a 11 años de Gobierno socialista). Pero lejos de caer en el desánimo o en la puesta en duda de los resultados (aunque algunos de sus dirigentes jugaron con fuego la misma noche electoral) se recompusieron y empezaron a tejer alianzas parlamentarias de cara a las siguientes elecciones: las de 1996 que dieron la primera victoria electoral al PP. Una victoria insuficiente para poder gobernar en solitario y que requirió el apoyo desde el Parlamento tanto de Convergencia i Unió como del PNV. Cuatro años después, Aznar lograba una mayoría absoluta.

Algo parecido le ocurrió a Mariano Rajoy la primera vez que concurrió como candidato del PP a la Moncloa. La mala gestión política del Gobierno en funciones de Aznar tras los atentados yihadistas de Atocha dio al traste con la que hubiera sido su primera legislatura como presidente del Gobierno como, por otro lado, anticipaban la amplia mayoría de sondeos electorales. No fue así y la mala gestión y la peor digestión de unos resultados electorales no esperados sumieron al PP en la confrontación permanente y a España en la denominada legislatura de la crispación. No fue hasta siete años después cuando la moderación de los populares -y la mayor crisis económica de las últimas décadas- posibilitaron la llegada de Rajoy a la Moncloa. A la tercera, fue la vencida.

Todavía quedan 20 días para la sesión de investidura de Feijóo, pero todo parece indicar que no logrará sumar los apoyos suficientes para ser nombrado presidente del Gobierno. Su fracaso no garantiza, en ningún caso, el éxito de Pedro Sánchez en una investidura posterior. Pero, sin duda, el socialista cuenta hoy por hoy con mayores probabilidades de reeditar su presidencia que el candidato popular.

Quizá, por eso, Feijóo y su equipo deberían ya pensar en el futuro y, desde la oposición, empezar a establecer estrategias que les permitan comprender la pluralidad de España. Cuanto antes la acepten más cerca estarán de poder volver a gobernar. Llevamos cinco elecciones generales consecutivas, desde las celebradas en 2015, en las que se ha producido un empate entre los dos bloques izquierda-derecha. ¿Qué hace pensar que una nueva repetición electoral conllevaría un resultado diferente?

Unas nuevas elecciones generales podrían dar la mayoría absoluta a uno de los bloques que podrían gobernar sin tener que depender del apoyo de otras fuerzas parlamentarias, pero este resultado se daría muy probablemente como consecuencia de la desafección, el desánimo y, por tanto, la abstención de una parte importante de los españoles. Tendría, por tanto, un coste en términos democráticos. Pero, sobre todo, ¿sería ese resultado un reflejo más fiel de lo que ahora es España?