Opinión | CASA REAL

La reina nunca se entera

La mujer, la sociedad en su conjunto y la monarquía necesitan mejores referentes

Sofía, reina emérita de España, junto a su hermana, la princesa Irene, y su hija, la infanta Elena, en la ceremonia religiosa por la muerte de Constantino de Grecia.

Sofía, reina emérita de España, junto a su hermana, la princesa Irene, y su hija, la infanta Elena, en la ceremonia religiosa por la muerte de Constantino de Grecia. / EFE/Alexander Beltes

"A una reina nunca se la engaña" y, si sucede, "no se entera". Estas palabras salen de los labios de la reina Federica cuando su hija Sofía, en 1976, corre a su lado tras descubrir la primera infidelidad de su marido y rey de España, Juan Carlos I. Ella la apremia a volver a casa. Así lo desvela la serie de HBO Sofía y la vida real, dirigida por David Trueba, que por primera vez convierte a la madre de Felipe VI en protagonista. Lejos queda la caracterización de comodona actriz secundaria que ella misma ha proyectado en público durante 50 años. 

El documental permite conocer mejor a una mujer discreta y enigmática que, desde que volvió con su marido infiel, se esforzó en ser una reina modelo, volcada en servir a los demás y en mostrar la cara más amable de la familia real, un clan que de puertas hacia fuera debía estar unido. Trueba lo borda en su retrato de una Sofía dispuesta a todo por la monarquía, desde adorar a Franco a tragar con las amantes de su marido, y con una agenda propia: garantizar que Felipe VI llegara al trono. Qué mejor trabajo para una hija de rey, esposa de rey, madre de rey y abuela de futura reina. 

Después, con su hijo ya como jefe de Estado, Sofía pasó a ser madre antes que reina, apoyó en público a su hija Cristina e ignoró el cordón sanitario decretado por la Casa Real tras la condena a Urdangarin. Esta actitud guerrera choca con la Sofía callada ante los escándalos sentimentales y fiscales del emérito y de Corinna.

El punto más discutible de la serie es cuando presenta a la emérita como una víctima por la que la ciudadanía siente admiración. No toda. Somos legión los que creemos que ya no sirve ese modelo que ella representa: la reina hermética que lo aguantaba todo por su hijo, nunca se enteraba de nada, se mantenía junto a quien la humillaba y, como mínimo, miraba a un lado mientras el ahora expatriado se enriquecía de modo aparentemente ilícito. La mujer, la sociedad en su conjunto y la monarquía necesitan mejores referentes.