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Miedo a pactar

La campaña se enfanga con los posibles aliados de quien gane las elecciones

El expresidente del gobierno español Felipe González participa en la presentación del monográfico de "Nueva Revista" titulado "Pactar es progresar", organizado por UNIR.

El expresidente del gobierno español Felipe González participa en la presentación del monográfico de "Nueva Revista" titulado "Pactar es progresar", organizado por UNIR. / EFE/ Fernando Villar

El acto tenía lugar en la monumental sede de la Casa de La Rioja en la calle Serrano de Madrid. Se trataba de un evento de carácter académico, alejado del vértigo de la vida política. Se presentaba un número monográfico de "Nueva Revista", publicación de Unir, coordinado por José Ignacio Torreblanca. En esta ocasión estaba dedicado a una reflexión, desde muy diferentes puntos de vista, sobre los pactos. Actuaban como presentadores el ex ministro Jordi Sevilla, eternamente joven, y el ex presidente Felipe González, que ya va perdiendo la lozanía de la juventud.

No obstante, el venerable anciano de 80 años que es hoy González conserva el mismo poder seductor que el joven González de 44 años que entrevisté junto al prematuramente desaparecido Antonio Herrero. Era agosto de 1979 y le abordamos en la puerta de la humilde Casa del Pueblo del barrio de Tetuán. El abogado sevillano acababa de dimitir como secretario general tras ser rechazada su propuesta de que el partido abandonara el marxismo. Vestía vaqueros, camisa roja y una chupa de cuero marrón, una botas camperas desgastadas de tanto trote completaban el atuendo. Con su labia proverbial, nos despachó soltando unas cuantas vaguedades, suficientes para la entrevista, pero con nada que hiciera presagiar su vuelta triunfal al liderazgo del partido, reclamado por su militancia apenas unos días después.

El González de hoy conserva intacto el mismo poder de atracción, pese a las canas, el bastón y el muy conservador traje oscuro. Fue empezar a hablar y provocar un silencio sepulcral en las apenas 40 personas que ocupábamos el salón. Nadie consultaba el móvil. Nadie se distraía con los tapices que decoraban la estancia. Nadie miraba la hora. Con sus pausas, su gracejo andaluz, sus sonrisas maliciosas fue contando los muchos pactos en los que él había participado. Desde el constitucional hasta el territorial pasando por los Pactos de La Moncloa.

Lo que parecía una lección magistral de historia acabó siendo la noticia política del día. El expresidente abogó por dejar gobernar a la lista más votada –como Feijóo el lunes– y se mostró partidario de los pactos, especialmente de los de "centralidad", y advirtió de que cuando estos desaparecen el país "se debilita", "se polariza" y "pierde credibilidad".

El expresidente abogó por dejar gobernar a la lista más votada –como Feijóo el lunes– y se mostró partidario de los pactos"

Los pocos periodistas que se encontraban en la vetusta sala del Centro Riojano se apresuraron a llamar a sus redacciones para ofrecer la noticia o, en el caso de los audiovisuales, a conectar en directo con sus estudios. Felipe González se convirtió de inmediato en tendencia en las redes sociales, bien es verdad que en muchos casos para denostarle, y no por lo que había dicho, sino por una opinión preconcebida sobre el personaje.

Los destinatarios de las palabras de González –Sánchez y Feijóo– ni siquiera se dignaron a contestar, o al menos acusar recibo, a quien fuera presidente de este país durante catorce años.

Y eso que la actual campaña se ha centrado en los pactos. En decir al contrario con quién puede pactar o con quién no. Si es más constitucional pactar con Vox que con Bildu, con los independentistas catalanes o con Sumar. Lástima que ya no esté aquí Anguita para recordarnos aquello de "programa, programa, programa".

Los aludidos por González debieran echar un vistazo a la revista en la que González escribe el artículo que dio origen a la polémica: "Pónganse de acuerdo" se titula. Encontrarán opiniones de expertos para todos los gustos. De derechas –Fátima Báñez o Soraya Sáenz de Santamaría–, de izquierdas –Elena Valenciano o Ramón Jáuregui– e, incluso, sin adscripción política alguna. Y podrían enterarse de que ocho de cada diez españoles creen necesaria ahora "una suerte de segunda Transición" o que la ciudadanía considera que nuestra vida política debería estar "menos rígidamente trabada por líneas rojas".

Hay miedo a pactar. Es más, hasta se ha vaciado de contenido la palabra históricamente positiva. Pacta el débil, el que tiene necesidad de otro. El que pacta legitima a la otra parte, cuando no es necesariamente así. Si con un pacto se ha conseguido que ETA dejara de matar, como presume Zapatero, por qué no se puede pactar con Vox o con Bildu. El problema no es con quien se pacta, sino lo que se pacta.