Opinión | PARECE UNA TONTERÍA
Vivir de las sobras
Y todo junto, como trozos de un vaso roto que se barren con una escoba, formaba el milagroso hogar donde era feliz
Me quedé solo unos días y el jueves comí espaguetis, el viernes volví a comerlos y el sábado, repetí. No morí, quizá porque ya había pocos y no sobró nada para el domingo. Fue como volver a la universidad, cuando los comía al menos dos veces a la semana. No me asustaba la repetición. El día que me entregaron el título de licenciado en Filosofía le hice una fotocopia, y donde ponía Filosofía escribí con un rotulador rojo "Filosofía y Espaguetis".
Las sobras facilitan muchísimo la vida; la allanan. Y ya no estoy hablando de comida. Hay en ellas algo de salvación, de milagro de última hora, de destello inopinado, de no venir a cuento y, sin embargo, solventar un problema. No tienen el dorado de las cosas enteras, o nuevas, ni gozan de la plenitud de lo grande, acabado, redondo. Pero siempre terminan por reivindicarse, con un espíritu de justicia y utilidad que las hace gritar "¡Estamos aquí, miradnos!".
Hace un par de años visité a una amiga en la casa a la que hacía poco que se había mudado, y me fue detallando que una butaca que había en el salón la había rescatado de un cine cerrado, que la lámpara de pie era de una vecina que murió, que el ejemplar que estaba leyendo de 'Los Buddenbrook', al que le faltaban las 30 primeras páginas, se lo había llevado de una sala de espera del hospital, que el sofá lo había encontrado al lado de un contenedor. Y todo junto, como trozos de un vaso roto que se barren con una escoba, formaba el milagroso hogar donde era feliz.
Sala de espera
Las sobras son un complot que tiende a cierta plenitud. Pasa con algunas horas del día, que se desligan de las horas de trabajo, y de las horas de descanso, y que a la postre salvan la jornada de ser una jornada anodina más, que se confunde con cualquier otra, también anodina. Tienes un rato libre y quedas a tomar algo con un conocido, o haces la compra, o un recado, o te pones a leer, y ya no son sobras, retales, pedazos, formas perdidas y desdichadas, sino puestas en pie. Me pasó hace una semana, cuando fui al médico y me senté en la sala de espera a que me llegase el turno.
Por la mañana había encontrado en el buzón, al salir a comprar el pan, un paquete, y me lo llevé al centro de salud, sin abrirlo. Cuando rompí el sobre, descubrí en el interior 'Los loros' (Sloper), un libro de poesía de Joseph Wilson (Estados Unidos, 1977), corresponsal para la agencia The Associated Press en Barcelona.
En los minutos perdidos, rotos, sobrantes, en las migajas en que se desparrama precisamente toda espera, empecé a leerlo, y así recalé en el poema 'Las sobras', que más tarde me daría la idea para escribir esta columna. "Es una categoría / en la que encaja /el superávit / de todo tipo / de objeto, tejido / e idea. / Solo comparten / el estado de ser / superfluo / y el destino / a perder sustancia, / desaparecer y luego / reunirse unas con otras. / Para un día, / menos esperado, / inadvertido, / resurgir / en otro contexto / hechas ya de otra materia, / renacer / como algo distinto, / alguna cosa necesaria".
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