Opinión | EL REVÉS Y EL DERECHO

En los alrededores del beso

Eso fue así, lo vio todo el mundo, hasta la FIFA, que lo ha condenado a tres meses de abstinencia de mandar, y es lícito y lógico que tras esa barbaridad se le juzgara por lo que hizo y por lo que significa, como insulto a su cargo y a la identidad de la agredida

Rubiales (izquierda) se fotografía junto a la reina Letizia y las jugadoras de la selección española femenina de fútbol sub-17 de 2018, cuando estas se proclamaron campeonas de Europa, en julio de 2018.

Rubiales (izquierda) se fotografía junto a la reina Letizia y las jugadoras de la selección española femenina de fútbol sub-17 de 2018, cuando estas se proclamaron campeonas de Europa, en julio de 2018. / EFE

Alfred Hitchcock se inventó el ‘macguffin’ para distraer hacia su figura rechoncha la verdadera naturaleza de sus travesuras de miedo o de misterio. Luego desaparecía él mismo de los contornos y terminaba resplandeciendo la verdad verdadera, que no tenía que ver con la trama con las que nos vendía la moto de sus geniales ocurrencias. En la vida misma eso ocurre muchas veces, que caemos en las trampas y nos creemos por un rato la verdad de las mentiras.

Pasa en la política (ayer mismo, sin ir más lejos, un pillo catalán ausente en Europa ha vendido una moto que hace rato que ya está averiada) y pasa en la historia general de la pillería. Pasa, por ejemplo, y es dramático que pase, con el ahora ya llamado caso Rubiales. Desde que se puso en marcha este asunto alevoso que ha dado la vuelta al mundo y se ha convertido en un argumento para deshonrar la imagen deportiva de España, muchos de los que hemos escrito, o hablado o discutido, sobre la naturaleza ruin de la actitud del federado, nos hemos referido a este manipulador como el culpable de haber besado en público, alevosamente, a una joven futbolista. 

Eso fue así, lo vio todo el mundo, hasta la FIFA, que lo ha condenado a tres meses de abstinencia de mandar, y es lícito y lógico que tras esa barbaridad se le juzgara por lo que hizo y por lo que significa, como insulto a su cargo y a la identidad de la agredida. Ese juicio sumarísimo, sin embargo, no fue llevado a cabo por la justicia ordinaria, civil, la que tiene que ver con las agresiones perpetradas por personas con poder contra las que, siendo famosas o notorias, carecen de los privilegios de quienes mandan. 

Quienes juzgaron a Rubiales fueron personas de su entorno, jueces nombados por la autoridad competente para juzgar asuntos relativos al deporte. Investidos del honor de decir la última palabra establecieron que lo que parecía muy grave, porque el beso incluía un abuso evidente de la autoridad del que de ese modo agravó a la futbolista, los jueces rebajaron la pena a su mínima expresión, lo que ha servido para que el presidente en ejercicio del fútbol nacional, masculino y femenino, vaya presumiendo de una inocencia que ni siquiera en esta instancia se le puede conceder. Es culpa, pero no leve, grave, muy grave. No tiene nada de qué presumir el tal Rubiales, pero él sigue jactándose por ahí como ha hecho toda su vida, desde que era futbolista de secano hasta que, sin mayor mérito que el que exhibe, se subió al cargo de mandamás de un deporte que roza lo estrafalario.

Lo que exhibe este personaje, al que el juzgado de proximidad que ha dictado esta sentencia de amiguetes, es parte del ‘macguffin’ que le han prestado sus próximos. Pues aquí no son ellos, los jueces deportivos, los que tienen la palabra decisiva sobre su porvenir ni es lo que parece el meollo del suceso. El ‘macguffin’ es el beso. Hay que fijarse en los alrededores del beso. En el directivo de la FIFA que mira extrañado la escena, a algunos espectadores del palco que se extrañan de aquel tejemaneje, pero quien no vea más allá de esas realidades no llegará al simbolismo principal de este episodio que ha puesto en vilo no sólo la marca España, sino el nombre propio del país al que representan la futbolista y su grave acosador.

No se ha hecho énfasis, seguramente por el pudor de las edades y de los nombres propios, en quienes habitan en las proximidades de aquella alevosía. Allí estaban, a dos pasos, una adolescente que tiene el apellido Borbón, correspondiente a su padre, el rey de España, y que firma también con el apellido de su madre, Ortiz, que es la reina consorte. En muchas de las imágenes de aquella noche, el acusado que ha sido rebajado a grave y que ahora presume de no haber hecho algo muy grave, se excedió en las confianzas que se tomó con personas de tales parentescos, y causó, no solo en los que los vimos desde los televisores de casa, sino en el propio presidente de la FIFA que estaba allí delante, una vergüenza ajena que seguramente también debió pesar en las personas de aquella alcurnia.

El ‘macguffin’ del beso ha puesto a un lado la muy grave actitud del confianzudo. Cuando hasta los jueces aficionados al deporte caigan en la muy verificable realidad estaremos hablando de otro asunto, mucho más grave por cierto que el que ahora considera sentencia casi nula el tan famoso como desgraciado protagonista de episodio nacional tan deplorable.