Opinión | ELECCIONES

El gran debate: esperando a dos hombres de Estado

El drama sería concluir que ninguno de los dos candidatos vale realmente la pena y quedar condenados a optar por el mal menor

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.

Puede ganar Pedro Sánchez o Alberto Núñez Feijóo. De entrada, gana la ciudadanía porque el debate es un derecho y su ejercicio fortalece la democracia. Pero podemos perder todos y caer en la desesperanza si, en el cara a cara del lunes 10 de julio, no se percibe que hay dos hombres de Estado dispuestos a guiar la nave de España en tiempos tan convulsos.

“La metáfora está equivocada”, advierte Alan Schroeder, investigador internacional de campañas. “El debate no es un boxeo dialéctico, sino una selección de personal”. Cierto. Elegiremos qué candidato está más capacitado para dirigir la empresa “España S. A.”. Lo contrataremos con la moneda de nuestro voto. El drama sería concluir que ninguno de los dos vale realmente la pena y quedar condenados a optar por el mal menor.

Es este un país con grandes oportunidades; y con extraordinarias realidades. Admirado y codiciado por millones de personas en todo el mundo como destino ideal para establecer sus vidas. Respetado en el mundo desde la Transición, cuando se libró de la dictadura y más tarde se integró en Europa. La cuarta potencia de la Unión, después de Alemania, Francia e Italia. Exportador y, a la vez, atractivo para la inversión internacional; por eso marcha relativamente bien la economía. Pero con cuentas pendientes. Con demasiada desigualdad social. Con deuda pública excesiva. Con un aparato del Estado que merece armonización y simplificación. “Pasamos más tiempo enredados con la burocracia que investigando”, denunciaban los científicos en un debate mantenido el pasado jueves en Madrid. Con un clima político alterado permanentemente y con tendencia al bloqueo, dañando el funcionamiento y el prestigio de las instituciones. Lo ha advertido, el comisario europeo de Justicia, Didier Reynders, que lanzó una nueva advertencia esta semana para que se renueve el Consejo del Poder Judicial. Vamos camino de una intervención del Tribunal de Justicia Europeo, como sucedió con Polonia.

De todo eso solo nos sacarán hombres de Estado. España los tuvo desde la recuperación de la democracia. Adolfo Suárez pilotó la Transición con éxito; Felipe González, la modernización de un país lastrado por siderúrgicas obsoletas, astilleros públicos ruinosos y economía deficitaria. El rey Juan Carlos aceptó generosamente reducir la cuota inmensa de poder que había heredado y merece ese reconocimiento, a pesar de su empeño en autolesionar su prestigio. Y con ellos, docenas de dirigentes de derecha a izquierda que hicieron posible el milagro transformador.

Pero la obra está incompleta y necesita actualización. Hay que perfilar la Constitución, contener el gasto excesivo de la Administración pública en capítulos innecesarios, resolver las duplicidades y reequilibrar la distribución del funcionariado, que sobra en algunos ministerios y falta en Justicia y en Seguridad Social, por ejemplo.  

Para ello deben erradicarse la demagogia y los maximalismos a la que se abonan casi todos los partidos. El clima desaforado de demolición de personas como el que ha perseguido a Pedro Sánchez en esta legislatura -torpemente respondido por sus responsables de comunicación, por cierto- y también a otras, no cabe en un país en el que la ciudadanía vive, afortunadamente, con mayor serenidad que la alteración política y mediática habitual

Si en el gran debate se tratan problemas de fondo y se atisba una posibilidad de grandes acuerdos para las reformas necesarias, habrá esperanza. Si es mera reproducción de los disparates que se escuchan, se escenificará la división del país en dos bloques enfrentados irremediablemente. Dependerá de que allí se sienten a debatir políticos comunes, o bien hombres de Estado.